Los resultados, siendo interesantes, esconden elementos que no podemos dejar de lado como ciudadanos y que sin duda no podrán obviar ni el partido Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación) ni el futuro presidente. Algunos comentaristas hablan de un cambio en la política guatemalteca, de una etapa de transición hacia un nuevo y mejor sistema político. Ojalá sea así.
Las comparaciones son inevitables. Y, definitivamente, al hablar de transición y de Guatemala nos viene a la mente la histórica elección de 1985, aquella que ganó Vinicio Cerezo y que comenzó llena de esperanzas. La Democracia Cristiana con Vinicio Cerezo a la cabeza obtuvo el 68.40 % de los votos válidos emitidos. La abstención en dicha elección fue del 37.20 %. El parecido en las cifras es incuestionable. Solo hay diferencias en un ámbito clave en relación con la legitimidad con la que llega el nuevo presidente: la abstención y la sumatoria de votos nulos y de votos blancos. Jimmy ganó la elección con el 67.44 %. Sin duda es uno de los presidentes guatemaltecos con más apoyo en las urnas. Sin embargo, a diferencia de Vinicio, la abstención en esta elección ha superado el 44 %, alrededor de diez puntos más que en la elección de 1985. Esto quiere decir que, con base en los resultados oficiales, la abstención ha sido la preferencia seleccionada por la mayor parte de la ciudadanía. Es ahí donde Jimmy y su organización deberían centrarse. Han ganado, sí, pero sus niveles de legitimidad no son tan altos como los números electorales parecen mostrar.
La minoría mayoritaria ha sido la abstención sumada a los votos nulos y blancos. Sumados, ambos llegan al 47.83 % de los empadronados. Por lo tanto, parece inevitable que Jimmy llega al poder con el apoyo del 37 % del total de empadronados —correspondiente al 67.44 % del voto válido emitido—: más claramente, solo uno de cada tres guatemaltecos le ha dado expresamente su apoyo. Un gobierno de esta naturaleza está obligado a negociar, a escuchar al resto de formaciones y a la ciudadanía y, como señala Giovanni Sartori, a respetar los derechos de las minorías. El nuevo gobierno de Jimmy Morales no debería ingresar en una pelea frontal y directa con el Congreso ni intentar edificar un hiperpresidencialismo en la república. Ni las leyes ni los ciudadanos lo han autorizado para tal acción. Este es el gran logro de la democracia liberal: gestionar relaciones conflictivas mediante mecanismos pacíficos, obligar al diálogo para que se puedan tomar decisiones. Nadie dice que dicho proceso no sea problemático ni conflictivo.
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La intervención pública del futuro presidente ayer en la noche en el centro de votaciones ha sido moderada y en clave constructiva. Esperemos que cumpla. Parece que el nuevo presidente es consciente de la ficción que los primeros datos de las elecciones han generado entre la población y entre distintos medios de comunicación. La democracia proporcional está más preocupada en representar que en concentrar el poder. Lo anterior provoca a veces problemas de gobernabilidad, pero se supone que mejora la cultura de gobernanza al habilitar más espacios para dialogar. Sin embargo, dicha lógica de funcionamiento democrático no ha sido siempre posible en los países latinoamericanos. Este tema, el de la concentración y la gestión del poder en los sistemas políticos latinoamericanos, ha generado interesantísimos debates en el campo de la ciencia política.
Destaca, por su profundidad y por los ríos de tinta que fue capaz de generar, la crítica que Juan Linz desarrolló contra los sistemas presidencialistas. El profesor de Yale señalaba que dicho sistema presidencialista incentiva el desarrollo de líderes carismáticos, mesías y salvapatrias que paradójicamente podían acabar destrozando el mismo sistema democrático que los había llevado al poder. El debate lo continuaron autores como Guillermo O’Donnell. El politólogo argentino consideraba que en América Latina no existían democracias liberales, que en dicha región se observaban las que él denominaba «democracias delegativas». Los ciudadanos delegaban el poder cada cuatro años a un Ejecutivo que aprovechaba esta carta blanca para intentar transformar el país sin tener en cuenta a las minorías en general y a los distintos grupos existentes en el país. Con ello existía el riesgo, una vez más evidente, de transformar la democracia liberal en una democracia iliberal. Esperemos que eso no suceda aquí, en la Guatemala de 2015. Jimmy debe tener claro que ha sido la segunda mayoría minoritaria, una ilusión electoral fruto del balotaje. La citada minoría mayoritaria ha sido la abstención, sumados el voto nulo y el voto en blanco.
La supervivencia de la democracia liberal depende de la capacidad del sistema para respetar los derechos de las minorías y las libertades individuales básicas, así como de ser capaz de edificar política pública involucrando a más actores, obteniendo el apoyo de un porcentaje realmente relevante de la sociedad. Si el nuevo presidente es capaz de internalizar todo esto y de construir gobierno teniendo en cuenta los resultados en su verdadera esencia, sí que podrá cambiar definitivamente la manera de hacer política en este país. Es una oportunidad no solo para Guatemala, sino para toda América Latina. Definitivamente sí hay una oportunidad de transformar la manera de hacer política en Latinoamérica. Pero la oportunidad en sí no asegura el éxito. Por favor, Jimmy, por el bien de todos, aprovéchela.
Este artículo apareció originalmente en Diálogos. Se reproduce con su autorización.
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