No podemos negar lo que fuimos, lo que vivimos, lo que pensamos y la forma en como actuamos en el pasado. Esas experiencias, buenas o no tan buenas, nos han forjado de una u otra forma. Gracias a ello, somos lo que somos en la actualidad. Nadie debería negar o buscar ocultar su pasado, seria negarse a sí mismo la vida y, por ende, su propia existencia.
Quienes han conducido y conducen este país niegan y buscan ocultar constantemente nuestro pasado; vivimos una doble moral que juzga a las víctimas, no hemos aprendido a dialogar, a conversar, a recordar y reconocer, no hemos aprendido a llamar las cosas por su nombre.
Necesitamos conocer nuestra historia, necesitamos codificar las acciones del pasado, almacenar de una u otra forma lo que ello representa a través de instituciones, centros educativos, artísticos, la producción literaria, etc. para poder evocar y tener la capacidad de analizar sobre ello. Eso es memoria. Y la memoria no solo es individual, es colectiva.
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Conocí el Museo Luis de Lión, iniciativa privada claro está, su casa de infancia, la cual invita a través de una estrategia lúdica el leer sus paredes, apreciar sus murales, escuchar la narrativa de la guía y, sobre todo, el poder cuestionar y dialogar sobre el pasado que se ha querido silenciar. A través de estas iniciativas puedo asegurar que, mientras una sola persona conserve intacta su memoria y la comparta, hay esperanza y esa esperanza necesita definitivamente un acompañamiento colectivo.
Fotografía: cortesía de la autora
El silencio estatal que conlleva la desaparición de Luis de Lión tuvo un impacto, las dictaduras jamás visualizaron que sus acciones pudieron negar una voz carnal, sin embargo, esta irónicamente nunca pudo ser silenciada, Luis vive a través de su legado, sus poemas, sus escritos, su familia y toda aquella persona que tenga memoria.
A nivel mundial hemos experimentado sucesos atroces, invasiones, guerras mundiales, guerras civiles, conflictos internos, genocidios y muchos otros que han destrozado la vida de millones de personas. Países como Argentina y Francia a través de sus museos, de sus casas de la memoria, de su literatura, sus cementerios, sus paredes, murales e incluso aceras, son una muestra de la importancia del resarcimiento en el tejido social, el «nunca más» debe ser una constante en cada una de las generaciones venideras, todo ser humano merece una vida plena, con oportunidades y la negación al pasado construye todo lo contrario.
Como dice el poema de Luis justo en la entrada principal del Museo: «Cuando recordaron todo empezaron a caminar para adelante, a chocar contra todo lo que deseaban, por ejemplo, un pedazo de tierra, que los hijos y las hijas no se murieran de sarampión, de tosferina, que ganarán sus años en la escuela, que no hubiera sequía, que les arreglaran el puente, que no se llevaran a sus hijos al cuartel, que no hubiera tercera guerra mundial… y en fin, que estuvieran de verdad vivos y no muertos».
¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo que a través del silencio Guatemala continúe siendo una cuna para la intolerancia y la desigualdad?
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