A “la Pepa” la redactó un grupo de clérigos, funcionarios públicos, militares, burgueses, abogados, propietarios, comerciantes, catedráticos, marinos y médicos, aunque se dijo, como se dice siempre de toda constitución, que fue redactada por “representación popular”. Su sobrenombre proviene, supuestamente, de haber sido promulgada el día de San José (Pepe=Pepa), y se usó para poder vitorearla sin problema durante una época posterior cuando fue derogada.
Esa constitución, que sigu...
A “la Pepa” la redactó un grupo de clérigos, funcionarios públicos, militares, burgueses, abogados, propietarios, comerciantes, catedráticos, marinos y médicos, aunque se dijo, como se dice siempre de toda constitución, que fue redactada por “representación popular”. Su sobrenombre proviene, supuestamente, de haber sido promulgada el día de San José (Pepe=Pepa), y se usó para poder vitorearla sin problema durante una época posterior cuando fue derogada.
Esa constitución, que sigue siendo ícono de los defensores de la monarquía parlamentaria, heredó al constitucionalismo latinoamericano la separación de poderes, la soberanía nacional y una serie de derechos como el sufragio universal masculino (aunque indirecto), la igualdad ante la ley, la propiedad, la educación y la imprenta. Se dice que jugó un importante rol en el pensamiento liberal español y de los criollos latinoamericanos, no solo porque en su redacción participaron diputados latinoamericanos, sino porque su texto abolió los cuatro Virreinatos (Nueva España, Perú, Nuevo Reino de Granada y Río de la Plata) y proclamó que la nación española era la unión de los españoles de ambos hemisferios, ese territorio que hoy conocemos como Iberoamérica.
En coincidencia con el bicentenario de la Pepa, los jefes de Estado de Iberoamérica organizaron una de esas reuniones encopetadas y repletas de discursos soporíferos que ni ellos mismos aguantan enteros con un poco de interés fingido. Me dispuse a ver la transmisión en directo: algunos se entretenían cuchicheando, otros acudían al clásico recurso de la mirada perdida en algún punto fijo para viajar mentalmente a otro sitio, y no faltó quien estuviera tecleando mensajes en su smartphone. Si hay gente para todo. Aunque me entretuve escuchándoles saludarse rimbombantemente entre sí y llamándole “su majestad” a un pobre hombre que ya se quedaba dormido, en algún momento me aburrí de los lugares comunes: el flagelo del narcotráfico, el crimen organizado, la seguridad hemisférica, la “unidad” iberoamericana… Decido entonces iniciar la cuenta regresiva, esperando con morbo uno de esos chispeantes momentos que no deberían faltar: sin embargo, esta vez no hubo un “¿por qué no te callas?” un “Ayer estuvo el diablo aquí, en este mismo lugar. ¡Huele a azufre todavía esta mesa donde me ha tocado hablar!” o al menos un “No sea pendejo, Dr. Insulza (…) usted está muy equivocado (...) vaya con sus insulcerías a otro lado”. Qué va. Chávez no llegó y, dicha sea la verdad, el hombre se pinta como nadie para esos insustituibles momentos picosos entre señores de traje y corbata.
Qué aburrido. Apago el televisor y me quedo pensando en la Pepa, en esa construcción artificial que nos dejó, en Iberoamérica. ¿Qué nos representa Iberoamérica? Vaya… a menudo creo tener claridad de ciertas cosas, y no es sino hasta que me hago las preguntas directas cuando me doy cuenta que solo había pasado de puntillas por ellas. ¿Será que Iberoamérica se reduce a la imagen de esta bola de protocolarios señores o la Pepa nos dejó algo más que cumbres presidenciales y acuerdos comerciales? ¿Será que hay algo más en común que la relación colonial que se asocia generalmente con el idioma y la religión compartidos?
Pienso en mi amiga Carmen, gaditana como la Pepa, a quien hago traducción simultánea de las películas argentinas que disfrutamos viendo juntas; pienso en mi entrañable familia de Valparaíso en Madrid, en las tardes de guitarra, charango y melódica y en el mejor pisco sour del mundo, ni chileno ni peruano, sino al buen estilo de Paula; pienso en situaciones como la que se vive en la frontera norte de México o la de la paz en Colombia, y en cómo antes me interesaban menos que ahora que tengo sinceramente una parte del corazón ahí; pienso con angustia –por qué no decirlo– en esa clase media española en vías de extinción, en mis seres queridos que hacen parte de ella y en aquellos que se refugian en el suicidio a causa de un desahucio que materialmente es de su casa pero simbólicamente lo es del mundo de las certezas, del futuro, de un bienestar que se cae a trozos imparablemente… pienso que en ese universo nuestro y no en el de las “cumbres” debería ser o renacer Iberoamérica. Pienso, en todo caso, en el mundo que está terminando, y quisiera imaginar el que viene con menos terror.
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