El artículo se titula Cómo ser mujer al lado de un tonto de capirote y no morir en el intento. Sí, dice «no morir en el intento».
En un empeño por reivindicar el papel de la mujer en la Cuaresma y la Semana Santa, el autor hace todo lo contrario, ya que reafirma el rol histórico de la religión en la subordinación de las mujeres. La dedicatoria, por demás desagradable, es «para las que engendran cucuruchos, para las que hacen las túnicas, las que planchan, las mujeres que se pasan corriendo horas para ver a su esposo e hijos en la procesión, para las que echan horas extra en la casa cocinando platos de la época, para las que pasan horas solas porque sus hombres tienen reunión cucuruchesca». No decaigan, dice. «¡Ánimo! Piensa que eres una pieza importante y fundamental en la Semana Santa. Y si no te gusta, también puede ser un sacrificio que se puede ofrecer a Dios», le recomienda a la mujer.
El artículo, como menciona el autor, es una adaptación —a la realidad guatemalteca— de extractos del libro Tontos de capirote, del autor español Francisco Robles Rodríguez. ¿Adaptación a la realidad guatemalteca? Definitivamente, las realidades de ambos países (España y Guatemala) son muy distintas. Sin embargo, para las mujeres, aquí y en cualquier otra parte del mundo, ha existido una única realidad: la de la subordinación, la exclusión, el sometimiento y la reducción de su papel a la función reproductiva para el sostenimiento del sistema. Así que hablar de una adaptación a la realidad del país no es más que hacer alusión a meras cuestiones tradicionalistas y folcloristas propias de Guatemala, cuando el problema de fondo sigue siendo el mismo. Algo que, al parecer, los tontos de capirote no quieren entender y que muchas mujeres todavía ven como una penitencia personal.
En esta época, no solo las mujeres son excluidas —aunque sí suelen ser las más excluidas—por algunas hermandades, asociaciones, cofradías, etc. Es interesante observar la composición de una procesión y las tareas que le son asignadas a cada una de las personas que participan en ella, pues ello constituye una muestra en pequeño de los males que nuestra sociedad padece.
Por si fuera poco, de una manera increíblemente contradictoria (entre lo que el autor dice que defiende y lo que escribe), al finalizar se dan algunos consejos —al parecer escritos por una mujer— a todas aquellas mujeres que son madres, esposas, hijas, etcétera, de algún cucurucho para que puedan «sobrellevar» la carga que esto supone, ya que «los hombres necesitan un vicio y qué mejor que sea este, [porque] es mejor que estén con Dios que Dios sabe dónde».
Es difícil, por cuestiones de redacción —entre otras— identificar qué escribió el autor del artículo y qué escribió el autor del libro. Lo que sí es fácilmente identificable es su afán de difundir estas ideas —que parecieran bienintencionadas, pero que siguen defendiendo el patriarcado en todas sus formas— entre los cucuruchos de aquí, de España y de cualquier lugar donde existan estas expresiones de fe.
Posdata. Soy cucurucho, pero no un tonto de capirote.
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