Y sin darme cuenta, sin proponérmelo, dejé abiertas las compuertas.
Y recordé a Oliverio Girondo cuando escribió “llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando. Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar. Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca. Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!”.
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En este país he llorado muertes, vilezas, injusticias, descaros. Niñas y adolescentes asesinadas por el Estado, mujeres violadas en la guerra, lloré con el corazón, con el cuerpo, con las rodillas cuando asesinaron a mi amigo Raúl. Pero también ha habido llantos de alegría, nudos en el estómago y piel erizada. Como cuando al genocida lo alcanzó la historia y la justicia, o cuando las mujeres de Sepur Zarco se quitaron el velo que les cubría la cara. O hace unos días, cuando lo que parecía increíble sucedió. Y entonces, ¿por qué lloraba en la camioneta? Porque soy necia y me niego a pensar que el horizonte sea tan estrecho, que esta tierra siga expulsando a sus hijas e hijos, a tener que seguir despidiendo amistades, a que gane el silencio y la autocensura, a que el miedo y el exilio se nos hagan costumbre. A que esta no sea la tierra donde puedan vivir mis hijas, a tener que irme, a darme por vencida.
Ojalá esta vez la rabia, el dolor, la esperanza y la dignidad nos sirvan como elementos movilizadores y este mundo nuevo que soñamos pueda más que ese envejecido que no quieren dejar ir porque se les acaban los privilegios. Ojalá se rompan las barreras de lo posible, el silencio se nos llene de voces, de gritos, de alegría y el “nosotros” sea más fuerte que el “ellos”.
Ahora, que nos hemos atrevido a pensar más allá de lo que el sistema decía que era posible, que contamos con esa estimulación creativa, ahora es cuando. Porque como dice mi coterráneo Raúl Zibechi "en la dominación coexisten la subordinación con la rebelión” y esa rebelión permanente, que no vimos venir porque estaba enterrada, hoy emergió y quiero pensar que es imparable. Elijo pensar que así es. ¿Y ahora qué sigue? No lo sabemos, podemos agudizar lo viejo conocido o atrevernos a inventar lo que creíamos imposible.
Ojalá la próxima vez que llore por este país sea como acto liberador y llore todo el almuerzo y la digestión, como me dijo Girondo, pero que no me detenga y siga caminando con memoria, con justicia, con esperanza. Y con mi gente querida de vuelta.
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