Giammattei no es un extraño. Más de una década de orbitar por el espectro político con un sinfín de banderas partidarias, su paso como director de Presidios durante al gobierno de Óscar Berger y la controversia por la Operación Pavo Real en la granja penal Pavón, donde morirían ejecutados al menos 10 privados de libertad y Giammattei sería procesado y luego absuelto por los delitos de asociación ilícita y ejecución extrajudicial, lo hacen un rostro familiar que a veces ante los periodistas dejaba escapar algunos improperios.
Hoy se ve en pleno control de su entorno. Domina el lenguaje y la terminología. Su retórica es puntual y, si bien roza algunas líneas de incorrección política, nunca las cruza. En el otras veces enrabietado e impulsivo presidente hay un control minucioso de cada palabra, evidencia de que es un tipo inteligente, que conoce profundamente el Estado y del que veremos pocas metidas de pata si su temperamento no lo traiciona. Ello constituye un avance significativo respecto al espectro limitado de un pobre interlocutor como Jimmy Morales, para bien o para mal.
¡Caminemos juntos!
Exclama con vehemencia Giammattei para hacer un llamado a la unidad y una condena siniestra a la división, que son ya parte del menú cotidiano de argumentos populistas y que arrullan el aroma conservador de los espacios donde las ideas más radicales no son toleradas. Parece un llamado a la integración y al diálogo de las élites.
Su discurso elude el fact checking. No da contexto ni concatena un plan de acción con orden cronológico o alusión a actores puntuales, aunque las grandes líneas temáticas, que se entonan enfáticamente, están dispersas durante toda su alocución: certeza jurídica, protección de la inversión y generación de empleo como banderas del Gobierno.
Pero no hay desarrollo sin paz ni seguridad…
Con esa frase conecta un drástico cambio de tono y el enfoque en la seguridad ciudadana, que parte a la sala en dos. Preocupa el discurso del combate de la violencia mediante la represión. Más apropiado habría sido hablarle a la víctima, al ciudadano. El Estado castigando desmedidamente a los pandilleros y liberándoles el campo de acción a las fuerzas de seguridad no se traduce en el Estado protegiendo a los ciudadanos. Llamarlos terroristas no es un detalle menor. La estrategia no es nueva. Honduras y El Salvador han hecho declaraciones de este tipo en el pasado, con dudosos resultados.
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El presidente amarra el tema en una iniciativa de ley llamando «lacras» a los pandilleros e instando a los países de Centroamérica a hacer lo mismo.
Trabajaremos desde este primer día fomentando en las escuelas los principios y valores de vivir en comunidad…
La tercera parte del discurso es una inflexión identitaria y social. Empieza por los jóvenes, niños y adolescentes llamando a la reforma educativa y a la creación de un fondo contra el hambre y la desnutrición y haciendo un breve llamado a la comunidad y a la cooperación internacional en una aparente reapertura de puertas.
Pero también es momento de aprovechar para reconocer a los olvidados…
Con esa frase introduce no más que un compromiso de trabajo con los pueblos indígenas, xincas y garífunas, con los migrantes y con las mujeres, a quienes llama los cimientos de Guatemala, y un ofrecimiento a combatir la violencia intrafamiliar: el mismo compromiso que asume con las personas con discapacidad, a quienes llama compañeros.
Hoy uno de ustedes es presidente…
Se exalta y se emociona al reconocerse como parte de una población que él llama olvidada. Sin embargo, el compromiso no lo transforma en ofrecimiento de políticas puntuales ni lo complementa con datos. Es solo un llamado por nombre. No corre el riesgo de mentir o de equivocarse.
Ahora quiero hablarles a los corruptos. Sí, ellos saben quiénes son. ¡Se les acabó la fiesta!
A gritos emula la ya célebre frase del expresidente salvadoreño Antonio Saca: «A los malacates se les acabó la fiesta». Y promete conformar una comisión para combatir la corrupción, entendido de que esas palabras despiertan añoranzas por la desaparecida Cicig sin alborotar a ningún dinosaurio.
El discurso es de manual. El abanico de reformas político-institucionales es el cierre perfecto: el servicio civil, las reformas al Organismo Judicial, la independencia de la justicia y el fin de la impunidad con mención directa a la fiscal general, al procurador general de la nación y al contralor general de cuentas para perseguir «la maldita y asquerosa corrupción».
Difícil hacer predicciones de un discurso tan gutural, sin un plan estructurado que hubiera pasado por los filtros de la certeza. Es un discurso de romance y gritos musicalizado en 4/4 e intercalando entre las corcheas tonos bajos y altos. Muy al estilo de My Way, la canción con la que eligió ingresar al teatro como para burlar sus previas derrotas.
Un discurso que no arriesga. El discurso de un tipo inteligente, pero quizá no de un estadista.
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