Guatemala no es la excepción a esta expresión capitalista. Así ha sido desde siglos pasados. Daniel Wilkinson nos lo relata en su libro El silencio en la montaña cuando cita una frase dicha por un alemán llegado a Guatemala en el siglo XIX, quien, enfatizando en la diferencia entre los alemanes llegados a estas tierras y los guatemaltecos terratenientes, dice: «Los dueños de la tierra tienen un muy diferente punto de vista del nuestro [los alemanes]: si no ganan 120 por ciento de algo, no consideran que valga la pena el esfuerzo de sembrar o construir…».
Quisiera pensar que esto es cosa del pasado, pero desafortunadamente la historia se repite y se repite. Vean ustedes.
Nosotros tenemos un apartamento en un edificio de la zona 15. Y aunque terminaremos de pagarlo hasta cuando ya caminemos con bastón, lo considero nuestro pedazo de cielo. Y posiblemente la única herencia que les dejaremos a nuestras hijas.
El edificio es relativamente nuevo. Tendrá unos diez años de construido. Sin embargo, la empresa constructora, en su insaciable codicia, dejó un montón de daños estructurales derivados de la utilización de materiales de mala calidad y de trabajos de bajo costo, que a su vez derivan en desperfectos mayores con el tiempo. Es por eso que la junta directiva ha tenido que reemplazar el sistema de pararrayos, ya que el que se dejó no garantizaba que termináramos como chicharrón en cualquier tormenta. Los sótanos tienen filtraciones de agua, el área de la piscina se está hundiendo, las tuberías y los desagües son de mala calidad, los dos ascensores que dispusieron son insuficientes para la cantidad de personas que habitan en el edificio y las llaves de los grifos son pésimas, lo que ha ocasionado fugas de agua e inundaciones en varios apartamentos.
La constructora maximizó la ganancia a costa de la calidad. Incluso alteró los planos aprobados originalmente para construir dos apartamentos adicionales en el lugar previsto para área social.
Y la lista podría seguir. La conozco de primera mano no solo porque he padecido todo eso en carne propia, sino porque además fui miembro de la junta directiva.
Para mala suerte de los condóminos, la constructora no pudo vender todos los apartamentos. Les agarró la crisis inmobiliaria y tuvieron que dejarse 21 apartamentos, que se alquilan continuamente.
Recientemente hicimos una asamblea general de propietarios para aprobar un proyecto de cierre de la piscina, la cual no se puede usar por el frío y por el viento que sopla en esa área. Para hacer este proyecto, la junta directiva proponía un aumento temporal de la cuota de mantenimiento de Q400 durante dos años. Hagan de caso que era algo así como un impuesto temporal para inversión del inmueble.
A la asamblea se presentaron los representantes de la constructora y los dueños de 21 apartamentos (que representan una cuarta parte del total). Llegaron con su abogado y dispuestos a oponerse a cualquier aumento de cuota. Comenzaron con argumentos legales derivados de reglamentos y códigos. Después cuestionaron la eficiencia del gasto y hasta pusieron en duda la necesidad del requerimiento —total, ellos no usan la piscina—. Su objetivo era evitar a toda costa cualquier propuesta que significara aportar capital.
La constructora ya había obtenido en el pasado un margen extraordinario de ganancia con la venta de apartamentos, que tenían buena apariencia, pero que estaban marcados con el pecado original de esconder en sus entrañas pésimos materiales, alteración de planos y daños estructurales. Sin embargo, no satisfechos con esa ganancia obscena, cuando se les pide un aumento temporal de las cuotas de mantenimiento, se oponen acérrimamente.
El proyecto no se aprobó. La constructora aportó 21 votos en contra. Pudimos haber ganado todos con esta mejora, puesto que la inversión propuesta habría aumentado la plusvalía del edificio, pero su avaricia los llevó a optar por una alternativa en la cual, al menos temporalmente, ellos ganaron. Ni por aquí les pasó pensar que en realidad perdimos todos.
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