Vine al mundo condenado a apenas subsistir. Mi mamá fue violada a los diez años por mi papá-abuelo. Como pasa a veces, quedó embarazada conmigo, seguramente no al primer intento. No le permitieron decidir sobre su propio cuerpo. Ella no quería estar embarazada, pero le dijeron que «era la voluntad de Dios».
Me parió una semana antes de cumplir 11 años. Su papá, ahora también su pareja, la mandó a que consiguiera un trabajo para «hacerse responsable de su hijo». Por mi culpa estaba obligada a ser mamá y a trabajar a los 11 años. Como nadie le dio chance, entonces su papá, mi papá, la mató a golpes.
Crecí solo. Mi familia eran los cuates del barrio.
Conforme fui haciéndome grande, necesité ser parte de algo con propósito o me iba a cortar las venas. Una vez intenté pegarme un tiro en la cabeza, pero se trabó la pistola. Como todo lo que he tenido en mis manos, que no es mucho, estaba rota.
Dios me estaba hablando. El Colocho me estaba diciendo que siguiera, que yo era amado.
Entonces mis meros hommies me aceptaron en la mara del barrio. Al fin tenía familia, donde todos estamos para todos, donde no me juzga nadie por quién era mi papá, quién era mi mamá o quién soy yo.
Al principio tuve que hacer algunas cosas que no quería. Me daban ganas de llorar, pero no tenía otra opción. Ahora ya me acostumbré.
Pero la verdad es que me sentía muy agradecido con Dios por esta oportunidad, pues nunca aprendí a leer o escribir. Siempre he soñado con leer un libro o escribir una canción. Tal vez algún día aprenda. Le pido a Dios.
La cosa es que, ahora que era parte de la mara del barrio, iba a poder comer más de una vez al día. Hasta me compré un par de zapatos y una camisa de los rojos.
La sociedad, según he aprendido, es mala, corrupta toda. Como tú. Como yo. Y nosotros los pandilleros somos su desagüe. Entonces, como no quieren ayudarnos por voluntad propia, que se aguanten cuando les quitemos sus teléfonos y sus billetes.
Es por la familia. No me quiero quedar solo otra vez.
Ahora dicen que los ricos y poderosos quieren pasar una ley para convertirme en el diablo porque tengo tatuajes, porque hago lo que hago. Pero no me queda de otra.
Nunca me han preguntado qué quiero de la vida. En lugar de eso, nos declaran la guerra. A nosotros, que siempre hemos vivido en guerra, peste, sangre, pobreza. En el olvido.
Si alguien me hubiera preguntado, le habría dicho que me gusta hacer figuritas de papeles de colores, pero no tengo pisto para el papel. Que me gusta sembrar rosas, pero no tengo tierra. Que me gusta jugar al futbol con mis compadres, pero no hay canchas. También me gustan los poemas, pero no los puedo leer ni escribir. Solo me los imagino. Además, siempre quise hacer algo por el barrio, por mi gente.
Si tú me hubieras preguntado cómo me llamo, te habría dicho que me llamo Carlos y que soy marero. Pero no. Nadie me ha preguntado nada.
El Colocho se equivocó. No soy amado.
Me declararon la guerra a mí y a mis compas, y eso es lo que van a tener. Que corra la sangre. A ver quién aguanta más.
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