Pero, dado que el tema resulta álgido y —aunque estamos enfrentado un momento particular e innegablemente valioso para la sociedad— los ánimos siguen caldeados y el ambiente lleva ya un rato saturado de dedos acusatorios (con mayores y menores grados de legitimidad), de nucas tensas y frentes sudorosas (con mayores y menores grados de responsabilidad) y de personas fundamentalistas con notoria visibilidad (con mayores y menores grados de sentido crítico) que se evidencian como muy poco dispuestas a aceptar posturas ni siquiera milimétricamente divergentes, decidí no hacerlo en protección a este medio que tanto valoro y, por ende, llevarlo exclusivamente a mis redes personales. Sin embargo, inspirado por un poderoso ensayo de Mariel Aguilar-Støen con el cual las ideas que pretendía plasmar encuentran cierta intersección (salvando las distancias, claro, pues ella es una académica formal y yo, siendo generosos, apenas un opinador amateur), sintiéndome invitado por una frase de su texto («si quienes están en desacuerdo o quienes tienen pensamientos u opiniones diferentes no los pueden expresar por temor a ser atacadas, ridiculizadas, insultadas, o ser acusadas de no ejercer sororidad, este debate ya acabó y no cambiamos nada»), decidí publicarlo y, aun arriesgándome a cierta dosis de escarnio e incomprensión, optar por la posibilidad de abrir espacios de discusión sobre temas que llevamos poco tiempo masticando y, ciertamente, sobre los que pareciera haber escasa digestión. Comparto, entonces, lo escrito ese día:
[relacionadapzp1]
«Voy a mencionar algo que me parece de cierta relevancia, pero con la aclaración previa de que mi objetivo no es en momento alguno hacer una apología del macho acosador ni tampoco negar que el no es no es un concepto fundamental y necesario. Sin embargo, trato de explicar(me) cierto matiz innegable respecto a eso segundo, reiterando que para nada con lo que pretendo plantear abarco el horrendo y demasiado común suceso de una violación. Me refiero más bien a la insistencia verbal luego de un primer no. Y es que ocurre que, dado que el patriarcado niega los cuerpos (principalmente los de las mujeres, pero en general el de quien no se exprese dentro de la heteronormatividad), el uso y goce pleno de su sexualidad —cosa que sí es antinatura, mire usted la paradoja—, muchas personas se sienten forzadas a postergar su deseo genuino con un no a fin de no verse muy putas. Eso, claro, ha conllevado consuetudinariamente cierto juego social/cultural de persistencia benevolente (por llamarlo de algún modo) que tal vez podamos llamar cantineo.
»Me siento forzado a reiterar que para nada, nunca, bajo circunstancia alguna, incluyo en eso cualquier tipo, ni menor ni mayor, de abuso físico. Eso es otra cosa.
[relacionadapzp2]
»Mi fin con esto, que, claro, está completamente sujeto a contrargumentos de toda índole y desde cualquier persona, es resaltar algunos posibles factores para, quizá, comprender esa insistencia luego de un posible no, que, para mal o para bien, innegablemente hemos normalizado y que ahora, de pronto, nos tiene a muchos hombres con un gran signo de interrogación sobre la cabeza (y no, no nos estoy llamando pobrecitos):
[frasepzp1]
- »Es real que muchos y muchas damos un no en irreversible definitiva porque en serio no queremos y es real que eso lo hacemos con distintos grados de asertividad, cosa que depende de herramientas emocionales que no todos tienen o que no están presentes en todo momento.
- »Sin embargo, también es real que muchas y muchos decimos no porque siempre o a veces nos da pena decir sí demasiado pronto, aunque quisiéramos decir sí. También es real que, tradicionalmente, dentro de ese juego medio asqueroso de los roles sexuales, es al hombre —con su tosquedad— a quien le toca tratar de dar lectura a ello.
- »Es real que seguimos viviendo en sociedades cuyos miembros no se sienten empoderados ni libres en el pleno ejercicio de su sexualidad y que la moralina sigue siendo un elemento innegable del contexto de las mayorías, que no han leído ni picha de feminismos ni de patriarcado.
- »Es real que todos juntos, pero principalmente los hombres, dentro de esa lectura que supone que les toca, estamos acostumbrados a que insistir es normal, y es real que urge reaprenderlo todo, incluyendo el hecho tajante de que debemos acostumbrarnos a que no es no, aun con la lejana o cercana posibilidad de que detrás haya un tal vez o un sí que ya no nos tocará tratar de discernir.
- »Creo firmemente —como hombre que soy y desde mi propia experiencia y autocuestionamiento— que la insistencia sin agresión física (y sin querer dar a entender que lo que toca es seguir insistiendo como si nada) es un asunto que se presta a más matices que solo concluir a priori en llamarle a alguien acosador o agresor, aun cuando bien pueda llamársenos imbéciles o patéticos (y quizá eso seamos).
»Total, es todo un reaprendizaje social, cultural y hasta político este que estamos viviendo. Aunque haya años de lucha y estudio detrás, para la mayoría se siente como algo que cayó de sopetón en estos últimos dos años. Pero es nuestra obligación colectiva cuestionarnos y reflexionar abiertamente.
»En todo caso, lo más importante de todo esto no es cómo las concepciones pos-#MeToo y pos-#TimeIsUp nos afectan a personas que, mal que bien, tenemos herramientas y conocimientos y podemos denunciar y reflexionar con cierta propiedad, sino cómo hacemos con todo ese mundo por fuera de la burbuja progre que jamás se ha cuestionado no solamente los matices del acoso, sino su posibilidad de dar sí y no en absoluta libertad, sin temor alguno».
Más de este autor