Repetida año tras año durante los casi dos siglos desde entonces, el mito de la independencia lograda con fiesta social se ha incrustado en el imaginario social. De ahí ha sido fácil, casi no ha costado trabajo, hacernos creer que el civismo es llorar y aun morir por la bandera cuyos lados azul celeste flanquean el escudo de armas. Casi único en el mundo, puesto que incluye fusiles y espadas para defensa armada de esa supuesta libertad pacíficamente conseguida.
Sin embargo, lo que la historia no nos dice es que en realidad no nacimos a la vida libre. De hecho, el texto mismo del Acta de Independencia consigna en su primer artículo que dicho evento tiene lugar «para prevenir las consecuencias temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo».
Más claro no canta ni un solo gallo. El acto de declararse libres de la Corona española lo decretaron las familias de los criollos, esos personajes nacidos en suelo guatemalteco, pero descendientes de padres españoles peninsulares. Lo hicieron no solo a espaldas del pueblo en un diálogo y pacto de élites, sino precisamente para impedir que este proclamase su propia independencia. Lo hicieron negando la existencia de la pluriculturalidad en Guatemala. De ahí que desde la invasión mal llamada conquista y durante la colonización quedaran sentadas las bases de la arquitectura que daría lugar al nacimiento del Estado nación a partir del suceso de separación de la Corona en 1821.
Lo que se firmó en esa oportunidad fue la separación de quienes ya se habían apropiado de territorios que no les pertenecían, es decir, las primeras invasiones ilegales, armadas y con propósito de despojo ilegal. Y se suscribió para garantizarse el otro componente del maltrecho edificio que solemos llamar Estado: la indisposición a tributar. Como espíritu transversal aparece el componente racista y excluyente confesado en el primer artículo del Acta de Independencia.
Sí, así como se escucha. Guatemala no nace a la vida libre un 15 de septiembre de 1821. Guatemala nace a la vida estatal tutelada por un grupo de familias cuya descendencia aún subsiste y pulula en las esferas del poder. Nace para evadir el pago de impuestos, práctica todavía vigente en quienes han controlado el poder económico y, con este, el político del país a lo largo de los siglos. Y para ello se garantiza conducir la idea de libertad sobre la base de la exclusión de los pueblos originarios, mediante la imposición del patriarcado machista como doctrina y con base en una falsa idea de nacionalismo.
De tal suerte, las actuaciones dictatoriales del Congreso el 13 de septiembre no deben sorprendernos. Son ni más ni menos que el corolario de la construcción improvisada no de un edificio que simboliza al Estado. Manteniendo la analogía de la ubicación en un inmueble, a estas alturas y con el sistema por los suelos ante un nuevo y estrepitoso fracaso, Guatemala no llega ni a champa, mucho menos a constituir un edificio capaz de soportar cualquier embate. El sistema de partidos políticos nacido de las prácticas corruptas y escamoteras del proyecto independiente ha llegado a su fin.
Hace 196 años se legalizaron las bases del despojo de tierras comunitarias y la evasión fiscal. Ahora se consolida ese Estado mafioso mediante la instauración de una dictadura criminal ejercida por los carteles mal llamados partidos políticos que detentan la función legislativa. En menos de una jornada acordaron aprobar y legalizar el crimen, el latrocinio, y poco les faltó para otorgarse los reconocimientos y las medallas oficiales por sus servicios a la patria.
Guatemala no es un país independiente. Guatemala es un intento de sociedad que aún es incapaz de asumirse pluricultural y multiétnica. Es un proyecto que tiene ante sí la oportunidad de construir las alianzas indispensables para asumirse tal cual. Para ello no puede seguir repitiendo la misma historia y pretendiendo vivir como si nada ha pasado. El pacto de corruptos solo puede ser sustituido por un nuevo pacto social mediante una asamblea nacional constituyente inclusiva y plurinacional. De lo contrario, seguiremos repitiendo el mito de la historia oficial del 15 de septiembre.
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