El proceso electoral finalmente llegó a su fin, pero tras de sí ha dejado una estela de daños y problemas irresueltos que han prolongado la crisis que vive Guatemala desde el año 2015. También ha dejado en el aire la incertidumbre sobre el destino de la sociedad ahora que ya se conoce el perfil del nuevo gobierno para el período 2020-2024. Ahora nos toca visualizar las dinámicas que explican la victoria de Alejandro Giammattei, una primera tarea urgente, de manera que evitemos los fenómenos perversos asociados al recién concluido proceso de elecciones.
El primer aspecto obvio es que el fenómeno del recién llegado, o efecto Serrano, ocurrió por tercera vez en 30 años y de forma consecutiva en las elecciones 2015 y 2019. ¿Cuál fue el secreto para la victoria de Giammattei, un candidato reciclado de cinco elecciones anteriores? ¿Cómo se explica el meteórico ascenso de él entre primera y segunda vuelta? Giammattei triplicó sus votos al pasar de un poco más de 600,000 a casi 2,000,000, lo cual indica una tasa de crecimiento del 68 %, la más espectacular de la democracia guatemalteca en 30 años, considerando que este crecimiento ocurrió entre la primera vuelta electoral y la segunda.
El problema para el nuevo gobernante es que el análisis territorial de su voto demuestra que el apoyo a su candidatura no es orgánico ni coherente, ya que en los cuatro procesos en los que participó como candidato presidencial obtuvo resultados muy diversos, lo que apunta a que no se explican por una adhesión a su figura o a su propuesta política, sino más bien al probable descontento de los votantes con la opción rival, Sandra Torres, quien cosechó por segunda vez consecutiva una derrota, con el agravante de que en este proceso electoral se vio siempre como la opción ganadora.
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Explicar la victoria de Giammattei, por lo tanto, es explicar el papel que el miedo parece desempeñar en la democracia guatemalteca, expresado desde lo que se conoce como el mito del menos peor: los votantes se movilizan no a favor de una opción, sino en contra de la otra, tratando de evitar lo que consideran que puede ser un daño mayor. En esta consideración, por lo tanto, lo que mueve al ciudadano es el miedo y el desencanto más que la adhesión y la esperanza, y la gran contribución de este proceso electoral es que los datos de las elecciones del 2019 muestran claramente esta característica perversa de los ciclos electorales en Guatemala.
Sandra Torres, de hecho, parece ser la suma de todos los males: fue criticada por el sector más conservador por el hecho de ser una mujer que se atrevió a dejar su rol secundario, ya que para participar políticamente se divorció de su esposo, el expresidente Álvaro Colom (2008-2012); ha sido caracterizada emocionalmente como vengativa, con ansias de poder y con dotes extraordinarias para manipular las cosas a su favor, lo cual ya era un grave defecto si se considera que su partido había conseguido la bancada más numerosa en la novena legislatura (2020-2024), y fue señalada como parte del denominado Pacto de Corruptos, por lo cual la combinación de factores parece convertirla en el blanco perfecto de todo tipo de campañas negras en su contra. El resultado: un odio casi visceral que terminó beneficiando a Giammattei.
El análisis de los procesos electorales de Guatemala demuestra que el peso de los aspectos negativos es excesivo, ya que los que emergen como ganadores no han basado su victoria ni en su propuesta de gobierno ni en la calidad profesional de su candidato ni en lo idóneo de su equipo de gobierno, mucho menos en la adhesión a un proyecto político de largo plazo, sino más bien en la construcción de un enemigo público al que hay que derrotar en las urnas. En ese escenario, lo más importante es ubicarse como primera o segunda opción y abonar a su propia causa aduciendo que el contrincante es el enemigo que se debe vencer. En ese contexto, proponer un plan de gobierno serio y coherente es innecesario, ya que la fuerza del rechazo al contrario generará automáticamente la victoria. Desmontar esos perversos mecanismos es el desafío central de todos los que anhelamos un cambio en el proceso electoral 2023. De lo contrario, se repetirá el conocido libreto de una democracia capturada por el miedo.
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