Mediáticamente, la nota roja mercadeaba dos cadáveres en menos de una semana en la zona de la ciudad universitaria, una zona que siempre se había mantenido abierta al público y sin guardias armados. Con el tiempo, las investigaciones independientes de los medios revelaron una extensa estructura de narcomenudeo que abarcaba buena parte de la zona universitaria y áreas conexas. El pasado viernes, las fuerzas federales (concretamente la Secretaría de Marina —Semar—) abatió al capo de esta organización. Y esto desató lo que jamás se había visto en la Ciudad de México (CDMX): narcobloqueos. Esto quiere decir el cierre de calles, arterias y avenidas utilizando camiones incendiados. En medio de esto se da, por lo general, un enfrentamiento armado que puede durar horas. Bueno, pues por varias horas la burbuja de seguridad que la CDMX se jactaba de ser parecía Reynosa, Tamaulipas, Monterrey o Apatzingán.
Esto no es poca cosa. Desde el momento en que Felipe Calderón decidió iniciar la guerra contra el narco, el país se transformó en una gigante narcofosa. Los carteles mataron a diestra y siniestra, el Estado hizo lo mismo, los militares pasaron al bando de los narcos y los narcos adoptaron tácticas militares. En medio, a merced de ambos grupos, quedó la población civil. Pero, de todos los estados de la república mexicana, la CDMX se había mantenido ajena a la violencia narco. ¿La razón? Posiblemente porque los narcotraficantes han transformado la CDMX en zona de residencia y desean evitar llamar la atención. O quizá porque, al coincidir allí los tres poderes federales, la reacción del Estado sería brutal. Pero el pasado viernes todas estas hipótesis se hicieron agua. La reacción de las autoridades no se hizo esperar: esta estructura delincuencial culpable de los bloqueos (denominada el Cartel de Tláhuac) «no es en realidad un cartel», porque «en el DF no operan carteles», etcétera, etcétera, etcétera. Sandeces aparte, lo cierto es que esta estructura de narcomenudeo tenía un líder visible (que fue escoltado por más de mil personas durante su funeral el pasado lunes), nombre y territorios delimitados. Pero bastantes. Operaba en Tláhuac y en una parte de Chalco, zonas del estado de México. Sin embargo, en este 2017 comenzó a expandirse a delegaciones como Iztapalapa, Tlalpan y Coyoacán. También comenzaba a incursionar en la delegación Álvaro Obregón y en Puebla. El día del funeral fue necesario blindar la zona de recorrido del cortejo fúnebre con agentes de la Policía Federal. OK, si esto no es un cartel, es una estructura muy bien montada. Pero ¿qué es en realidad? O es una estructura del tipo minicartel, que la atomización de la estrategia calderonista ha dejado de lado (y por lo tanto es una estructura ingobernable, volátil e impredecible), o es una estructura más parecida a las pandillas centroamericanas (lo que la hace de todos formas volátil e impredecible).
Ninguna repuesta es buena.
¿Cuál es el riesgo en todo esto?
Las dinámicas del crimen organizado comparado demuestran que hay patrones estructurales que se repiten indistintamente del contexto o del lugar. Algunos, perceptibles al ojo del buen observador (como los rituales de pasaje), y otros, mucho más perceptibles (como las formas de violencia). Decapitar, degollar y desmembrar cuerpos (tanto de rivales como de civiles) pasaron de ser técnicas aprendidas por los carteles en razón del reclutamiento de exmilitares de élite para luego ser replicadas por maras o pandillas. Son métodos fantásticos para asegurar el control de territorios, almas y cuerpos. El problema es el carácter mimético que estas prácticas tienen. Y esto sí debe preocupar mucho a las estructuras de seguridad en el entorno del Triángulo Norte, donde las maras van mostrando que pueden afectar tanto y como los grandes carteles. O que al menos tienen esa pretensión.
Guatemala no se escapa de esto. Es un hecho que dichas estructuras (las maras) están ingresando a rubros que no les eran propios, como el trasiego de armas, la distribución de drogas en mayor escala, el control del sistema carcelario y la infiltración en instituciones del Estado, por citar algunos. La construcción de escenarios a veces requiere suponer el peor de ellos. Esto es clave tanto para Gobernación como para la actual cúpula policial en Guatemala. El siguiente amotinamiento en un centro de detención de menores en conflicto con la ley ¿puede ir acompañado de amotinamientos simultáneos (coordinados por los liderazgos más avejentados) y de alguna forma de bloqueo violento?
Se necesita estar preparados. Lo que sucedió en México el pasado viernes nos muestra cómo una estructura criminal (a la que formalmente no se le quiere poner el título de cartel) puede paralizar a una de las urbes más grandes de América Latina. No se necesitó mucho.
Ojo. La violencia es mimética.
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