Nos gusten más o menos, los números están a la vista. Y, como se diría en lenguaje circense, la función debe continuar. Es siempre así: aunque el ánimo no esté muy alto, la función debe continuar. Porque los grandes problemas del país siguen estando y no se van a resolver solos.
El equipo que está por conformarse tendrá tres grandes desafíos de entrada: temas estructurales que bien pueden convertirse en sus prioridades de gobierno, en su sello. Estoy seguro de que, de hacerlo así, una muy buena parte de la ciudadanía se lo reconocerá y agradecerá.
El primero, la lucha frontal contra la corrupción. Tanto Torres como Giammattei pasan a segunda vuelta cuestionados en su convicción política con relación a este tema. Tienen ambos una nube gris encima que no pueden obviar así nomás. Con o sin Cicig, el nuevo gobierno tendrá que dar señales claras y contundentes en materia de transparencia. Si no lo hace, se condenará muy rápidamente a una descomposición institucional y a un linchamiento mediático nacional e internacional que lo dejará debilitado para las demás tareas que se proponga. Es tiempo de que ambos candidatos hablen de manera mucho más abierta sobre cómo van a combatir la corrupción y la captura del Estado guatemalteco.
El segundo desafío tiene que ver con la reducción de la pobreza. Es inadmisible que un país mantenga por tantas décadas a seis de cada diez personas sumergidas en la pobreza y sin muchas perspectivas de salida. ¡Ese solo indicador es un monumento a nuestro fracaso como sociedad!
Una estrategia clara, bien focalizada de programas y proyectos, con metas intermedias, sistemas de seguimiento e identificación de fuentes de financiamiento, debería ser el sello distintivo de los siguientes cuatro años. Si se cuenta con suficiente voluntad política, podríamos aspirar a reducir la pobreza entre 10 y 15 puntos porcentuales en los próximos tres años. Y, más importante aún, estaríamos instalando en Guatemala una nueva trayectoria, un círculo virtuoso, una tendencia de mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población.
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Además, en este momento la coyuntura internacional actual nos es muy favorable a un compromiso político de tal magnitud. La crisis migratoria del Triángulo Norte ha vuelto a colocar al país en el radar del mundo, cosa que deberíamos aprovechar para generar tracción doméstica e internacional alrededor de dicho objetivo. Será muy necesario entonces que el nuevo equipo de gobierno sea eficaz en comunicar una estrategia clara y realista para la gestión y ejecución de recursos, incluyendo al sector privado, al sector público y a la cooperación internacional.
El tercer gran reto pasa por el fortalecimiento de las instituciones. Guatemala está muy golpeada en este tema. La credibilidad de las instituciones está muy cuestionada, incluso la de aquellas que durante años se habían constituido en la reserva moral de la democracia, como la Corte de Constitucionalidad y el Tribunal Supremo Electoral.
Seamos claros. Sin instituciones no hay forma de salir del atraso. Sin instituciones nos arriesgamos a caer en manos de caudillos autoritarios. Ningún país, ¡ninguno!, se ha desarrollado sin instituciones, así que hay que hacer una inversión fuerte en su fortalecimiento. Esto puede significar varias cosas: desde aumento de presupuesto en algunos casos y profesionalización de cuadros hasta garantizar y respetar autonomía en ciertos y determinados casos.
Así, transparencia, reducción sustantiva de la pobreza y recuperación de nuestras instituciones son tres prioridades esenciales y urgentes para salir del desencanto y colocar al país en una trayectoria sostenible de desarrollo. ¡Ah, sí! Una cosa más: en todo esto, claro está, es imprescindible contar con una fuerte auditoría social y una ciudadanía vocal y movilizada, que siga estando dispuesta a reclamar desde redes y plazas su derecho a vivir en un país con más y mejores oportunidades para todos.
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