Cada año, el 24 de diciembre, mientras todas las familias pensamos en cómo pasaremos nuestras fiestas con nuestros seres queridos, todos los agentes de la PNC están concentrados en sus distintas dependencias. Aprovechando esto y sabiendo que la mayoría de los presuntos delincuentes visitarán a sus familiares ese día, se montan equipos especiales de búsqueda y captura para objetivos clave que tiene la PNC. El año 2013 no fue la excepción, y el Departamento de Delitos contra la Vida montó un operativo para capturar a un pandillero líder de una de las clicas más temidas de la ciudad. A esta persona no vale la pena referirse por su nombre, por lo que únicamente lo identificaré con el pseudónimo de Hombre de Poder o HDP.
La mamá de HDP vivía en El Mezquital, una de las colonias más peligrosas de la zona 12 de Villa Nueva, y allí fue donde se puso la vigilancia del equipo de investigadores, cerca de la entrada al callejón que dirigía a la vivienda de la señora. Esperaron por varias horas desde la mañana, y cerca del mediodía el momento llegó. Un vehículo polarizado se acercó al callejón y se estacionó justo en la entrada de este. Descendió entonces HDP, a quien los investigadores reconocieron. Inmediatamente se bajaron del carro y con armas en mano se dispusieron a arrestar al objetivo. Este, al verlos, desenfundó su arma y comenzó a disparar mientras corría hacia el callejón. En el intercambio, a HDP le acertaron por lo menos dos disparos en distintas partes del cuerpo, y él acertó también dos heridas de proyectil de arma de fuego en el pecho del investigador Rómulo Esquit Curruchich.
En ese momento, uno de los investigadores siguió al objetivo mientras los otros se quedaron auxiliando a su compañero herido. HDP, conocedor del lugar, se metió en uno de esos callejones que parecen laberintos y aun herido se tiró al barranco y logró huir. La prioridad fue auxiliar al compañero. Llamaron refuerzos y al lugar llegaron patrullas, así como una ambulancia, que trasladó a Rómulo al hospital Roosevelt. Comenzó entonces la búsqueda de HDP. No podía estar muy lejos, pero es una parte muy amplia, que baja hacia un río y no está habitada.
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Justo cuando iban trasladando a Rómulo al hospital, me llamó el oficial a cargo del operativo para contarme la noticia. «Rómulo esta herido, Lic. Lo llevan al Roosevelt», me dijo. Pregunté qué había pasado y me comentaron que estaban detrás del objetivo (a quien yo conocía muy bien) cuando sucedió la balacera. Yo era en ese entonces director de Análisis Criminal del Ministerio Público. Ya no trabajaba en la Fiscalía de Delitos contra la Vida. Sin embargo, Rómulo y sus jefes habían trabajado conmigo de cerca durante muchos años. Cuando me llamaron, me encontraba en mi casa, en la zona 7 de la ciudad. Inmediatamente agarré el picop, avisé a mi seguridad y nos fuimos tirando eme para el hospital. Llegué en apenas cinco minutos, que se me hicieron eternos. En el camino llamé a otro compañero que era auxiliar fiscal de la Fiscalía de Delitos contra la Vida, quien además había trabajado directamente con el agente Esquit durante mucho tiempo. Le pedí que nos reuniéramos en el hospital.
Cuando llegué a la emergencia, Rómulo recién había ingresado. Estaba en el área roja. Todavía lo vi mientras le conectaban todos los aparatos y lo desvestían para atenderlo. Los doctores estaban haciendo su mejor esfuerzo. Salí y esperé. A los cinco minutos llegó el compañero a quien había llamado y se quedó con él mientras yo me iba de emergencia por la vía exclusiva del Transmetro hacia El Mezquital.
Al llegar al área, fui con el oficial que me había llamado. Ya habían llegado otros mandos y se me informó cómo había pasado todo. Seguían en la búsqueda del sospechoso. Comencé a coordinar con los jefes del Ministerio Público (MP) para que llegaran a procesar la escena rápido y movieran al personal fiscal hacia el lugar. Llamé a otros compañeros que tenían a su cargo la investigación, y todos iban camino al área. En ese momento recibí una llamada. Era el compañero que estaba en el Roosevelt, quien me dio la noticia: Rómulo había fallecido. Con lágrimas en los ojos me tocó darles la noticia a sus compañeros. Se nos había ido.
Era una mezcla de rabia, impotencia y enojo lo que nos desbordaba, pero justo en ese momento llaman al oficial a cargo. «Jefe, lo encontré entre los matorrales. Aquí tengo al HDP. Está herido y lo tengo yo solo». En ese momento el oficial jefe se volteó, me dio la noticia y luego me dijo: «Le podemos meter un par de plomazos y matar a ese cerote, Lic. Igual, ya está herido». La verdad, ganas no me faltaron. Nunca juzgué al oficial por lo que me dijo. Lo entendí perfectamente porque yo tenía el mismo sentimiento que él, pero me tocó tomar la decisión correcta. «Súbalo, oficial. Llamen a los bomberos y que lo saquen del barranco. Igual, ya está herido. Con algo de suerte se muere el desgraciado», le dije. Con voz entrecortada, el oficial dio la orden. La verdad, no tuvimos suerte. El HDP sobrevivió.
En ese momento llegaron varios compañeros. El sentimiento era de luto. Las lágrimas eran colectivas. Y en esa situación les prometí que le haríamos justicia al compañero y que HDP sería juzgado por su muerte. Y así fue.
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Rómulo Esquit Curruchich, agente de la PNC, tenía 30 años cuando falleció. Lo conocimos en noviembre de 2009, cuando recién se había graduado de la academia de la Policía. Había sido asignado al Departamento de Delitos contra la Vida, un nuevo modelo de investigación criminal que empezaba a funcionar con el apoyo de la Cooperación Española. En ese entonces lo asignaron a la agencia 19, donde yo era auxiliar fiscal, y juntos investigamos casos de muertes de pilotos. Era tímido, recién se había casado y estaba esperando su primer hijo. Fue uno de los mejores investigadores que tuve el honor de conocer: honrado, abnegado, inteligente, sencillo, humilde y con mística de trabajo. Era de Chimaltenango, lugar donde nació y creció. Trabajaba la tierra con su familia y, luego de graduarse de bachiller con mucho esfuerzo, ingresó a la PNC.
Una vez, trabajando un caso de lavado de dinero que había derivado de extorsiones a pilotos, le ofrecieron cerca de 20,000 dólares por no consignar al objetivo. Consignó el dinero y al delincuente. Era ese tipo de investigador, de los cuales hay muchos en la PNC, pero cuyo trabajo no se reconoce lo suficiente. Fue un héroe que murió en la Navidad para brindar seguridad a toda la población. Por personas como él es que los homicidios en Guatemala han bajado en los últimos nueve años consecutivos. Su mística de trabajo representa a todo el Departamento de Delitos contra la Vida de la DEIC de la PNC. Han muerto varios más como Esquit Curruchich en dicho departamento, héroes todos. Sin embargo, el actual ministro de Gobernación, sin explicaciones y bajo el argumento de «evaluación del desempeño», ha despedido este año a los tres últimos jefes de ese departamento. El último, el oficial segundo Juan Francisco Cisneros, a quien sin ninguna explicación y después de 14 años de servicio relevaron de su cargo.
Los agentes y oficiales del departamento merecen reconocimiento por haber bajado en nueve años, en más de un 200 %, la tasa de homicidios de la ciudad de Guatemala. No merecen el despido. No escribo esta columna porque sean mis amigos o allegados. Es simplemente la verdad. Los datos respaldan su trabajo y han trabajado durante por lo menos cinco administraciones distintas en el Mingob, con excelentes resultados. Son personas de carrera que por menos de 4,000 quetzales al mes arriesgan todos los días su vida por la población guatemalteca. Este año, el oficial Cisneros, recién despedido, estaba organizando una colecta de juguetes para los hijos de los fallecidos del departamento. La dirección del agente Esquit es 11 avenida y 14 calle A de la zona 1 de Guatemala. Es un portón gris cerca de la calle. Rómulo Esquit Curruchich dejó dos hijos, que actualmente tienen cinco y nueve años. Mostremos nuestro apoyo a este y a los demás héroes y llevémosles un pequeño detalle a sus hijos esta Navidad. Recuerda que él dio su vida por la seguridad de tu familia.
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