El gabinete es un puñado de botonetas. Hay de todos los colores, pero todos saben a lo mismo. En este caso, no necesariamente a chocolate, sino a obedientes cumplidores de las orientaciones del alto mando empresarial y a alegres impulsores de los futuros candidatos de FCN-Nación.
A seis meses de gobierno, la línea matriz está trazada: no hay una política clara de combate de la pobreza, y aquello de que la desnutrición crónica infantil sería reducida en 10 % durante su período de gobierno será medido con criterios a lo Pérez Baldetti, es decir, despreciando los indicadores internacionales para decir que sí se logró y contando para ello con toda la publicidad pseudogratuita de los canales abiertos y con periodistas amigos del presidente. Un ejemplo claro de que durante este gobierno tendremos más de lo mismo lo ofrece la seria nota que este lunes 1 de agosto publicó Plaza Pública sobre la flamante bancarización de la entrega de lo que antes era la Bolsa Segura y aún antes la Bolsa Solidaria.
Si por un lado el ministro de Desarrollo Social claramente se identifica como ministro para el departamento de Guatemala (pues, según sus propias palabras, «todo lo demás es del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación —MAGA—)», por el otro solamente se atenderá a aquellos municipios donde los alcaldes, del partido que hayan sido, hayan apoyado electoralmente a Morales en su campaña y evidentemente comiencen a correrse al FCN como mecanismo clientelista para obtener recursos para su futura reelección.
Antes que nada, valga decir que al haber cerrado la lista de bienes de consumo a lo que las autoridades gubernamentales consideran adecuado se favoreció desde ya a las grandes empresas y se dejó de lado el consumo de vegetales, de productos de limpieza y de otros bienes de consumo que las familias consideran indispensables. El ejemplo de las diez libras de sal es la evidencia más clara de la manera autoritaria e ineficaz como se está impulsando este programa, cuyo clientelismo no solo no ha sido eliminado, sino que a todas luces se ha consolidado.
No hubo transparencia en la selección del banco proveedor de la tarjeta, quien de esa manera entra a monopolizar el servicio y a instalarse como el proveedor de productos bancarios en la comunidad. De ese modo, no se ha avanzado en nada en los procesos de bancarización de la economía, indispensables para abaratar, agilizar y democratizar los servicios y los créditos. Inmensa mentira es que ahora esos beneficiarios serán sujetos de crédito, pues el banco que ayudó a crecer al Partido Patriota sabe que estas personas son más que pobres y con ellas no querrá hacer negocios. El banco no ha sido obligado a prestar otros servicios, y los comerciantes tendrán que aumentar el precio de los productos para compensar los gastos que la bancarización especulativa y usurera les ha impuesto. La acción, como todo lo de este gobierno, no responde a un plan amplio y general, sino a un chispazo de quien cree haber descubierto el agua azucarada. Pero el ministro de Desarrollo Social es solo una botoneta, con su propio color, y los demás miembros del gabinete lo oirán contar sus hazañas, pero no se interesarán en coordinarse, pues cada quien es cada cual en el puñado colorido.
Las beneficiarias no fueron escogidas mediante un riguroso censo socioeconómico, con listas depuradas del anterior gobierno, sino con uno construido a todas luces con intereses electorales. Al no acercarse los productos a los beneficiarios se ha reducido la eficacia de lo entregado, pues el flete ahora es asumido por quienes, al saber y entender de los funcionarios efecenistas, son los pobres crónicos del municipio.
Tanto los defensores como los detractores de los programas de transferencias saben que uno de sus principios básicos es que sean condicionados a determinadas acciones de los beneficiaros que, a criterio de los promotores, puedan permitirles salir paulatinamente del círculo vicioso de la pobreza. En este sentido, la nota de Carmen Quintela en Plaza Pública equivoca los términos, pues esta entrega de alimentos, tal y como ha sido diseñada y narrada, no implica ninguna corresponsabilidad de los beneficiarios, por lo que no puede llamárseles transferencias condicionadas. La entrega de alimentos es un simple y llano mecanismo clientelar y populista, como lo son la entrega de fertilizantes del MAGA y los distintos beneficios que a los más necesitados se les dan para, asumiéndose los gobernantes y sus allegados como sus dadivosos protectores, continuar siendo vistos como patrones y padrinos. Esos regalos, como se ha demostrado a la saciedad en diversos estudios, no tienen ningún impacto en la reducción de la desnutrición crónica, mucho menos en la de la pobreza.
No importa que ahora se haga la entrega con tarjetas de plástico. Los funcionarios de FCN-Nación tienen acceso a las listas y desde ellas pueden, llegada la época electora, quitar o incluir beneficiarios según apoyen o no a los candidatos oficiales. La auditoría social brilla por su ausencia, y la transparencia, insistimos, no es una de sus cualidades. Pero hoy ya no tenemos a los estridentes defensores de ¡su dinero, mi dinero! Y como el grito desde el Cacif, las universidades y los grupos sociales es que dejen a Jimmy y a su equipo supuestamente multicolor trabajar, pues tendremos que conformarnos con ver cómo el cierre del único programa eficiente, las transferencias condicionadas, se sepulte como las botas militares sepultaron a tanto guatemalteco en décadas pasadas.
El paquete de botonetas seguirá mostrando sus diversos colores, con ministros valentones que hoy dicen que denunciarán a los ladrones de ríos para luego, por órdenes superiores —no se sabe si desde la sexta avenida, la ruta seis o la 20 calle—, decir que no harán nada al respecto, así como con otros que exigen desfiles pomposos y los que, clientelistas, dan premios a sus amigos y financistas. Lo que sí es cierto es que, habiendo rojos, amarillos y azules, ninguno se coordinará con los otros, cuestión indispensable para hacer efectivas las corresponsabilidades en los programas sociales y así lograr seriamente trabajar en el combate honesto y real de la pobreza y la desnutrición.
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