Por ejemplo, el 27 de agosto del 2015 no es una fecha. Es un símbolo. Es un río de personas que desemboca desde distintos puntos cardinales a lo que simboliza un centro, léase una esperanza. Esa fecha trascendió la temporalidad y digamos que lo que buscamos tras esa movilización se manifiesta en ese símbolo.
Demasiado ingenuos seríamos, demasiado complacientes, si pensáramos que a partir de ese símbolo las cosas cambiaron para Guatemala. De hecho, las cosas están bastante mal. Pero eso...
Por ejemplo, el 27 de agosto del 2015 no es una fecha. Es un símbolo. Es un río de personas que desemboca desde distintos puntos cardinales a lo que simboliza un centro, léase una esperanza. Esa fecha trascendió la temporalidad y digamos que lo que buscamos tras esa movilización se manifiesta en ese símbolo.
Demasiado ingenuos seríamos, demasiado complacientes, si pensáramos que a partir de ese símbolo las cosas cambiaron para Guatemala. De hecho, las cosas están bastante mal. Pero eso no es falta de consecuencia de la gente, de verdad o de esperanza. Tampoco es exceso de manipulación e ignorancia (es muy fácil decir que todos los demás son tontos sin entender que lo que dictamos como ignorancia es en realidad una mera consecuencia histórica). Pero no estamos en el siglo XX. Aunque quisiéramos, no somos el pueblo llegando a la plaza para despertar de una dictadura. Este siglo nos pone otras piezas sobre la mesa, otras formas de reaccionar ante problemas cada vez más complejos y más enraizados.
Es cierto. Que nuestros problemas sean tan grandes y estructurales no impide que tengamos ese momento de encuentro del que tanto hablamos. Tampoco invalida nuestro impulso de hacerlo una y otra vez. Pero ¿es necesario poseer esa evidencia, ese estar allí viéndonos, para sentir que estamos haciendo algo? Creo que esa necesidad de poseer la conciencia, poseer la razón, poseer la esperanza es uno de los grandes problemas que nos ha heredado este sistema. Tenemos que tenerlo para sentir que es verdad.
¿Daremos qué pensar al sistema? ¿Haremos esto por todos o por nosotros? Sean cuales sean las razones para ir o no ir a la plaza, pensemos que el símbolo atemporal que nos dejó el 2015 sigue existiendo, que podemos revisitarlo, que de hecho estamos viviendo sus consecuencias, buenas, malas, ingenuas, esperanzadoras...
Estaba tecleando un libro que revisa de una manera crítica la historia de nuestro país cuando me nació el impulso de escribir esto. Pienso que ese tecleo es para mí lo que para otro puede ser la plaza. Yo tal vez no esté salvando a nadie con cada letra que presiono. Tal vez mi país siga siendo este dolor durante mucho tiempo más. Y puede que en realidad no importe cuántos libros que nos expliquen este drama sean publicados. Pero lo hago con toda la esperanza, como si en verdad pudiera hacer algo con eso. Y entonces pienso que muchos van con ese impulso a la plaza y los siento mis hermanos, al igual que a la mamá que lucha por que su hijo no se muera de hambre, o el papá que cruza la frontera para hacer sostenible lo que ya no es, o las señoras que rezan en La Puya para que no rompan más su tierra, nuestra tierra, o el intelectual que se forma para hacer de su conocimiento una herramienta de construcción.
En fin, las luchas son tantas y nuestro objetivo es el mismo. Yo no voy a estar en la plaza porque no me nace. Y es mi derecho. Porque creo que la construcción de un país tiene muchos matices y no siempre voy a hacerlo estando parada en ese espacio. Pero, si algo tengo claro a través de tanta palabra, es que todas nuestras luchas se llaman Guatemala.
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