¿Qué son los niños desaparecidos en una guerra?, ¿daños colaterales, víctimas?, ¿por qué no están contemplados en la Comisión de la Verdad ni los Acuerdos de paz, esos documentos que dan constancia de ese momento terrible que atravesó El Salvador?,¿qué iba a pasar con ellos y con el dolor suyo, y de su familia, después de la firma de la paz?
Esta mañana, la Policía Nacional Civil confirmó que "sujetos desconocidos" robaron el arma del vigilante de ProBúsqueda, entraron a la oficina y quemaron el archivo. Únicamente el archivo.
Pro Búsqueda busca y reencuentra con sus padres a niños desaparecidos durante la guerra de El Salvador. En ese archivo había casi 400 casos resueltos, es decir, el registro de 400 muchachos con sus familias, y alrededor de 800 denuncias más de desapariciones forzosas de niños.
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En 2002, yo era una muchachita de clase media, con una vida acomodada, criada por católicas de abolengo venidas a menos, estudiante de una universidad privada. Llegué a hacer mis horas sociales a ProBúsqueda y me dieron unas cajas y unos cartapacios. No tenía más noción de la guerra que las bombas y las metralletas de la ofensiva “Hasta el tope”, de 1989, un miedo y una angustia al oír la reventazón de cohetes en navidad y año nuevo, y el recuerdo televisivo de Alfredo Cristiani “firmando la paz”, en 1992.
Abrí las cajas y los cartapacios. Encontré fotografías.
Eran fotografías de niños. A color y a blanco y negro. Viejas. Niños que tuvieron mi edad el mismo año que yo, con ropa parecida a la mía: vestiditos de marinera, calcetines blancos con vuelos de encajes rosas, con borlitas, ganchitos de figuritas en el pelo, niñas con trenzas, niñas con risos, niñas con zapatitos blancos, con zapatitos negros, niños con botitas, niños en sandalias. Niños. Niñas. Más niños, más niñas. “Desaparecidos”. Perdidos.
Meses después, conocí a Víctor (nombre ficticio), fue adoptado por una familia francesa y su único instrumento para no perder el idioma, su "lengua madre" -nunca la madre más presente en una vida con toda la fuerza y dolor de la alegoría- escuchaba un cassete de Los Tigres del Norte, que llevaba cuando fue "desaparecido", separado forzosamente de su familia. Víctor estuvo unos meses en un hogar de niños y después dado en adaptación. Fue uno de los primeros niños reencontrados con su familia. No volvió a Francia, se quedó aquí, con su familia biológica, en un cantón de Chalatenango. Víctor es tres años mayor que yo.
Entonces yo, muchachita de vida resuelta, estudiante universitaria, criada por españolas católicas recalcitrantes, comencé a comprender algo que por lo general es incomprensible: el país dónde vivía.
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Cuando el jesuita Jon Cortina fundó ProBúsqueda en 1994, se encargó de un tema, doloroso y político, que no contemplaban, ni siquiera mencionaban, la Comisión de la Verdad ni los Acuerdos de paz.
Todos los que nacimos entre 1980 y 1989 pudimos haber sido niños desaparecidos. Estaríamos ahora en Francia, en Italia, en Alemania, en El Salvador, en una ciudad diferente a la que nacimos, perdidos en la identidad, desorientados, con recuerdos, confusos, de algo que fue.
No es fácil comprender a El Salvador, es un país esquizoide: el presidente Mauricio Funes llora en El Mozote y el Estado celebra como héroes a los asesinos de las mujeres y niños de El Mozote. El arzobispo Escobar Alas cierra el Archivo de Tutela Legal del Arzobispado, y Salvador Sánchez Cerén, ministro de educación candidato a presidencia por el FMLN, lo aprueba. La derecha no olvida sus campañas contra la izquierda y recuerda sus secuestrados, pero olvida, soslaya, deshumaniza los crímenes que cometió (desde escuadrones de la muerte hasta el ejército; el comandante general del ejército es, por ley, el presidente de la república para el asesinato de los jesuitas el general de la fuerza armada salvadoreña era Alfredo Cristiani, el primer presidente de derecha en el país).
Más de 1 mil 200 niños de nuestra generación fueron desaparecidos durante la guerra salvadoreña (1980-1992), según ProBúsqueda. Esto quiere decir, obviamente, que hay 1 mil 200 muchachos que son parte de nuestra generación y han sufrido la pérdida de la identidad, de la familia, el desarraigo, la confusión y las pesadillas (como me comentaban dos muchachos cuya madre fue asesinada en la masacre de El Sumpul, en 1984 y que fueron criados por militares en la Fuerza Aérea).
La quema de los archivos de ProBúsqueda ocurre un mes después del cierre del Archivo de Tutela Legal del Arzobispado. Y el cierre del Archivo de Tutela Legal del Arzobispado ocurrió después de que la Sala de lo Constitucional admitiera la demanda de declarar inconstitucional de la ley de Amnistía. En 1993, esta ley eximió la posibilidad de enjuiciamiento y cárcel a los autores de los crímenes cometidos durante la guerra civil, y evitó la responsabilidad sobre el pasado.
Estos acontecimientos nos sitúan en un tránsito de limbo -el Vaticano eliminó la figura política religiosa pero no la figura mental ni su presencia literaria que da lugar, sitúa, la incertidumbre- entre 1980 y 1989, quizá, incluso, años antes.
Hay una generación de salvadoreños que no quiere recordar, que anula y desvirtúa el pasado, que, como hemos visto, en los últimos meses, le teme a la memoria, y la tangibilidad de la memoria es el archivo. Con el incendio del archivo de ProBúsqueda hay un interés fundamental en la supresión de la historia.
Quemar los archivos de ProBúsqueda es quemar la memoria de otra generación, esta generación, la nuestra. En unos años tendremos lo que ellos (los que hicieron la guerra, firmaron la paz, cierran y queman archivos, viven impunemente) llaman poder, incursionaremos en las instituciones y tendremos mayor resonancia en la vida política y cultural salvadoreña. ¿Están queriendo borrar nuestra memoria?
Los que crecimos en felicidad y familia no olvidamos tampoco. Aún recordamos las bombas de la Ofensiva del 89 y tememos o nos estresamos en Navidad y año nuevo con los cohetes, tenemos amigos concebidos y criados en el exilio y en la clandestinidad, y no sabemos, si en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en el bus, en la cola del supermercado, estuvimos, o estamos, al lado de un niño desaparecido, un muchacho de nuestra edad.
Esta generación tiene que pronunciarse ante la impunidad. Esos muchachos rotos, heridos y desmemoriados que heredó la guerra, esos muchachos de nuestra edad, con vidas como las nuestras, felices o infelices, que sufrieron el desarraigo y el despojo, esos niños de las fotografías, perdidos en el recuerdo de las madres que lograron sobrevivir, pudimos ser nosotros. No hay indolencia que valga, nos han incendiado, suprimido la historia.
El incendio de este archivo es el incendio del futuro.
* Publicado en El Faro, 15 de noviembre 2013.
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