Suena la música de feria de una orquesta de cartón. Alrededor de la entrada al recinto se amontonan las latas de cerveza vacías y los vasos de plástico. La gente entra y sale sin parar por una puerta pequeña que no dejar ver lo que está pasando adentro. Entramos y nos encontramos con la versión de nica del rodeo y el toreo. Todo mezclado y bañado con cervezas toña y aguardiente caballito. Sentados en el graderío, unos hombres increpan a la banda porque dejó de tocar. Insultan a los músicos a gritos. Exigen que la música suene de nuevo. Cerca, un pareja gay pasa el tiempo bailando alrededor de una columna de metal, imitando a las bailarinas de una barra show. El público comienza a inquietarse. El toro no sale. La música de nuevo. Algunos hombres salen por más toñas. De repente se abre una puerta de madera en el ruedo y un toro impresionante, de esos de media tonelada, sale disparado. Brinca y brinca y el joven que se aferra a su lomo, se mantiene sobre él menos de diez segundos. Para eso tanta espera. Mientras el joven que montó el toro está tirado en el piso, otros jóvenes tratan de torear con un viejo trapo rojo. Lo intentan, pero cuando el toro los enfila, corren a esconderse al otro lado de la barrera. El toro tiene los cuernos cortados, pero da miedo realmente.
Definitivamente, a los nicas les gustan los juegos.
Por eso, en este país no hay pueblo por pequeño, remoto y polvoriento que sea, que no tenga una tienda con máquinas tragamonedas, como se les llama popularmente. Por eso, cuando pienso en Nicaragua, siempre me viene a la mente la imagen de un billar, con todas sus puertas abiertas a la calle, en el que los jóvenes pasan la tarde tomando toñas bajo las aspas de los ventiladores. Por eso aquí se juega beisbol con devoción, pese a que los bates, los guantes y las canchas escasean. Por eso en Nicaragua los vendedores callejeros juegan a las cartas sobre los techos de los taxis, y los lustradores de zapatos se retan a las damas.
Es evidente que a los nicas les gustan los juegos. Y también les gusta maldecir. Es difícil que pase un día sin oír la palabra “hijueputa” gritada en la calle. Y lo mejor es que se discute sin miedo a que nadie saque un arma.
Y por eso es que Nicaragua nos gusta tanto.
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