Por eso, cuando don Benjamín compartió algunas lecciones del impresionante trabajo de desarrollo económico que la Asociación CDRO realiza desde hace más de tres décadas con las comunidades en Totonicapán, sentí de nuevo ese desarraigo silencioso que padecemos muchos capitalinos. Hay que practicar la mirada doble, y eso casi no se hace, decía don Benjamín. Ver lo inmediato y lo futuro, lo cercano y lo lejano, la planta que crece y el ecosistema en el que coexiste. Está bien ver más allá de nuestras fronteras —y es necesario—, pero no ignoremos lo que tenemos aquí.
Por ejemplo, hay grandes esfuerzos por crear un Silicon Valley en Guatemala, y poco se conoce del modelo empresarial comunitario que funciona en el occidente del país y que quizá se adapta mejor a la realidad de la mayoría de quienes desean o necesitan emprender. O denunciamos con rabia los hechos violentos por el desalojo de los vendedores ambulantes en la sexta avenida. Sin embargo, somos incapaces de entender que solo es una parte muy pequeña del conflicto y que fallamos, por lo tanto, en reconocer la violencia estructural —producto de la negación sistemática de necesidades básicas— y la violencia cultural que le da legitimidad con actitudes egoístas y agresivas hacia los demás, especialmente hacia los marginados, amplificadas por las redes sociales.
Si vemos lo cercano, obviamos lo lejano. Si nos deslumbra lo remoto, lo próximo se vuelve irrelevante. Practicar la doble mirada, como decía don Benjamín, nos permite ir más allá. Por cuestiones geopolíticas fue importante seguir de cerca las elecciones en Estados Unidos, pero que estas no nos distraigan de la preocupante reconfiguración de poderes oscuros en el Ejecutivo, el Judicial y ahora el Legislativo. Nos desgastamos respondiendo a quienes creen que hacen ruido con discursos obsoletos, pero no vemos que son operadores de esas estructuras que buscan garantizar la impunidad en nombre de la justicia selectiva y la supremacía ideológica. Desacreditamos a quienes salen a manifestar en el horario que su situación laboral y personal les permite, pero no vemos que ese ejercicio puede iniciar conversaciones, redes y acciones más contundentes que de otra manera no se darían.
Pongámonos los bifocales, que las oportunidades escasean. Ahora llegan las reformas constitucionales al sector justicia, que buscan mayor independencia, profesionalizar la carrera de los jueces, restringir el abuso de la inmunidad de funcionarios y buscar mayor inclusión y pluralidad en nuestro sistema. Sin embargo, hay sectores que se aferran al discurso del racismo y tratan de desvirtuar estas reformas y de enfocarlas únicamente al tema del pluralismo, ya que perderían mucho poder de injerencia al desaparecer las cuestionadas comisiones de postulación. Y eso, por supuesto, no lo admitirán públicamente.
Un sí a estas reformas no es solo un sí a mejorar nuestro sistema de justicia. También es un golpe necesario a la impunidad con la que operan grupos paralelos de poder. Es un sí a seguir la labor anticorrupción de 2015. Es un sí a que todos seamos, también en la práctica, más iguales ante la ley. Es un sí a ponerle un alto a que la justicia sea solo para el mejor postor. Apliquemos las dos miradas y veamos más allá: lo urgente de apoyar estas reformas, lo inmediato de su efecto para evidenciar a quienes no quieren que las cosas cambien para seguir beneficiándose de la impunidad y su valor para las generaciones futuras de nuestro país en el marco de una oportunidad que no podemos dejar pasar.
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