Abrir una cuenta de tuiter o de facebook parece ser un acto insignificante, un gesto más de correspondencia social. Y quizá así lo fue, mientras los likes y los favs fueron abonando al qué bien que estamos juntos, qué bien que te ves.
Sin embargo, aquello tuvo una crisis cuando la militancia política le guiñó el ojo a estos espacios. La discusión se diversificó de forma inesperada e inmediata. De pronto, abrir el TL es introducirse a los campos abiertos donde estallan a diario bombas panfletarias.
Qué alegría. Aquí está el conflicto, hoy se deja ver. Detrás de cada intercambio voraz de opiniones en las redes, por más apasionadas que sean, no hay más heridos que el groso ego que aún es una bruma que no termina de disiparse. Pero qué va.
Ahora que el país se ve a sí mismo en el espejo del racismo, la discusión abarca una gran parte de los comentarios lanzados al ciberespacio. #SiHuboGenocidio, como hashtag, estuvo varios días en el tope de popularidad.
Esto es el futuro. Mientras la historia tradicional escrita desde el poder no admitía discusión, ahora mismo, cada oración suelta en la nube está sujeta a examen. Una discusión que es, digamos, una mina poderosa en el muro del miedo que nos construyeron para no afrontarnos, para no vernos, para no oírnos.
Esto es el futuro. Leo los comunicados de prensa de los ilustres y no encuentro el eco magnificado en las redes, sino un sometimiento al feroz escrutinio de la opinión de cada uno. Eso es. Lo que Whitman soñó: que el silencio sea detestable.
Por eso, reitero que la historia no la escribe más el poder, al menos no para la gente que está en las redes sociales. Acá la información es de cada usuario y en sus manos está apropiársela o mandarla en un viaje sin retorno al espacio exterior.
Si la historia es, digamos, un tanto más democrática, también lo será el presente. No me asombra que estén tan unidas ahora la izquierda y derecha tradicional, tratando de sostener el frágil muro de esta represa que cae: ahora mismo sus excesos, sus horrores, salen a luz y no hay forma de que no inunden el lugar. Rugiendo, como los dinosaurios que son.
Un conservador querrá vivir en un eterno presente escrito por él. Esta vez no será así. La clase media, la que aspira a ser mejor, la que tiene los recursos suficientes para poder pensar en el futuro, ya no está digamos, dispuesta a caer en la constante seducción de los medios al servicio del poder. Aunque no sean mayorías, hay usuarios, tropas de ellos, haciendo fisuras en la represa.
El futuro es cada vez más nuestro. Cada vez que se discute sobre la necesidad de un país mejor, se está más cerca de conseguirlo. Y por un lado habrá que comenzar. Por ello, vuelvo entusiasmado a un Bakunin profético, preconizando en su manifiesto anarquista que un elemento de la revolución social sería "esa inteligente y verdaderamente noble parte de la juventud que, pese a pertenecer por nacimiento a las clases privilegiadas, es llevada por sus generosas convicciones y ardientes anhelos a hacer suya la causa del pueblo". Helos allí, tras sus ávatars, desde sus smarthpones multicolor.
Por supuesto que habrá resistencia, gente que diga que es poco, que no hay tal cambio. Pero los cambios no obedecen a ansiedades personales. Me parece que esos que quieren que las cosas sean hoy y a su antojo, piensan que el futuro es una hamburguesa servida en tiempo récord junto a una sonrisa plástica. A mí no me preocupa el ritmo pero sí el movimiento. Y vamos hacia adelante.
Es una alegría total vivir estos días de puertas abriéndose. De descubrir que somos nosotros quienes las abrimos. Que abriéndolas se ventila todo el horror que nos ahoga en pozos de sangre y pólvora.
Estoy dispuesto a salir. No quiero darme cuenta en veinte años, que yo también me convertí en un dinosaurio, velando el sueño de una muchacha.
Quiero pensar que la verdad se parece cada vez más a un puño infinito de piezas de lego, esperando a que con ellas construyamos un mosaico amorfo de colores brillantes. Yo pongo una pieza y quizá alguien más la quite o construya sobre ella, lo que venga está bien.
El juego se trata de no parar. De llevar los conflictos a un sitio inerme, donde hacernos daño sea una posibilidad cada vez más lejana y que el poder vuelva a nosotros, el poder de vivir en un lugar mejor, verdaderamente nuestro y de una vez por todas, libre.
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