Todos los hospitales sufren serias precariedades, pero, como médico de uno de ellos, puedo contarle al detalle el caos que se vive en el San Juan de Dios. La falta de medicamentos básicos para tratar graves enfermedades se ha vuelto parte de la cotidianidad. Esta semana, el abastecimiento de medicamentos no superaba el 50 %. Entre otros problemas no menores encontrará que el servicio de calderas funciona a la mitad de lo esperado; un único equipo viejo de rayos X se usa para más de 800 encamados y 500 emergencias diarias, cuando debería haber al menos ocho; y la cocina funciona con extrema escasez, que se traduce en dietas insuficientes y pobres nutricionalmente para los pacientes internos. Además, el mismo ascensor que se usa para trasladar desechos biológicos y basura común se usa también para trasladar pacientes, ya que es el único que se encuentra medio funcionando, cuando deberían estar habilitados 14. La consulta externa se encuentra en paro técnicamente, no por decisión de los médicos, sino debido a la falta de camas y de insumos, de modo que los usuarios que necesitan ser ingresados deben esperar meses. Asimismo, el hospital cuenta con un equipo de mamografía inservible desde hace ocho meses, un solo equipo de endoscopia para todo el hospital y, en general, instrumental quirúrgico viejo y en mal estado.
Todo esto se traduce en una limitada y mala atención a los usuarios o en una atención a medias. Esta situación nos ha obligado a dar tratamientos muy lejos de los estándares ideales. Nos toca escoger, de los pocos medicamentos que hay, lo menos peor. Tenemos que adivinar diagnósticos por falta del instrumental necesario y hacerlos dentro del marco esperado. Incluso, en algunas situaciones nos vemos en la disyuntiva de decidir quién vive o muere. Como ejemplo de ello, de seis pacientes que necesitan ser conectados a un ventilador para que el paciente respire, solo uno podrá tener acceso a este. ¿A quién escoger para conectarlo a la máquina? ¿Y el resto?
En muchas ocasiones nos toca observar cómo algunas víctimas de lesiones tardan semanas en ser operadas por la falta de recursos, cuando en tres días irían a casa a recuperarse si se contara con los medios suficientes.
Este caos que le he descrito en pocas palabras se origina en un presupuesto insuficiente para el sistema de salud y la red de hospitales, que cada año es contraído (el presupuesto solicitado en 2016 para el San Juan de Dios fue de 600 millones de quetzales, pero el asignado fue de 400 millones). A lo anterior agréguesele el arrastre de deudas a proveedores adquiridas en los años 2014 y 2015 (la deuda aproximada del San Juan de Dios es de 100 millones). Además, hay inconsciencia de parte de las autoridades financieras, que someten a las hospitales a techos presupuestarios, con las consecuencias de falta de recursos mínimos para atender, pues visualizan solo números y no tienen en cuenta que cada quetzal significa una medicina menos, como usted mismo lo dijo en uno de sus discursos. Sus ministros de Salud y de Finanzas conocen exactamente los números de todos los hospitales. Se sabe que la deuda de los pasados años supera los 500 millones y que el déficit de este año en el Ministerio de Salud fue de más de 1 000 millones.
Las soluciones no son fáciles, por lo que el tema debe abordarse con seriedad, conciencia, prontitud y contundencia. Los que hemos estado y seguiremos estando vigilantes de la problemática esperamos que a la brevedad usted se reúna con su gabinete para discutir, de una manera profesional, las distintas salidas a la crisis, ya que, desde nuestra perspectiva, y siendo quienes estamos en el día a día luchando por resolver dentro de nuestras capacidades algunos de los problemas señalados, esta crisis debe enfocarse como un problema urgente de nación.
El pueblo de Guatemala se ha manifestado por diferentes vías y exige medidas inmediatas y efectivas para salir de esta situación tan lamentable. No podemos esperar que la ausencia del Estado siga cobrando más víctimas. Este es un pueblo que ya ha sufrido suficientes violaciones a sus derechos y que ha conocido de frente la cara de la corrupción.
Ahora es un pueblo beligerante, consecuente, que ha adquirido conciencia de que debe luchar por sus derechos. Solo pedimos que se cumplan los mandatos constitucionales establecidos en los artículos 93, 94 y 95 y que la salud se respete como un derecho humano reconocido nacional e internacionalmente. No es con limosnas ni con donaciones como se va a resolver esta crisis.
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