Emma Theissen de Molina y sus hijas, Lucrecia, María Eugenia y Emma Molina Theissen, representan las cuatro esquinas de un manto en el que han anidado la ternura y la memoria. En ese perraje bordado con los hilos de la mayor de las noblezas, la que se construye en la lucha por la vida, han arropado durante muchos años, en solitaria devoción, la perseverante búsqueda de un niño, su niño, nuestro niño: Marco Antonio Molina Theissen.
Con apenas 14 años, ese niño de Guatemala fue brutalmen...
Emma Theissen de Molina y sus hijas, Lucrecia, María Eugenia y Emma Molina Theissen, representan las cuatro esquinas de un manto en el que han anidado la ternura y la memoria. En ese perraje bordado con los hilos de la mayor de las noblezas, la que se construye en la lucha por la vida, han arropado durante muchos años, en solitaria devoción, la perseverante búsqueda de un niño, su niño, nuestro niño: Marco Antonio Molina Theissen.
Con apenas 14 años, ese niño de Guatemala fue brutalmente arrebatado de los brazos de su madre, doña Emma, una maestra a la que la profesión le heredó muchos niños más, que hacen crecer su patrimonio de amor, pero que no le llenan la ausencia de su niño. Una mujer cuyo rostro, tallado en la arcilla de la ternura y de la dignidad, gana el amor y el respeto de quien la conoce y la acompaña en su peregrinar ante la justicia.
Llegaron este abril con la esperanza de que la primera encaminada diera paso a la etapa judicial de acusación de los primeros responsables por el crimen. Sin embargo, los expertos en la malicia en el litigio han conseguido poner una pausa. No les importa que haya jurisprudencia en la materia que neciamente intentan imponer caso a caso en todo proceso que conlleva juzgar los graves crímenes que el Ejército de Guatemala cometió contra su pueblo. No les importa haber perdido antes. Buscan ganar tiempo, tal vez para que engorde el cheque del bufete o para lograr que pase alguna maniobra fuera de ley. Pero a la larga será solamente eso, una pausa. Porque más temprano que tarde los alcanzará la justicia.
Por ahora habrá que esperar la resolución de los amparos o de las apelaciones que han interpuesto en aras de procurar impunidad. En cada encuentro habrá que escuchar también la vulgar crueldad aprendida en algún hogar encuartelado que construye un lenguaje de rencor y da vida al odio como discurso. Ni un fenómeno ni otro podrán siquiera rasgar un ápice del mantón de amor, ternura, memoria y justicia que las tejedoras de la dignidad han hilvanado. Los años de búsqueda y de espera han cardado un material que, como el algodón cuando se moja, se torna tan fuerte que no hay manera de romperlo.
Con ellas, las tejedoras, habrá mucha gente. Aquí y afuera. Porque el crimen que han sufrido hiere a toda persona humana. Porque capturar al margen de la ley, violar sexualmente a una mujer, torturarla y luego, ante su heroica escapada, secuestrar y desaparecer a un niño era y sigue siendo un crimen contra la humanidad. Porque quienes lo cometieron eran agentes del Estado, eran miembros de las fuerzas de seguridad, eran oficiales del Ejército. Eran, en fin, servidores públicos a quienes nuestros impuestos pagaban para cuidar la vida, y no para pisotearla en nombre del poder que detentaban.
Y si el crimen perpetrado en octubre de 1981 lastima a toda la gente, la impartición de justicia para Marco Antonio y para Emma será también un aporte de justicia para la humanidad, incluso para los mismos entornos familiares de los perpetradores, aun cuando ahora sean incapaces de comprenderlo.
Aunque ahora exista una pausa, la trama y la urdimbre ya están fijadas en el telar. El diseño que se teje día tras día adquiere forma y poco a poco deja entrever los pliegues de un paño bordado con el inquebrantable amor de madre y de hermanas, nutridas de la solidaridad, la admiración y el respeto por su lucha.
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