¿Quién desea que un extraño entre a su casa y la investigue? ¿Quién aceptaría en su casa a un extraño que le esté diciendo cómo manejar su dinero o su conducta?
Sin embargo, hay mucho que decir de esta injerencia extranjera en suelo patrio. Siguiendo la analogía de la casa, ¿qué pasaría si usted es el jefe de familia y frecuentemente llega ebrio y bajo efectos de drogas, además de que golpea frecuentemente a su cónyuge, agrede verbal y físicamente a sus hijos, hace escándalo en el vecindario y es abusivo e impertinente con sus vecinos? Usted ha llegado al extremo de golpear fuertemente a sus hijos, por lo que su cónyuge ha pedido ayuda a los vecinos, que a su vez han solicitado la intervención de la fuerza policial. Derivado de ello, usted ha perdido gran parte del mando de su casa y la potestad sobre su familia. Ahora es vigilado, está obligado a rendir cuentas ante la ley y su libertad es condicionada a su conducta.
Está claro entonces que, cuando el jefe de la casa es un desquiciado que falta a sus mínimas obligaciones y maltrata a sus prójimos y a su familia, alguien debe ponerle alto. Y es obvio que su independencia de acción y decisión se ha comprometido.
Como este jefe de casa maltratador, los últimos gobiernos han actuado en contra de aquel al que se deben: el pueblo, al cual han golpeado, maltratado y humillado.
Por décadas los gobernantes han abandonado sus mínimas obligaciones, y la consigna de mejorar las condiciones de salud, de educación y de seguridad simplemente ha dejado de ser una prioridad. Estos malos gobernantes se han dedicado a enriquecerse con el dinero del pueblo; a apropiarse de tierras, casas, edificios, vehículos; a darse lujos exorbitantes, y a despilfarrar los fondos del Estado a manera de saqueo. Las pruebas están a la vista de todos: los casos Lago de Amatitlán, La Línea, Construcción y Corrupción, Negociantes de la Salud. El resultado, también palpable: un caos en el sistema de salud que ha tocado fondo y que ha dejado muchas víctimas, un incremento de los índices de pobreza, un aumento alarmante de las tasas de desnutrición, un sistema educativo estatal por los suelos, inseguridad con tasas de homicidios que nos colocan entre los cinco países mas violentos de América y un sistema vial que, lejos de ser moderno, muestra la verdadera cara del país: nulo progreso.
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La factura que hemos pagado como país ha salido muy cara, y estos años de retroceso se ven casi irreparables en el horizonte. Entonces, es indudable que la corrupción arraigada en el Estado como una tradición y forma de vida de los gobernantes ha repercutido en el grave retroceso económico y social que hoy vivimos.
La injerencia extranjera es a todas luces indispensable, sana y necesaria. Sin esta presencia se veía imposible llevar a investigación, juicio y condena a estos despreciables gobernantes dedicados a sangrar a nuestro país.
A nadie le gusta que le exploren el cuerpo, que lo desnuden, que lo vean detalladamente de pies a cabeza e incluso que lo vean por dentro en busca de males. Pero, si hay evidencia de que en su cuerpo se puede estar ocultando un peligroso y mortal cáncer, usted tendrá que dejar que lo desnuden, que lo vean con detalle, que lo exploren en lo más íntimo, con el objetivo de descubrir ese posible cáncer para eliminarlo antes de que haga siembras por todo el cuerpo y acabe matándolo.
Lectoras y lectores, lamentablemente Guatemala tiene cáncer y este ya avanzó, nos está matando, tiene ya siembras en todo el país. Este cáncer tiene nombre y se llama corrupción.
Toca aceptar esta verdad y tomar serias decisiones para eliminarlo si no queremos que él nos elimine como país. No podemos solos. Necesitamos intervención. Esta intervención debe venir de afuera, aunque temporalmente perdamos la soberanía. La comisión internacional contra la impunidad hará las veces de clínico y junto con el Ministerio Público y el Organismo Judicial deberá extirpar este cáncer, tal y como lo haría un grupo de cirujanos y oncólogos.
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Me expreso como ciudadano sin tener profundos conocimientos sobre administración, macroeconomía o política. Lo hago como un habitante de Guatemala con derechos y obligaciones, como un médico de salud pública que ha visto morir compatriotas por la caótica situación del sistema de salud a consecuencia de esta arraigada corrupción. En ese marco conceptual, estoy absolutamente convencido de que una entidad como la Cicig debe existir en el país. La ONU debería enviarnos un tipo más contundente que el licenciado Iván. Considero que él es muy profesional y lleva paso a paso las acciones de investigación. El problema es que esto lleva mucho tiempo. Creo que necesitamos un personaje más fuerte, más temido, alguien a nivel de los gobernantes en crueldad, que no tenga respeto ni miramientos con los corruptos, que no respete reglas, que se enfrente con las mismas armas que el enemigo, con la misma malicia, de tú a tú. Ojalá que, si se satisfacen las desquiciadas intenciones de Jimmy Morales de expulsar al licenciado Iván, nos manden a un tipo sin escrúpulos, que use todas sus armas legales e ilegales para arrancar este cáncer que cada vez está más fuerte y casi nos gana la batalla.
Deseo con todas mis fuerzas que veamos la luz al final de este túnel oscuro en el que nos han metido los del dúo malévolo del presidente y el vicepresidente actuales, secundados por las fuerzas del mal de la novena avenida, y que, como en un cuento de hadas, al final el bien venza al mal. Quiero que los cuentos en los que una vez, de niño, creí (que siempre tenían un final feliz) se den en nuestra patria. Deseo una Guatemala mejor y que se cumplan las estrofas de nuestro himno: «No haya esclavos que laman el yugo / ni tiranos que escupan tu faz».
Estoy a favor de la injerencia extranjera de la Cicig hasta que los aparatos de investigación del Ministerio Público estén garantizados, protegidos y blindados. Hasta que no existan jueces del pacto de corruptos dando desviadas sentencias. Hasta que en la novena avenida deje de respirarse la inmundicia que hoy se siente gracias a este grupo de lobos que ferozmente cierran filas para protegerse. Hasta que la manera de elegir a los gobernantes cambie y se dé una verdadera reforma electora, en la cual se prohíba el transfuguismo, la compra de voluntades y por supuesto la corrupción.
Creo que solo hasta que estos cambios se den podremos prescindir de la Cicig.
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