Mientras, al inicio de la colonia, los invasores comían y bebían bien y de gratis, los pueblos originarios les proveían los alimentos a costa de su hambre. Esta desigualdad racista, es la matriz de las subsecuentes desigualdades entre los indígenas y los dominadores, que fueron diversificándose étnicamente a partir del mestizaje. La desigualdad físico-biológica y psicológica de nuestros días tiene su raíz en ese hecho original y con implicaciones negativas económicas, culturales y políticas.
El cultivo de la tierra, lo hacían los españoles en tierras usurpadas violentamente. Los centros poblados que se fueron fundando, empezando con la capital del reino, obedecían al patrón de segregación étnica y productiva. Alrededor de Santiago, se ubicaron los barrios indígenas[2] para controlar la mano de obra, los tributos y los servicios a la ciudad que eran múltiples y obligados: proveer forrajes para animales, gallinas, fanegas de maíz, trabajo doméstico, mantener al clero, todo con el pretexto de civilizarlos. Más alejadas, en ese ordenamiento territorial colonial, se ubicaron las “milpas” para que, a través del trabajo esclavo al principio, a los habitantes de la ciudad no les faltaran alimentos. Aquí aparece la primera mención del trigo cultivado por españoles e indígenas, siendo estos últimos los que tenían que aportarlo como pago tributario.
Según Lutz, “…todas las comunidades indígenas, aparte de suministrar leña, carne y manteca de cerdo, telas y verduras, eran obligados, con poco o ninguna remuneración, a proporcionar cuadrillas de trabajadores, para realizar tareas tales como sembrar, desherbar y cosechar el trigo español, barrer las calles y los edificios gubernamentales, limpiar letrinas de la cárcel y dragar el río Pensativo.” En 1549, los españoles criaban ganado y cultivaban trigo.
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En 1681, la corona española prohíbe en Guatemala el comercio del cacao, para no competir con el cacao de Guayaquil. El añil se vuelve el monocultivo que será el nervio medular de la economía de exportación de la colonia, en perjuicio de la producción de maíz y trigo, que apenas se cultivaba. Es el añil el que condicionará mental, laboral y económicamente a toda la sociedad, hasta el punto de continuar, aún hoy día, prestando su máxima dedicación a un monocultivo como el café.
Ese peso colonial, de tragedia anticristiana, hizo que la producción campesina siempre fuera marginal y el hambre central. Los pueblos tuvieron que adoptar el trigo como suplemento económico y alimenticio, para no morir de hambre. Se producía en pequeña escala ya que el mayor cultivo lo practicaban los españoles en tierras más aptas para ello. Es en 1870, aproximadamente, cuando el trigo sienta sus reales en Tecpán, donde funcionaban tres molinos de trigo propiedad de los hermanos Nottenboh, que suministraban la harina a precios altos y por ello el pan tenía precios excesivos, lo que complicaba la sobrevivencia alimentaria de los más pobres. La municipalidad de Tecpán detectó que el trigo era comprado a precios bajos y los productores se quejaban de que, después de hacer muchos gastos, se veían obligados a vender a un precio miserable. En 1877, la municipalidad propuso la creación de un molino de trigo, el gobierno aprobó el proyecto llamándose Molino San Francisco. (Esquit, 2002)
Al mismo tiempo, en el altiplano nor-occidental del país: Quetzaltenango, Totonicapán, San Marcos y un poco menos en Huehuetenango, inicia una producción mayor, complementada con el surgimiento de molinos más tecnificados. Los mini productores a la par de algunos medianos latifundistas ladino-mestizos asentados en dichas áreas encontraron en el trigo una salida económica y de sobrevivencia, en el marco de la inseguridad alimentaria.
Sin embargo, la desigualdad entre productores grandes y pequeños (ladinos e indígenas) y molineros y productores (extranjeros la mayoría y guatemaltecos, respectivamente) determinó relaciones productivas y comerciales injustas que se mantendrían en adelante, hasta finales del siglo XX, cuando desaparece el cultivo del trigo (no los molinos) por intereses neoliberales, representados por el criollo Alvaro Arzú. Ello empobrece a pequeños agricultores y mantiene el hambre como política de Estado.
[1] De Solano, Francisco. Tierra y Sociedad en el Reino de Guatemala. Editorial Universitaria. Vol. Núm. 4. 1977
[2] Lutz H. Cristopher. SANTIAGO DE GUATEMALA. Historia social y económica, 1541-1773
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