Ni qué decirle de las razones de dicha esperanza. Usted, mejor que nadie, sabrá (como es usual en los embajadores cultos y eruditos) de la historia de Guatemala. Esa historia agridulce que se ha decantado por entre tropos y acritudes. Tan lejana a veces, tan cercana otras. Y que, de cierta manera, en algún momento signó su vida.
De tal manera, lejos de mí está el pretender contársela. Sin embargo, en tanto la historia es tal, y considerando que usted es un diplomático de carrera, pondr...
Ni qué decirle de las razones de dicha esperanza. Usted, mejor que nadie, sabrá (como es usual en los embajadores cultos y eruditos) de la historia de Guatemala. Esa historia agridulce que se ha decantado por entre tropos y acritudes. Tan lejana a veces, tan cercana otras. Y que, de cierta manera, en algún momento signó su vida.
De tal manera, lejos de mí está el pretender contársela. Sin embargo, en tanto la historia es tal, y considerando que usted es un diplomático de carrera, pondré a su consideración tres contextos que, según pareciera, están repitiéndose en relación con ciertos hechos sucedidos en 1954.
El primero estriba en la discrepancia entre la Embajada de Estados Unidos y el Gobierno de Guatemala. En 1954, su país adoptivo apoyó una serie de movimientos que acabaron con la llamada primavera democrática. Antes de ello hubo una fuerte discordancia entre el embajador John Peurifoy y el gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán. El embajador estadounidense era autoritario y prepotente. El presidente de Guatemala, un militar letrado y progresista. Y ese tablado, señor Arreaga, parece haberse repetido durante la última etapa de su antecesor, Todd Robinson, solo que los adjetivos de prepotente y autoritario (además de inculto y poco letrado) recayeron y recaen en nuestro actual presidente. Él, a falta de ilustrados consejeros, se ha ganado dichos epítetos a puro pulso, en tanto el señor Robinson salió muy bien librado de tales intríngulis y ya forma parte de los buenos recuerdos en el imaginario de los guatemaltecos de a pie.
El segundo concierne a ciertos hechos, no precisamente afortunados, entre la Nunciatura Apostólica, la jerarquía eclesiástica, y la población católica guatemalteca. En aquella época (1954) fue como una bofetada para los católicos saber del arribo a Guatemala (el 3 de julio) del nuncio apostólico Gennaro Verolino acompañando a la comitiva del golpista Carlos Castillo Armas. Y sabe Dios por qué razones dicho nuncio siempre estuvo enfrentado con los pocos prelados que había en el país. Hoy parece estar repitiéndose ese lapso con personajes muy similares. Contrasta el discurso y la postura de la mayoría de los obispos de Guatemala (en relación con nuestra reciente situación sociopolítica) con la inexplicable presencia del actual nuncio en ciertos entornos donde, como representante del papa Francisco (acérrimo crítico de la corrupción), no debería figurar. Muchos feligreses católicos, de hecho y con derecho, están manifestando su malestar.
El tercero es un contraste que la madre naturaleza ha puesto al desnudo. En 1954 hubo una tormenta tropical que se llamó Gilda. Impactó terriblemente en la hermana república de Honduras, pero aquí en Cobán, Alta Verapaz (desde donde escribo), provocó tales inundaciones que aún se recuerda a Gilda en la tradición oral de los pueblos. Y nadie dio a conocer lo sucedido en esta región. Simple y llanamente porque éramos, digamos, ignotos. En esa dicotomía rico-pobre éramos ignotos. Y ese contexto, señor embajador, parece estar repitiéndose con la impronta de la tormenta tropical Nate. Hemos tenido unas crecidas de ríos como solo las tuvimos durante el paso del huracán Mitch (1998). El trabajo de mitigación ha sido motu proprio, y todo apunta a que así será el abordaje de las otras fases del desastre. Somos algo así como ciudadanos de tercera categoría. La dicotomía rico-pobre en nada ha cambiado. El hecho de que en ciertas regiones de Alta Verapaz haya tan solo un agente de salud (no necesariamente enfermera o médico) por cada 40 000 habitantes y un agente que imparte justicia (no necesariamente abogado) por cada 20 000 personas lo dice todo.
¿Por qué contarle estos contextos y contrastes? La respuesta es consoladora: históricamente, de esas acrimonias nos ha brotado la esperanza. Sepa usted que somos un pueblo de mucha esperanza. Y porque su presencia viene como a fertilizar esa expectativa, le reitero: señor embajador, sea usted bienvenido.
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