Sin embargo, no hay que perder de vista que durante todo 2018 se ha registrado un éxodo diario y masivo de personas centroamericanas que en algunos casos han migrado buscando mejores oportunidades de vida, pero que en los casos más extremos han decidido desplazarse forzadamente en busca de la mínima posibilidad de asegurar la sobrevivencia.
El antropólogo social Jorge Durand ha hablado desde hace algunos años del desarraigo como un mecanismo expulsor de la población centroamericana, especialmente la hondureña. Este mecanismo se une a otros factores expulsores como la pobreza, la violencia sistémica y las diversas crisis políticas, sociales, económicas y ambientales que se viven en la región. Según Durand [1]: «En este contexto desolador hay migrantes que pueden calificarse en la terminología clásica como económicos, los cuales buscan una salida en la migración para tener mejores oportunidades, pero los desarraigados optan por la migración porque ya no tienen nada que perder, nada que los ate al terruño, a la comunidad, al barrio, al país. Cualquier otra opción es mejor que permanecer donde están. Por eso viajan en el lomo de la bestia, sin recursos, sin dinero, sin capital social, sin saber siquiera adónde van, salvo que el Norte es su norte» (página 51).
Desde la primera caravana de hondureños y hondureñas que abandonaron su tierra el 13 de octubre, hemos conocido diversos rostros y relatos de ciudadanos originarios de los países del norte de Centroamérica que encajan perfectamente en la definición que Durand plantea sobre los migrantes «desarraigados». Hemos oído a personas decir que están arriesgando todo porque no tienen nada que perder en sus países de origen, que no saben dónde y cuándo concluirá su travesía, pero que confían en que cualquier sitio donde se establezcan será mejor que haberse quedado en su país. Estas caravanas han contribuido a visibilizar lo que en los últimos años ha sido una constante en la región centroamericana: un sentimiento y una realidad de desarraigo frente a las crisis sistémicas por las que atraviesan los Estados centroamericanos. Como se ha afirmado en uno de los pronunciamientos de la Red Jesuita con Migrantes, este éxodo destapó la trama política, social, económica y criminal que constituye el motor de las causas de la indignidad en la que huyen las personas centroamericanas.
En esta coyuntura es importante hacer notar que, en el caso de Guatemala, este año se cerrará con cifras históricas de aprehensiones en la frontera sur de Estados Unidos, así como de eventos de deportación de personas guatemaltecas desde este país del norte. Habrá que esperar las estadísticas hacia finales del año. Sin embargo, de enero a octubre de 2018 se registraron 42,712 eventos de deportación de personas guatemaltecas por vía aérea desde Estados Unidos. Este número ya supera los 32,833 que se registraron entre enero y diciembre de 2017. Como bien lo ha anotado Marta Sandoval en Plaza Pública: «De Guatemala se huye más que de Honduras. La caravana de migrantes, en su mayoría integrada por hondureños, resaltó un problema que ya conocemos y en el que Guatemala lleva la delantera. Cada año huyen muchos más guatemaltecos que hondureños con dirección a Estados Unidos».
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Por otro lado, no se debe olvidar que la crisis política de Nicaragua ha desplazado de forma forzada a cientos de ciudadanos de ese país, principalmente jóvenes, que se vieron obligados a salir de su país ante el temor a ser perseguidos por su participación en las movilizaciones sociales que han estallado allí desde abril de este año. Este desplazamiento ha tenido repercusiones muy fuertes en países como Costa Rica, donde se han recibido miles de solicitudes de refugio de personas nicaragüenses que han colapsado las capacidades de respuesta institucional de esa nación. Sin embargo, es posible encontrar ciudadanos nicaragüenses dispersos en casi todos los países centroamericanos a los que se han desplazado para asegurar la sobrevivencia. A pesar de que la cobertura mediática de esta crisis ha disminuido, dicha crisis continúa vigente y sigue desplazando a nicaragüenses diariamente.
Por tanto, ante la notoriedad que han cobrado las caravanas migratorias, también es fundamental que visibilicemos las caravanas diarias de personas migrantes centroamericanas que se desplazan en busca de mejores condiciones de vida o incluso de condiciones mínimas de sobrevivencia. Y al hacer esto, también es necesario que evidenciemos las profundas crisis políticas y sociales en las que se encuentran los países centroamericanos. Mientras no se emprendan acciones para solucionarlas, seguiremos siendo testigos de muchas más caravanas de personas migrantes.
[1] Durand, J. (2016). «El subsistema migratorio mesoamericano». En: Heredia, C. (Coord.). El sistema migratorio mesoamericano. México: Centro de Investigación y Docencia Económicas y El Colegio de la Frontera Norte.
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