Esa particular sección del documento señala un elemento (entre muchos) que resulta muy provocador: las ventajas que tienen los regímenes autoritarios (racionales) y con acceso a la tecnología ante las situaciones complejas que el siglo XXI presenta. A diferencia de las posiciones más ideologizadas, centradas en la banal discusión sobre regímenes liberales versus regímenes autoritarios, en este caso se parte de una distinción clara: los regímenes pueden clasificarse no solo por la característica autoritaria, sino en razón de qué tan racionales son estos regímenes autoritarios. La distinción sería entonces entre regímenes autoritarios (racionales o no) versus democracias liberales. En este caso, la racionalidad estaría conectada con la capacidad del régimen para adquirir tecnología y fuentes de capitalización y su capacidad planificadora administrativa para perseguir objetivos que le permitan su viabilidad. Grosso modo, esa sería la diferencia entre el autoritarismo asiático y, por ejemplo, las experiencias latinoamericanas.
En la actual coyuntura de pandemia, no falta la preocupación un tanto chaira respecto a si las democracias en América Latina terminarían recurriendo a instrumentos de control político para hacerle frente a esta crisis. Cual fenómeno interesante, resulta que América Latina ha reaccionado a esta pandemia sin precedentes en el uso y la forma de instrumentos parlamentarios constitucionales. Todas las solicitudes del Ejecutivo imponen estados de alarma o de calamidad, que no han dejado de pasar por los Parlamentos. Caso opuesto, por ejemplo, es Canadá: su primer ministro ha determinado la imposición de medidas de emergencia (entre ellas nuevos impuestos de carácter progresivo) que no deben pasar por el Parlamento.
El comportamiento de las democracias liberales ante situaciones de crisis es muy interesante de estudiar. Los costos de transacción tienden a elevarse en cuanto a la rapidez de la toma de decisiones, pues la deliberación política y la ciudadana inciden directamente. Al mismo tiempo, las democracias liberales, incluso ante situaciones de crisis (como esta pandemia), deben considerar el importante peso de las libertades civiles. Democracias con una experiencia autoritaria en el pasado reciente, como los casos de España e Italia, reaccionaron muy lento a la imposición de un confinamiento forzoso, a diferencia de China. Incluso Alemania, que ha impuesto un veto al derecho de reunión, no ha prohibido los paseos en el parque.
Europa Occidental parece haber cometido un error al haber apelado al sentido común de sus ciudadanos creyendo que una sugerencia de aislamiento voluntario sería interpretada de forma lógica. Todo lo contrario. En términos behavioristas, lo que estamos viendo es que las democracias europeas, cuando hicieron la sugerencia del aislamiento voluntario, terminan enviando un mensaje que se traduce en: «Aún puedo y tengo chance de salir».
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Las medidas draconianas son más complejas de adoptar en democracias liberales. Por ejemplo, si Estados Unidos quisiera desplegar el ejército dentro de su territorio, el presidente Trump debería solicitar un poder especial al Congreso denominado Posse Comitatus, que data de 1878 y que no tiene precedente en todo el siglo XX. China no tuvo ese problema por razones obvias, pero he ahí precisamente el punto de mi artículo. Ante un mundo de pandemias como la actual, parece que los regímenes autoritarios —con tecnología disponible y alta capitalización— son los ganadores.
Los regímenes autoritarios racionales, es decir, con planeación o planificación económica y política acompañada de un alto nivel tecnológico, son más eficaces por su capacidad de movilizar los recursos existentes y por la rapidez en la toma de decisiones. Esa, por ejemplo, es la diferencia entre China e Italia al momento de enfrentar la pandemia. Otra diferencia concreta tiene que ver con los recursos disponibles y su producción. Estados Unidos acepta con mucha dificultad —para su trayectoria capitalista— que será necesario desarrollar una economía de guerra en la cual la planificación centralizada tomará lugar. La economía tendrá que dedicarse a producir insumos que permitan pelear la crisis por encima de otros productos. China no tuvo este problema. La diferencia entre los tipos de régimen, autoritarios racionales versus liberales, se profundiza aún más con relación no solo a lo anterior, sino también al hecho de que las llamadas democracias liberales son más exitosas en desarrollar soluciones novedosas, aunque, eso sí, a un alto costo debido al desperdicio de recursos por la cantidad de fracasos que experimentan antes de encontrar las soluciones requeridas.
La variable interviniente, entonces, parece ser el tipo de problema que los regímenes enfrentan. Ante la existencia de un problema más o menos bien definido, la planificación autoritaria es eficaz y eficiente en el momento. El llamado mecanismo de mercado sin el control draconiano de un régimen puede encontrar mejores soluciones para los problemas complejos o no bien definidos, pero, eso sí, en el largo plazo.
El mundo de hoy, ante la crisis actual de una pandemia sin precedentes, no parece que pueda pensar en términos de largo plazo. En circunstancias como la actual parecen mejores los resultados en China, Singapur o Corea del Sur, que no son precisamente modelos de democracia liberal ni los limitados modelos de autoritarismo latinoamericano.
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