Y, sin quererlo, mientras el gobierno pretende evitar a cualquier precio que sobrevenga el rescate, hemos conocido una nueva forma de autoinmolación que muchos no preveíamos y que añade tensión y cruce de declaraciones e influencias entre Madrid, las comunidades autónomas, Bruselas y los mercados. Se trata de la petición de rescate que las propias autonomías han empezado a hacer, aunque ninguna de ellas parezca asumirlo. Las primeras dos han sido Valencia y Cataluña. Pero, lógicamente, hay muchas otras que se encuentran en disposición de unirse a la lista.
De modo que, mientras el gobierno trata de transmitir calma y firmeza, se confirma que existen insostenibles deudas milmillonarias en las autonomías que en el caso de Cataluña, por ejemplo, ascienden a la friolera de 42,000 millones de euros. Lo curioso es que las autonomías imitan la jerga gubernamental y en lugar de un rescate, aseguran que han solicitado acceso al fondo de liquidez estatal.
Lógicamente, este tipo de noticias han hecho que esta semana la prima de riesgo española haya subido como la espuma y haya alcanzado su mayor techo en toda la historia, los 650 puntos básicos. Además, la presión inmensa sobre la deuda española se ha traducido en un ascenso atroz de los intereses del bono, que ha sobrepasado casi en cualquier plazo el siete por ciento. Con todo y con eso, algún prócer continúa divagando en torno a la "irracionalidad" de los mercados, como si tal cosa fuese posible y al mismo tiempo sirviese de excusa o redención para un Estado soberano o la unión.
Por si esto fuera poco a comienzos de semana, el Ministerio de Asuntos Exteriores publicó una nota de prensa en la que anunciaba una suerte de frente común que se habría constituido junto a Francia e Italia en la búsqueda de soluciones inmediatas y efectivas para aliviar la presión de los mercados sobre las economías débiles de la Unión. Esa misma tarde, altos funcionarios de los dos países salieron a negar que existiese tal acuerdo y el ministerio español tuvo que retirar el comunicado. Sobra decir que a estas horas, jueves por la noche en España, aún nadie ha dimitido ni nadie ha sido cesado.
Mientras tanto, han desfilado por el parlamento personajes como Rodrigo Rato o Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el ex gobernador del Banco de España, y algunos otros dirigentes de cajas de ahorro inmersas en procesos de fusiones y bancarrotas. Todos ellos han pasado sin pena ni gloria, y han hecho de sus discursos un compendio de excusas que solo tenían como objetivo no asumir las culpas y dar a entender que nada de lo que ocurrió tiene relación con su gestión. Desde luego, no esperábamos menos de ellos.
Sin embargo, misteriosamente, ante tal concatenación de sucesos, la prima ha vuelto a situarse por debajo de los 600 puntos y el bono a diez años por debajo del siete por ciento. Quizá tenga que ver que Draghi haya dicho que el banco central hará todo lo que sea necesario para preservar el euro y que haga lo que haga la institución que él preside será suficiente.
O quizá eso no tenga nada que ver. Y nadie sepa nada ni sobre lo que está ocurriendo ni sobre lo que puede llegar a ocurrir. O quizá haya alguien que sí lo sepa, pero no lo quiera decir, o quizá no le dejen decirlo.
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