Haber llegado a esta fase ha significado un recorrido muy largo, un ejercicio de paciencia y dignidad inquebrantables. Doña Emma Theissen Álvarez viuda de Molina, madre de Marco Antonio y Emma, refleja en su rostro la huella del dolor y en su mirada la luz de la nobleza que guarda su corazón.
Con la sencillez que le es propia, agradeció a quienes han acompañado el caso ante las cortes nacionales en virtud de lo que significa la etapa completada. Ahora, superadas las acciones de primera...
Haber llegado a esta fase ha significado un recorrido muy largo, un ejercicio de paciencia y dignidad inquebrantables. Doña Emma Theissen Álvarez viuda de Molina, madre de Marco Antonio y Emma, refleja en su rostro la huella del dolor y en su mirada la luz de la nobleza que guarda su corazón.
Con la sencillez que le es propia, agradeció a quienes han acompañado el caso ante las cortes nacionales en virtud de lo que significa la etapa completada. Ahora, superadas las acciones de primera instancia y fase intermedia, el caso debe ir a juicio oral y público. Para ello, doña Emma actuará como querellante adhesiva en representación de su hijo desaparecido. Para ella, a quien al inicio pretendieron negarle la maternidad de su retoño secuestrado por miembros del Ejército guatemalteco, es una conquista importante. Porque esa pretensión se extendió hasta querer impedir que actuase como querellante. Hubo resistencia de los sindicados y de su defensa para que se admitieran como prueba los elementos de convicción presentados por el Ministerio Público.
Sin embargo, el tribunal rechazó las pretensiones de la defensa de los cinco sindicados y aceptó la evidencia: esa prueba que muestra cómo el secuestro de Marco Antonio, de apenas 14 años de edad, fue una represalia, un vil acto de venganza de un grupo de hombres al servicio del Ejército que se sintieron burlados. La fuga de una mujer menuda que se escapó de las mazmorras donde la tenían les representó una afrenta y pretendieron cobrarla. Querían con ello obligar a Emma Molina Theissen a entregarse a sus garras.
Pero ella no supo que la maldad en uniforme y con poder había viajado desde Quetzaltenango a la capital mediante las órdenes del canal de inteligencia. No supo que esas órdenes instruían que del registro ilegal y abusivo a la casa de sus padres debían llevarse una prenda: un niño de tan solo 14 años que tenía la vida por delante. Arrebatado por la fuerza de los brazos de su madre, nunca más se ha sabido de él. No hay noticia de su paradero. No hay conocimiento de su destino. Silencio, complicidad, impunidad han sido la tónica hasta hoy.
Finalmente, el Tribunal C de Mayor Riesgo de Primera Instancia ha concluido la fase intermedia y ordenado que el caso vaya a juicio oral y público. De tal suerte, el tribunal de sentencia que preside el juez Pablo Xitumul deberá conocer los elementos de prueba y escuchar testimonios y peritajes para emitir una sentencia.
Los elementos de evidencia que ha ofrecido la acusación configuran los delitos por los cuales está ligado a proceso el exjefe del Estado Mayor General del Ejército Benedicto Lucas García. Junto con él enfrentarán juicio el exdirector de inteligencia Manuel Callejas y Callejas, el oficial de inteligencia de la zona militar de Quezaltenango Hugo Zaldaña Rojas y el comandante y el subcomandante de la instalación, Francisco Gordillo y Edilberto Letona, respectivamente. En su calidad ya de perpetradores en la zona en Quetzaltenango, ya de jefes de la estructura en el centro del poder, responsable de la estrategia, los cinco deben responder.
Deben responder ante la sociedad, ante la historia, ante la familia Molina Theissen. Pero sobre todo ante doña Emma. Con ella hay una deuda histórica por saldar. Tiene derecho no solo a escuchar una sentencia que condene a los perpetradores de su dolor y de los crímenes contra su hijo y su hija. Tiene derecho a saber en dónde está Marco Antonio y a darle a sus restos el descanso digno que merecen. El tribunal tiene esa responsabilidad y no puede ignorarla. Esa espera digna de 36 años solo puede ser compensada con un verdadero acto de justicia.
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