En este caso fueron las acciones de Kappes, Cassiday & Associates -“KCA” – Exmingua S.A.– en contra los pobladores y comunidades de San José del Golfo y San Pedro Ayampuc que llevan varios días en un paro pacífico en el lugar conocido como La Puya para mostrar su oposición a las actividades mineras en su territorio.
Prensa Libre publicó el viernes 23 una escueta nota titulada “Enfrentamientos en área minera” en la que informaba que “los disturbios” “no dejaron lesionados graves”. Y en Siglo 21 apareció otra titulada “Se caldean ánimos por la minera” en que dice que “empleados de la empresa” y “vecinos de San José del Golfo, estuvieron a punto de enfrentarse a golpes”.
Sin embargo, no fue exactamente así. Desde medio día del mismo día 22 circulaba una nota del Centro de Medios independientes en que informa que comunicadores de este medio y del CUC, Waqib Kej y CPR Urbana habían sido amenazados “con lincharlos, que les van a cortar las manos para que no sigan tomando imágenes”, que “las amenazas llegaron incluso a ser de muerte y linchamiento si no nos retiramos de lugar”, y que “también golpearon en la cara a una líder comunitaria y a otro comunitario lo agarraron entre varios para golpearlo”.
La nota venía acompañada de unos videos que mostraban todos estos hechos de primera mano, sin trampa ni cartón. En el primero se ve llegar a un grupo de personas uniformadas con playeras grises y cascos azules, mientras al fondo se oyen los cánticos religiosos con que pacíficamente los espera la población que protesta. Estos supuestos trabajadores de la empresa, van dirigidos por un personaje de casco amarillo y altavoz en mano grita:
“…vamos a demostrar que somos gente que no se deja arrastrar por esos malditos, que no les tenemos miedo, y que sus cámaras y sus pendejadas no les tenemos miedo… Respetamos los derechos humanos pero nos encontramos a estos malditos insultándonos con sus cámaras… Partida de maricones, huecos…”
La gente le vitorea mientras siguen los cánticos religiosos del otro lado. Entonces se da la vuelta hacia la cámara, a su lado se coloca un muchacho de playera blanca, y continúa, mientras le apunta con el dedo:
“los (no se entiende) los vamos a respetar, pero a estos maricones, jamás. Más a este peludo, a este (no se entiende) arrastrado, no lo vamos a respetar. Le tiembla la mano al hueco este. Si sigue grabando va a ser el provocador de que toda esta mierda estalle y estalle ahorita”
En el segundo video en medio de un tumulto, el hombre del casco amarillo se dirige a una mujer –una dirigente comunitaria– y le grita, siempre con el altavoz: “¡¡¡apaga esa mierda!!!, ¡¡¡apaga esa mierda!!!”. Deja el altavoz y a menos de un metro, con las venas hinchadas y los ojos desorbitados, le vuelve a gritar “¡¡¡apaga esa mierda!!”, mientras con gran valentía ella resiste pacíficamente.
Este personaje es Pablo Silas Orozco Fuentes, exteniente del Ejército de Guatemala y empleado de la empresa minera KCA-Exmingua S.A. El otro personaje con casco amarillo que estaba ese día entre el tumulto era el coronel José Vicente Arias Méndez; y en días anteriores, quien los dirigía era otro coronel: Mario Ricardo Figueroa Archila, aparentemente es gerente de Exmingua S.A.
Al ver estos videos sentí miedo de verdad, de ese miedo que se sube de repente por la espalda. Este y este son los enlaces para que ustedes los puedan ver también, para ver si como a mí, se les erizan los pelos cuando el exteniente grita “…Partida de maricones, huecos….” con la actitud prepotente de quien sabe que puede actuar así porque el poder le protege. O cuando vean la mirada de odio que dirigió a la mujer, un odio reconcentrado que le quiebra la voz. Que comprendan el miedo de verdad que debió sentir toda la gente que pacíficamente defendía sus derechos o el que debió sentir el camarógrafo que realizaba su trabajo.
Y para que ustedes sientan miedo ante la actitud gregaria y de autómatas de la gente que le acompañaba, de quienes desde la subordinación se mostraban eufóricos con la posibilidad de sentir como suyo un poquito del poder del militar. Además de una botellita de cola y una tostada –y seguramente algo de guaro–, pueden sentir el poder actuar en contra gente como ellos que en ese momento son mostrados como el “enemigo”. Eso da mucho miedo.
Sentí miedo por los muchachos, amigos míos algunos, que eran objeto de las amenazas. Miedo por esa mujer y los pobladores de San José del Golfo y San Pedro Ayampuc que volvían a probar en el cuerpo el sabor de la represión, la impunidad y el abuso de un militar contratado como perro guardián y rabioso. Y sentí miedo por todos nosotros, por lo que nos espera en Guatemala.
Cuando uno ha seguido mínimamente la oposición de población de San José del Golfo y el vecino San Pedro Ayampuc a las actividades de KCA-Exmingua S.A en su territorio, sabe del atentado a Yolanda Oquelí en julio pasado, del plantón pacífico que comenzaron hace poco más de un mes en La Puya, y que han mantenido pacíficamente. Entonces, se siente miedo al ver lo que la empresa minera KCA-Exmingua S.A está dispuesta a hacer para lograr poner en marcha sus actividades por encima de la voluntad de los pobladores. Es impresionante y muy peligroso que esta empresa contrate impunemente a profesionales de la violencia –el exteniente Silas y el marero Franklin Francisco Morataya (que aparece con playera blanca)– para provocar y agredir a quienes se oponen a su voluntad de lucro.
Miedo porque la gran mayoría de los guatemaltecos no sabe, no tiene ni idea de que todas estas cosas están ocurriendo; de que a escasos kilómetros de la capital se dan estos actos. Esta forma de esconder la realidad solo se puede explicar pensando que los medios masivos de comunicación no quieren que se conozcan. Es muy peligroso que estén dispuestos a ocultar cómo se amenaza y reprime a quienes, fuera de sus intereses corporativos, sí quieren darlo a conocer.
El delito de querer callar a quien hace una labor periodística en este contexto, como lo hizo el exteniente Silas, es algo terrible. En cualquier sociedad que se jacte de democracia, la opinión de la academia, la intelectualidad o la prensa estaría movilizándose mínimamente. Días antes se apresó a Marisol Morataya por documentar fotográficamente el abuso policial a vendedores de la calle, tampoco hubo mayor muestra de indignación ¿es esto síntoma de que esta violencia ya es normal? Eso es muy peligroso.
Y miedo, mucho miedo, porque las autoridades no solo permiten que estas cosas ocurran, sino que con su anuencia silenciosa dan pie a la impunidad con la que actúa el exteniente Silas frente a tanta gente indefensa. Es muy peligroso que las autoridades permitan estas formas de violencia ilegal y las legitimen con el uso de la violencia “legal” como ocurrió hace muy poco tiempo en Totonicapán, en Santa Cruz Barillas, con los estudiantes normalistas, en esa lista cada vez más larga que desgraciadamente todos conocemos.
Porque el miedo ante las voces y los gestos de el teniente Silas aumenta cuando sabemos que este hecho no es en absoluto algo aislado ni extraño estos días, que forma parte de toda una cadena de actuaciones de cuerpos de seguridad públicos y privados, legales e ilegales, militares y paramilitares, que muestran el más absoluto desprecio por la gente que actúa de forma pacífica, llegando a poner en riesgo sus vidas.
Pero lo que me dio más miedo de todo, fue la capacidad de odio que puede haber en una mirada y en una entonación; la forma en que esa ¿persona? era capaz de dirigirse a esa mujer. Al verlas, pensé que la idea del “enemigo interno” no era un concepto que habita en los libros, sino que estaba muy dentro de la cabeza de ese militar, capaz de cualquier cosa.
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Desde acá me sumo al llamado a los y las periodistas nacionales como internacionales, a que activemos la solidaridad y usemos la palabra para pronunciarnos a favor de la libre expresión y de quienes hacen la labor desde los medios independientes y sociales.
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