El ferry tiene dos plantas, en la de abajo viaja la población local, en la de arriba los extranjeros. Preguntamos por qué y nos comentan que el billete está subvencionado para los nicaragüenses, cosa que nos parece muy bien pero que no responde a la pregunta. Los gringos alquilan unas sillas de playa, y pasan la noche en la cubierta exterior mirando al mar. Nosotros, después de disfrutar un rato del espectáculo, nos metemos en la parte interior para intentar dormir. Sería fácil si no fuera por la Matanza de Texas. El balanceo del barco y el ronroneo del motor invitan al sueño, pero una chica gritando histérica y un loco haciendo runrún con una motosierra durante casi dos horas perturban el sueño de cualquiera. En el espacio interior sólo estamos nosotros dos, evidentemente no interesados en la película, así que tratamos de apagar la tele en dos ocasiones. Las dos veces, un tripulante llegó, la volvió a encender, y se volvió a marchar. Preguntamos por qué y volvimos a obtener una no respuesta. Al final conseguimos negociar que la tele quedara encendida pero sin volumen. Nosotros conseguimos descansar unas horas, la muchacha se pasó toda la noche corriendo y gritando, la película dio la vuelta dos veces.
San Carlos apareció al amanecer. Esta pequeña ciudad, la más importante del sur del país, siempre ha estado muy aislada. Emplazada justo en el punto en que las aguas del Cocibolca se transforman en las aguas del río San Juan -el río por el que el gran lago desagua al Atlántico-, San Carlos está más cerca de Costa Rica que de cualquier otro punto de Nicaragua. Hasta hace poco tiempo el acceso por tierra era una odisea, ahora hay una nueva carretera que la conecta con Managua, y la ciudad ha ingresado en la modernidad con nuevos servicios como los cajeros automáticos.
San Carlos está alejada de todo, pero esta zona del río San Juan es importante para el país. O al menos esa es la impresión que da. Por todas partes se pueden encontrar unas pegatinas que reivindican la propiedad nicaragüense del río, y la prensa utiliza el tema de manera recurrente para denigrar a la vecina Costa Rica, al otro lado del caudal. El punto esencial y repetido hasta la saciedad es que Nicaragua tiene soberanía sobre el río y que no necesita pedir permiso a los ticos para aprobar la construcción del canal interoceánico.
Un siglo después Nicaragua sigue pensando en el canal. Mientras, por el muelle de San Carlos pasan las lanchas con turistas que van hasta El Castillo, o a algunos de los hoteles o ecoalbergues que venden a los extranjeros la experiencia amazónica del río San Juan.
Nosotros esperamos una lancha para Solentiname. Un gringo se acerca a Asier, primero le pregunta a dónde vamos y luego: ¿qué hay en Solentiname?
Asier responde: nada en concreto, solo es un lugar tranquilo en el que... el gringo se marcha antes de que Asier pueda terminar la frase.
Solentiname es un archipiélago. 36 islas. La más grande de todas ellas, Mancarron, fue el lugar que el religioso Ernesto Cardenal eligió para crear una pequeña comunidad a principio de los años 60. Hoy no queda nada de aquella utopía humana y espiritual en medio de la naturaleza, tan solo una pequeña iglesia. Quizás el templo más bonito que hayamos visto nunca. Una construcción pequeña, con el piso de tierra, bancas sencillas de madera y todas las paredes decoradas con coloridos dibujos de trazo infantil. A su entrada hay un gran árbol de Sacuanjoche, y todo el suelo está regado de pequeñas flores blancas, con pétalos en forma de hélice y un delicado toque de color amarillo en su interior.
Solentiname es un lugar remoto, como otros en Nicaragua. Sin luz eléctrica, ni agua corriente, con escuelas minúsculas sin paredes y viejos refrigeradores de keroseno.
En Solentiname el tiempo parece correr de otra forma. A saltos. De martes a viernes, los únicos días que llegan las lanchas públicas de San Carlos, y un fin de semana de cada dos, que es cuando los alumnos de secundaria de estas islas acuden a clase.
Solentiname es un lugar especial por muchos motivos. Cada uno tiene los suyos. Para nosotros, Solentiname es el sur de esta travesía. El punto en que comenzamos a volver y a pensar en la vida después del viaje.
No hemos encontrado respuestas, pero estas dos tardes en Solentiname las hemos dejado pasar sentados bajo los árboles, hasta que empezaba a caer el sol, y los muchachos de la isla, acalorados tras el partido de fútbol, corrían al muelle y de un golpe se zambullían en el lago con las chanclas en las manos.
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