Stiglitz, premio nobel de economía de 2001 junto con George Akerlof y Michael Spence, fue también economista jefe del Banco Mundial, jefe del consejo de asesores de economía del presidente Clinton, y hoy es profesor de la Universidad de Columbia y economista jefe del Instituto Roosevelt.
No es un secreto para nadie que desde hace muchos años Stiglitz ha sido crítico del fundamentalismo de mercado y de los efectos perversos que han tenido la desigualdad extrema y la deficiente gestión que se ha hecho de la globalización. Esta vez presta especial atención a lo que está sucediendo en los Estados Unidos de América, pero, como él mismo lo reconoce, extrapolando sus reflexiones a muchas otras sociedades que han adoptado el modelo estadounidense como la referencia y aspiración última y más concreta del desarrollo.
El diagnóstico ya es muy provocador al mostrar rompimientos con lo que hasta hace tan solo 30 años fueron regularidades ampliamente aceptadas, como el vínculo entre productividad y remuneración del trabajo, punto para nada menor porque mucha de la teoría del capital humano descansa en los supuestos de que invertir en salud y en educación aumenta la productividad y de que la productividad es una característica que el mercado laboral retribuye de manera creciente a través de los salarios. La evidencia reciente, sin embargo, muestra cómo la productividad ha crecido, pero no los salarios e ingresos del 90 % de la población.
O aquella idea igualmente arraigada de que los países, en su proceso de desarrollo, primero aumentan la desigualdad y luego la logran reducir (Kuznets). Y aquella otra de que la reducción de la desigualdad necesariamente tenía que ser a costa de sacrificar eficiencia y crecimiento económico (Okun).
Todo eso que por tantos años fue el fundamento y cimiento de escuelas de pensamiento y formulación de política pública hoy parece estar cambiando. Hoy observamos países muy desarrollados aumentando sus niveles de desigualdad, así como evidencia que muestra los efectos perversos de la desigualdad extrema sobre el crecimiento.
[frasepzp1]
Mucha de la razón de tal cambio, aventura Stiglitz, está en el poder exacerbado de mercado que una pequeña minoría ha logrado obtener y mantener de manera muy creativa: creatividad no necesariamente para la generación de riqueza nueva, sino para desarrollar una arquitectura de instituciones que le permiten continuar ejerciendo ese poder en la búsqueda de rentas.
De igual forma, nos hace notar el repliegue que ha habido en lo que él llama las instituciones de búsqueda de la verdad: universidades, instituciones de investigación y sistemas de justicia, que juegan un papel fundamental para mantener en constante vigilancia y cuestionamiento las verdades socialmente aceptadas sobre las que construimos proyectos de nación.
La segunda parte de su libro hace una invitación a instalar lo que él bautiza como «capitalismo progresista», en el cual los mercados son ciertamente una pieza fundamental para la asignación de recursos, pero siempre están necesitando algún tipo de regulación. Una forma de capitalismo en la cual la acción colectiva sea ampliamente promovida como mecanismo que garantice inversiones en bienes públicos esenciales como investigación, desarrollo y difusión de tecnologías, así como educación, protección social y protección del medio ambiente.
Como otros de pensamiento similar (Krugman y Piketty, por ejemplo), Stiglitz fundamentalmente hace un llamado a rescribir un contrato social entre los mercados, el Estado y la sociedad civil de los Estados Unidos.
Huelga decir que todas estas ideas, presentadas en el contexto estadounidense actual, resuenan muy fuerte y claro en países mucho más pequeños y atrasados como Guatemala, donde casualmente estamos a las puertas de iniciar un nuevo ciclo político, con todo lo bueno y lo malo que eso traiga. ¿Por qué no aprovechar la coyuntura para provocar más de este tipo de conversaciones que van al fondo y esencia de lo que necesitamos cambiar en el país para relanzar su desarrollo?
Más de este autor