Pero además ha permitido que más gente tenga acceso a estas noticias. La proliferación de teléfonos inteligentes ha hecho posible que muchas más personas tengan acceso a diversas fuentes de información y que esta llegue con la misma celeridad a una ciudad y a un pueblo alejado.
Este acceso a información y a redes sociales también ha generado que el tránsito de opiniones aumente. En el pasado eran muy pocos los que tenían acceso a información y, por tanto, también eran muy pocos los que opinaban. La opinión estaba reservada para unos cuantos especialistas y formadores de opinión, mentes privilegiadas que se encargaban de ilustrar al resto de ciudadanos, también de élites, que teníamos acceso a estas fuentes escritas. Hoy en día ese monopolio de la opinión se destruyó. De pronto todos (los que tenemos acceso al Internet) somos de repente periodistas, árbitros, jueces, investigadores y especialistas en las redes.
En esta orgía de opiniones comparten tablero el verdadero conocedor, el charlatán, el que tiene sentido común, el ignorante con autoestima, el sabelotodo y el popular. En fin, todo el variopinto de habladores que siempre existieron en la sociedad, pero que no tenían espacio para manifestarse. Ahora todos tenemos un lugar donde expresar nuestras dudas, nuestros pensamientos y nuestras opiniones. Y hasta contamos con un grupo de admiradores que nos siguen y echan porras.
Este fenómeno me recuerda el Speakers’ Corner (Rincón del Orador), ubicado en la esquina noreste del parque Hyde de Londres. La famosa esquina donde dieron sus discursos personajes históricos como Karl Marx, Lenin o George Orwell. La misma que aún hoy en día recibe a cualquier persona que quiera hablar desde esta tribuna. A nadie se le veda este derecho, y los policías intervienen solo cuando reciben quejas o si se utiliza lenguaje ofensivo.
Las redes sociales son los Speakers’ Corners de la era digital. Antes de las redes sociales teníamos a nuestros escasos pensadores que daban cátedra desde los medios de comunicación tradicionales. Quizá no eran del calibre de Marx o de Lenin, pero tenían su ñeque. Ahora, con las redes sociales, cualquier hijo de vecino agarra tarima. Para muchos, esta afluencia de participación puede representar un sacrificio de calidad por cantidad. Posiblemente así sea. Sin embargo, yo prefiero ver la oportunidad, y no la calamidad.
En este sentido, me parece que debemos aprovechar esta participación para construir una ciudadanía más activa y darles un nuevo sentido a nuestras democracias. Hasta ahora, la interacción de las autoridades y la ciudadanía en las redes sociales es de una vía. Por un lado, estamos los ciudadanos reaccionando ante las decisiones de política pública. Y por otro, están algunos funcionarios que de manera aislada —y con diversos intereses— tratan de mantener información de su quehacer en las redes. Sin embargo, no existe de manera estructurada una política pública que facilite, organice y fomente un intercambio productivo en estos espacios digitales.
En otros países ya existen experiencias en las cuales las autoridades nacionales y locales hacen consultas de políticas públicas o de proyectos de ley a la ciudadanía cibernética. Se trata de iniciativas estructuradas y bien organizadas que facilitan el debate de ideas y la construcción de propuestas. Hacia esto va el mundo, y a esto debemos aspirar nosotros también.
Debemos transformar esas orgías de opinión sin propósito en verdaderos actos de intercambio productivo. Debemos dejar esa cultura egocéntrica que transforma a muchos en divas digitales y convertir las participaciones en las redes en consultas y propuestas ciudadanas en beneficio de la función pública. Debemos mirar hacia ese futuro altamente tecnológico e interconectado y repensar nuestras democracias en ese contexto.
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