El presidente Morales ha pasado aplastado y escondido buena parte de los patéticos y (pareciera) eternos meses que lleva en su puesto. Haciendo berrinches y maldades, claro, pero bien guardadito. Ah, pero de pronto por la consulta popular empieza gira nacional (orgulloso de visitar apenas 14 departamentos, como si no hubiera 340 municipios). Y eso, por supuesto, responde a que sabe [bueno, lo saben los asesores, que Morales es obvio que no sabe ni hacer chistes para prepúberes] que la inasistencia a las urnas se reflejaría como un estrepitoso fracaso de su gobierno. Y, ¿saben?, creo firmemente que eso es lo que merece, como mínimo. No solo el sistema educativo lleva décadas erosionándose hasta dejar apenas parales de madera podrida y techos de lámina oxidada sosteniéndolo, no solo el sentido crítico es contra lo que se lucha en escuelas, colegios y universidades, sino que, encima de eso, convocan a consulta popular y la información sobre el tema es absurdamente escueta y deficiente. Ni en eso hubo esfuerzo digno. Claro, costando más de 300 millones, que también ignoro si es un monto justificado. Tenemos en este momento una ministra de Relaciones Exteriores que da casi la misma vergüenza que el presidente —quisiera decir que es vergüenza ajena, pero en realidad es propia—, ambos en plena lucha contra la lucha anticorrupción y, de pronto, llenándose la boca con el discurso del patriotismo, apenas a dos sílabas de salir con el clásico y estúpido belicesnuestro, que es convenientemente usado para alentar el nacionalismo. ¿Les parece berrinche mío? Bueno, tal vez lo sea. Pero genuinamente lo considero mi derecho ciudadano y prefiero ser el niño de aquella famosa foto, acalorado y desesperado, evadiendo con su suéter a un presidente imbécil con sonrisa de fachada y tono de tonto de caricatura que no se da cuenta de nada, y no que mi berrinche sea como el del mismo presidente, declarando no grato a quien le cuenta las costillas o evadiendo a la prensa. Si él se permite sus berrinches, me permito yo el mío, que además lleva conciencia y meditación de por medio. Insisto: simbólicamente y precisamente por el costo pecuniario del referendo, el abstencionismo es más que nunca una poderosa arma de reproche.
Como es usual en casi todo ámbito, muchos de los usuales defensores de «hay que votar, hay que votar, hay que votar» (a quienes suelo casi invariablemente responder con el glorioso meme de los ojos en blanco) dicen que si uno no planea votar este domingo en la consulta popular (o si se planea votar por el no), es porque «no comprende». Pffff. Como si los votantes siempre comprendieran los requisitos y las implicaciones no digamos de un voto en particular, sino de la democracia… Pues no, fíjense: uno puede perfectamente comprender, haber investigado el asunto —que, claro, no lo vuelve a uno experto, pero no se supone que llaman a votar a la población porque todos lo sean—, y derivado de ello saber que sí, que, en efecto, el diferendo territorial con Belice es un asunto histórico que sigue abierto desde el siglo XIX, que en 2013 por fin iba a ocurrir y que Belice lo saboteó, que el Congreso (mjm, la mismísima nave nodriza del pactodecorruptos) sospechosamente ordenó la consulta en agosto pasado mientras fraguaban toda clase de cercos de porquería para protegerse a sí mismos y a los suyos y que, bueno, «ya por fin toca». Pero, vaya, seamos honestos: tampoco que ese tema siga pendiente jode gran cosa ni nos mejora ni empeora la vida a los guatemaltecos. Da lo mismo porque nuestros problemas de fondo poquísimo o nada tienen que ver con ello. Claro, ha habido un par de casos con algunas valiosas vidas perdidas debido a lo difuso de la adyacencia, pero valiosas vidas se pierden en Guatemala todos los días y esas otras sí responden a urgencias en las que se nos debiera escuchar a los ciudadanos. Y esas, misteriosamente, no le importan ni al Congreso ni a Blackpitaya. Y, vaya, si gana el sí —que seguro va a ganar así lleguen a votar solo 100 buenoschapines—, ya luego [se supone que] viene la consulta popular en Belice que por algún motivo las almas puritanas que votan y promueven la obligación de votar juran que no volverá a ser saboteada como ya lo fue (oh, sorpresa), además de tener que encargarse de armar y presentar el caso ante la Corte Internacional de Justicia. Pienso, además, de qué demonios le servirán a Guatemala, llegado el momento, esos más de 12,000 kilómetros cuadrados en disputa (que representan más de la mitad de todo el país beliceño) como no sea para cagarse peor en ellos. Para más inri, en caso de que en uno de los dos países gane el no, habrá que repetir el referendo —cual Sísifo millonario— hasta conseguir el sí por parte de la ciudadanía. Y con eso como condición [porque lo es, no lo estoy malinterpretando ni exagerando] pudimos haberlo hecho en otra época que no fuera de vacas a punto de morir de inanición.
Si quieren, vayan y respondan a esa pregunta con más palabras que el vocabulario entero del presidente. Es su derecho, claro, sepan o no sepan a qué van y por qué. Pero también es el mío tener esta postura y explicarla (si quiero) y promoverla y discutirla cuando quiera y no discutirla cuando no. En todo caso, sepan que Belice no es nuestro: debe ser de Israel, el pueblo elegido por YAHWEH. (Sí, esta última es guasa, tranquilos).
Cambio y fuera.
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