La tenencia, control y aprovechamiento de la tierra de los pueblos ancestrales, desde 1524 a la fecha, es base de la riqueza de las élites y también la causa de conflictos sociales, violencia, racismo y hambre continuada. A pesar del desarrollo de nuevas ramas económicas: industria, comercio, finanzas, tecnología, etc., la tierra sigue siendo en pleno siglo XXI el factor de dominación, explotación y discriminación.
En la colonización, Guatemala es caso especial debido a que la motivación de los invasores era la búsqueda de oro y plata, que no encontraron en cantidad suficiente, por lo que no les quedó más que apropiarse de las tierras y la mano de obra indígena como botín de guerra, factor de enriquecimiento y poder. La situación cambió radicalmente luego de finalizada la segunda guerra mundial, cuando las avanzadas de técnicos estadounidenses que estudiaban al país (más bien Latinoamérica) detectaron que sí existía oro en abundancia, pero eso no significó liberar la tierra para garantizar la alimentación de la sociedad, al contrario, se retuvo y se amplió con expropiaciones de tierras comunales, desalojos y violencia para garantizar futuras explotaciones mineras.
La clase dominante, de pretensiones aristocráticas, se aferra a la tierra igual que señores feudales. La modernidad, la globalización, el avance de los derechos humanos, la democracia no han sido suficientes para cambiar el modelo de Estado-finca que combina semi esclavismo, feudalismo, mercantilismo y neoliberalismo en un solo patrón de ejercicio del poder colonial, heredado a sus descendientes y con la complicidad de la servidumbre política y religiosa.
La pérdida permanente de tierras ha sumido a indígenas y campesinos en la pobreza y padeciendo hambre, obligándolos, desde hace cinco siglos, a una diáspora interna para huir del trabajo forzado, los excesivos tributos, la violencia o para la búsqueda de subsistencia. Hoy se suma la migración hacia el norte.
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En esas condiciones la producción de alimentos ha sido insuficiente para garantizar la seguridad alimentaria. Y, la introducción de productos/cultivos externos para aprovechar las tierras de los grandes propietarios y exportarlos, ha provocado la pérdida de soberanía alimentaria. El maíz, la base material y espiritual de la vida de los pueblos ha venido en descenso en su producción y sin poder competir con productos transgénicos subsidiados en el país de origen. Acá los gobiernos en vez de proteger la agricultura básica para alimentar a la población, la ha desprotegido legal, económica, política y técnicamente.
Otro producto agrícola que ha sufrido la discriminación, igual que el maíz, es el trigo. El trigo se convierte en el hermano adoptivo del maíz.
Introducido por los invasores –porque era parte de su alimentación en Europa– lo sembraron en pequeña escala alrededor de los centros poblados por estos, procesado en molinos artesanales de poca magnitud. Sin embargo, no se sabe cuándo, los indígenas lo fueron adoptando y adaptando a su labor agrícola y al consumo para complementar al maíz. «Esto indica que la interculturalidad se ha operado con más rapidez en el medio alimenticio que en el lingüístico, porque los indios (sic) de esta región continúan fieles a sus dialectos con un número muy limitado de castellanoparlantes».
Sin embargo, la historia del trigo es fatídica. Lo introducen los invasores, lo procesan ellos para producir harina, lo adoptan los indígenas para complementar la subsistencia y el neoliberalismo eliminó su cultivo por intereses de los mismos que lo introdujeron y del capital global: colonialismo interno y externo en su máxima expresión.
Según Fuentes Knight, ya la agricultura está dejando de ser la ocupación predominante por la falta de tierras y el desaparecimiento de cultivos como maíz y trigo. Y ha sido el sector donde los ingresos percibidos son menores a los que perciben los ocupados en manufactura, por ejemplo. Lo que quiere decir que, sin tierra, sin alimentos y sin ingresos, aunque sean precarios, la subsistencia se vuelve casi imposible y el hambre domina.
En próximas entregas abundaremos en la vida y muerte del trigo en Guatemala que, igual que la de otros cultivos básicos, aumenta la crisis que dejó la colonia y proyecta un futuro sombrío.
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