Es cierto que por el momento estamos únicamente ante un rescate parcial aunque muy importante de la banca. Pero a estas alturas del partido no parece nada descabellado creer en que de una u otra forma, aunque las cantidades necesarias para un reflote completo sean astronómicas, no vaya a producirse un rescate del país en su conjunto.
En consecuencia, viviremos durante largo tiempo teniendo que rendir cuentas a las instituciones internacionales que nos han prestado el dinero, y tendremos que regirnos por sus normas, ajustándonos punto por punto a sus condiciones. Perderemos autonomía política por exigencias de Europa, sumada al adelgazamiento de la administración pública que el gobierno popular ya viene desarrollando desde que obtuvo la victoria en las últimas elecciones generales.
En este país, acostumbrado a creer que todo lo que hacemos nunca tiene sus consecuencias, sufriremos en primera persona las que nuestra temeraria forma de vivir acarrea. Y si el camino recorrido hasta este momento, especialmente durante los últimos cuatro años, ha sido tortuoso, mucho más va a serlo en adelante.
Durante mucho tiempo se decía que la mía iba a ser la primera generación que viviría peor que la de nuestros padres. Y creo que en cierto sentido nadie se lo acababa de creer del todo. Pero los hechos son siempre mucho más tozudos que la voluntad o los deseos humanos. Y esa aseveración parece empezar a cumplirse al cien por cien ahora.
Mal pagados, sin trabajos con continuidad, con una desproporción terrible entre sueldo y coste de vida, con un complicado acceso a la vivienda, apresados por un modelo económico obsoleto para cuyo cambio aún apenas hemos empezado a invertir, endeudados como país durante años, subyugados al poder financiero y con una unión europea debilitada, va a haber que remar largamente para poder vislumbrar cielo abierto tras la tormenta.
La situación es tan extraordinaria que Mariano Rajoy, tan poco amigo de comparecer ante los medios de comunicación y en sede parlamentaria, ofreció más de una hora de discurso el pasado miércoles para desgranar una por una y con gran convencimiento las diversas medidas que el ejecutivo va a llevar a cabo tras el inicio efectivo del rescate financiero a la banca. Por el momento, la ayuda consistirá en un adelanto de 30,000 millones de euros.
Las acciones son, evidentemente, de gran calado… Porque va a subir el IVA, a reducirse la prestación por desempleo, se dejará de cobrar la paga extraordinaria de Navidad para funcionarios y altos cargos de la administración pública, a eliminarse ayuntamientos y concejalías.
Se aumentará la jornada laboral del funcionariado y muy probablemente se despedirá una importante cantidad de interinos. En resumen, el Estado piensa ahorrar un total de 65,000 millones de euros en dos años y medio.
Por tanto, si estamos únicamente ante un rescate parcial de la banca, ¿por qué nos enfrentamos a medidas tan similares a las adoptadas por países que están intervenidos de facto? Y si la situación es tan grave, tal y como manifiesta hasta nuestro propio presidente, ¿por qué no solicitar una ayuda mayor que la del rescate a la banca?, ¿por qué no combatir de una vez por todas el fraude fiscal en lugar de poner en marcha amnistías fiscales?, ¿por qué no obligar a tributar a las grandes fortunas?
Y, finalmente, si era evidente que este momento llegaría incluso desde antes de que se celebrasen las elecciones, ¿por qué Rajoy no tuvo la valentía de decir lo que habría que hacer en ese caso, en lugar de dulcificar su discurso prometiendo que haría exactamente lo contrario?
Al menos, el Consejo de Ministros ha aprobado una reducción del sueldo del presidente del Gobierno y de sus ministros en un 7,1%, porcentaje proporcional a la extra de Navidad que van a dejar de recibir los funcionarios. Y todos los grupos parlamentarios del Congreso han registrado un escrito para pedir que se suprima la paga que los diputados deberían cobrar en diciembre, "en términos de igualdad con la medida que afectará a los funcionarios”.
A ver si cunde el ejemplo.
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