Algunos actores religiosos como la Conferencia Episcopal de Guatemala y la Alianza Evangélica de Guatemala se han pronunciado en contra de estas propuestas aduciendo que son perjudiciales para la juventud y que no ayudan a mejorar la realidad nacional. Sin embargo, la evidencia científica con la que contamos contradice esta afirmación. Los tres puntos desarrollados abajo muestran que la educación sexual no solo es beneficiosa para los jóvenes, sino que también contribuye al desarrollo nacional al largo plazo.
1. La educación sexual permite reducir tasas de natalidad
Antes que nada, ¿qué es educación sexual? Digamos inicialmente que la educación sexual es una política de Estado. En la práctica, esta política busca trasladar información elemental a la juventud sobre anatomía y comportamiento sexual. El objetivo a mediano plazo es formar generaciones capaces de tomar decisiones informadas sobre su propia sexualidad. Alrededor del mundo, esto ha resultado en menores tasas de natalidad y en menos casos de enfermedades de transmisión sexual. Y a largo plazo, en mayor bienestar para toda la población.
¿Cómo sabemos esto? La creencia de que la educación sexual promueve la promiscuidad es tan antigua como falsa (si no lo cree, vea cómo en Estados Unidos se discutía ya en 1982). De hecho, lo más probable es que la educación sexual ayude a evitar el comportamiento sexual prematuro y riesgoso (aquí y aquí dos estudios recientes sobre el tema). En Guatemala, la realidad es que muchas mujeres tienen más hijos de los que les gustaría tener. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud Materno-Infantil (2015), el 52 % de las mujeres guatemaltecas en edad reproductiva desean terminar o ya terminaron la procreación. Pero muchas de ellas continuarán teniendo hijos. La razón: una de cada tres mujeres no tiene satisfecha su demanda de métodos anticonceptivos. Es decir, el 35 % de las mujeres que ya no desean tener hijos continúan teniendo relaciones sexuales sin utilizar métodos anticonceptivos modernos. En consecuencia, siguen teniendo hijos.
2. La educación sexual es liberadora y aumenta el bienestar personal y colectivo
La educación sexual les permite a las mujeres tener el número de hijos que deseen tener. En todo el mundo las mujeres más educadas y las que están en una mejor posición económica tienen menos hijos. Esto ocurre también en Guatemala. Una mujer en el sector más rico de la población tiene, en promedio, dos hijos. Una mujer en el sector más pobre tiene cinco. Esto ocurre porque las mujeres más afluentes eligen esperar más tiempo antes de tener a su primer hijo. Las ventajas económicas de posponer el primer parto son obvias. Por una parte, no se interrumpe la educación de los padres. Y a mayor educación, mejores oportunidades. Por otra parte, la mujer tiene más probabilidades de participar en el mercado laboral, ya que pasará más tiempo antes de que deba enfocarse en temas de maternidad. Finalmente, un menor número de hijos supone una mayor inversión per cápita, es decir, mejor salud y educación para cada hijo. Estos tres factores forman un círculo virtuoso que contribuye al bienestar de la pareja y de sus descendientes.
Ahora bien, ¿por qué la mujer mejor educada sí espacia sus nacimientos y la mujer sin educación no? La respuesta es sencilla: porque la primera puede hacerlo. Es decir, porque cuenta con la información y el acceso a los recursos que le permiten regular su sexualidad. Antes me enfoqué en consideraciones económicas, pero no es difícil imaginar que al posponer el primer parto las parejas también cuentan con más tiempo para realizar actividades que consideran importantes y valiosas antes de criar hijos.
3. Hay una relación histórica entre riqueza y natalidad
Ningún país se ha enriquecido sin que disminuyan sus tasas de natalidad. Y esta disminución, conocida como transición demográfica, ha ocurrido principalmente gracias a la promoción y al uso de métodos modernos de planificación familiar. Pero no es que tener menos hijos sea suficiente para promover el desarrollo económico. Más bien, a medida que un Estado laico y democrático se consolida, desaparecen barreras estructurales que le impiden a la mujer gozar de su sexualidad y controlar su cuerpo. Dichos cambios institucionales son a la vez necesarios para un crecimiento económico más equitativo. Y esta es la forma más directa de incidir en la realidad nacional.
Un Estado fuerte y moderno debe legislar para el bienestar futuro de sus ciudadanos. Estamos ahora en un momento decisivo. Podemos definir políticas públicas basadas en la fe y en la moral religiosa o podemos partir de la evidencia económica e histórica que demuestra la utilidad social de la educación sexual.
Sugiero la última opción.
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