Tuve que reír ante tal burrada, pero me quedé con el sabor amargo en la boca de quien reconoce que estas campañas de miedo terminan logrando su objetivo.
Han sido meses intensos, al menos en redes sociales y en algunos edificios públicos y algunas salas de reuniones privadas. Circulan videos burdos de la justicia como árboles y hachas, memes e imágenes de desprestigio, campañas de apoyo a Iván Velásquez, conferencias de prensa, fotografías de empresarios agremiados de brazos cruzados, enmiendas misteriosas, pelucas y pistolas, livestreams, conversatorios, infografías anónimas, net centers a tope, sesiones de emergencia, diputados negociando bajo la mesa… Y a pesar del ruido abrumador, el irresponsable silencio presidencial, al que nos acostumbramos cada vez más. Un circo sin risas, sin payasos.
En las calles, el ruido disminuye, es casi imperceptible. En un ejercicio de unas horas en la sexta avenida de la capital comprobamos que muy pocas personas están al tanto de estas reformas. Algunos las confunden con la Ley Electoral. Muchos no responden. Un estudiante de Derecho las defiende con soltura. El debate se ha centrado en mantener la Constitución cerrada, y no en analizar cómo podemos caber más personas, sistemas, creencias y culturas en ella. Los demás siguen caminando habituados a no contar con un sistema de justicia que responda en lo cotidiano y en los grandes problemas de país, acostumbrados a que la justicia, al igual que las oportunidades y los derechos básicos, se venda al mejor postor.
Susan Sontag decía que, si tuviese que elegir entre la verdad y la justicia, elegiría la verdad. Más allá de los aspectos técnicos y políticos de estas reformas constitucionales y más allá de lo que podríamos considerar justo, ¿cuál es la verdad? ¿Cuál es nuestra verdad? Este tipo de procesos alumbran con reveladora claridad las intenciones, las creencias, los prejuicios, las carencias, los anhelos y los miedos más profundos de nuestra sociedad. Ponen a prueba las instituciones, los procesos democráticos, las cuotas de poder, los liderazgos y las convicciones. Es todo o nada. Ellos o nosotros.
Si lo evaluamos a la luz de las reformas, nos hace pensar que nuestra verdad es que somos solidarios solo cuando nos conviene. O que la diversidad y el pluralismo aún se perciben como debilidades. El egoísmo mostró su cara más monstruosa. La rudeza y la suciedad del juego político se instauraron con rapidez y olvidaron la razón de ser de la política y el origen del poder concedido. Quizá nuestra verdad es que estamos tan despolitizados y enfrentados que los poderes de siempre, los ancianos y sus sucesores, conservan intacto el cheque en blanco de nuestros futuros. Sin embargo, también debemos ver hacia adentro. Si la arrogancia no lo permite, allí está el espejo: en cada comentario en redes sociales, en cada persona que ignora lo que está pasando, en cada ley aprobada a golpe de transferencia bancaria, en cada sentencia transada, en cada vida que se apaga prematuramente. Nos aterra tanto la verdadera equidad que preferimos todas estas cosas a impulsar cualquier cambio que pueda requerir incluso un mínimo sacrificio para nosotros. El otro no es importante si no se parece a mí. Si no piensa como yo, que siga en el lodo. ¿Por qué tengo que ensuciarme para sacarlo de allí?
En este contexto, hablar de empatía y de amor parece una locura. Reconocer errores y enmendar son prácticas impensables, tal como rendir cuentas y enfrentar la justicia después de cometer una falta. Llegamos al punto de decir que la culpa o el problema es de los demás. Debemos partir de la aceptación de nuestra verdad. Es la única manera de salir de la oscuridad, silenciar el ruido y derribar lo que haga falta para que entre más luz. Tal vez no se logre el resultado esperado, pero repetir estos procesos políticos servirá de foco que alumbre insistente hasta que nos muestre las costuras más finas y nos haga ver a los ojos a quienes las sujetan con disimulada fuerza, hasta que no quede más que la verdad. Si aún así dudamos o creemos que es imposible llegar a ese punto, entonces optemos preferentemente por quienes estén en la posición más vulnerable. Nunca falla.
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