Dicho síndrome ha puesto de rodillas al mundo entero y ha puesto a prueba a los mejores sistemas de salud. A pesar de que estamos en pleno siglo XXI, caracterizado por ser una era de avances tecnológicos y de globalización, una época afortunada en la medicina, el SARS-CoV-2 está ganando la guerra a pulso, ya que las víctimas en corto tiempo llegan a los millones. La repercusión no es de índole solo médica, sino también social y económica.
Muchas naciones han volcado sus esfuerzos a combatir la enfermedad, a prevenir su propagación y a fortalecer sus sistemas de salud preventiva y curativa. La guerra está en plena efervescencia, y algunas batallas, como la creación de las vacunas, han permitido avanzar en prevención. En el campo de batalla es asombroso ver cómo en tiempo récord algunos países han construido hospitales especializados y han engrosado las filas del ejército de salud. Sin embargo, hay otros países como Guatemala que están perdiendo la guerra sin dar batalla.
Lleno de contradicciones, el presidente maneja la pandemia según su humor. Unos días le otorga relevancia y hasta se enoja por la irresponsabilidad de los compatriotas que no toman conciencia de los cuidados, pero en otros momentos insta a llenar las playas y los centros comerciales y a fortalecer la economía. Este vaivén ha provocado que el manejo de la pandemia sea producto más de la política que de la ciencia.
El sistema de salud pública, históricamente abandonado desde 1954, recordado solo en tiempos de proselitismo, con recursos escasos y coberturas por los suelos, ha brindado una atención mediocre a la población más necesitada. La base de esto ha sido un presupuesto insuficiente para enfrentar tanta necesidad. Este 2020 tuvo un giro inusual nunca antes visto, y el Gobierno logró proveerse de miles de millones de quetzales para enderezar el barco. Esta pandemia fue una gran oportunidad para que el Gobierno invirtiera en salud suficientes recursos para mejorar todos los niveles de atención: tener un fuerte sistema preventivo y de vacunación masiva, mejorar las condiciones de la red hospitalaria y, al fin, después de 50 años, hacerla crecer construyendo más hospitales y haciendo crecer ese ejército de salud pública que enfrentaría la pandemia. Se tuvo un conveniente estado de calamidad que permitía agilidad en compras, contrataciones y adquisiciones de infraestructura, medicamentos y personal.
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Lastimosamente, hoy, 17 meses después, estamos esperando que se mueva un centímetro el vehículo en el que se moviliza el señor presidente, que tiene lleno el tanque de su carro último modelo, pero que no va a ningún sitio.
Y así es como llegamos al panorama actual: vacunación basada en donaciones y dádivas generosas de los países que sí se preocupan por sus habitantes y también por sus vecinos (hasta jeringas nos han regalado). El lento y parsimonioso sistema de vacunación ha llevado la inmunización apenas al 3 % de la población.
La red hospitalaria, lejos de crecer, está peor que hace 17 meses: paupérrima, más necesitada, más agobiada. Los hospitales, inundados en virus y acorralados por la falta de espacio para la patología covid y no covid.
Recuerdo la ilusión que tuvimos cuando se declaró que el hospital del parque tendría 3,000 camas y el mejor de los intensivos. El tiempo fue pasando y esta promesa se convirtió en 300 camas, en un intensivo que por meses pasó sin oxígeno, en personal de salud insuficiente y en problemas para pagarle a este.
Señor presidente, le exijo que dé batalla, que arme a sus soldados, que construya más trincheras. Quizá lo inspire más el tono militar, porque el científico pareciera que le molesta. Le recuerdo que el artículo 183 de la Constitución lo obliga a dictar disposiciones necesarias en casos de emergencia grave o de calamidad. También le sugiero que sus asesores revisen los artículos 3, 91, 92 y 93 de la ley citada, pues están dejando de cumplirla. Vea los hospitales: la gente grave ya no tiene espacio. La muerte es la única que libera camas. Los guatemaltecos están muriendo. Compren vacunas, construyan hospitales, compren medicinas, cumplan la ley, cúmplanle a Dios, cúmplanles a los guatemaltecos. Los médicos seguimos dando la batalla, pero estamos cansados y ya no tenemos armas.
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