Los vientos de noviembre me llevaron a conocer un municipio de Chimaltenango conocido por sus coloridas tradiciones, un pueblo pequeño con una hermosa vista del volcán de Fuego, donde las estrechas calles esconden una economía pujante que ofrece diversidad de servicios, entre ellos un par de cafetines que ofrecen variedad de café, crepas y pastelillos. En realidad, las casas grises de dos pisos sin ninguna ostentación ocultan al visitante que una porción de los vecinos viajan anualmente a Canadá para laborar en campos agrícolas.
El Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales a Canadá (PTAT) empezó en el año 2003 impulsado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Fondation des Entreprises en Recrutement de la Main-d’œuvre Agricole Étrangère (Ferme, por sus siglas en francés), con sede en la provincia de Quebec. El primer año, el programa comenzó con 250 trabajadores y, según datos de la OIM, en 2010 ya había involucrado a 12 000 personas con el objetivo de «regularizar y formalizar el desplazamiento continuo de trabajadores y trabajadoras migrantes con experiencia agrícola».
Este programa ofrece empleo a hombres y mujeres por una extensión de hasta 24 meses renovables. Ir a trabajar a Canadá no es tan caro ni peligroso como viajar indocumentado a Estados Unidos, pero tampoco es gratis. Los trabajadores costean un examen médico, un seguro médico y otros servicios, incluida la obtención de visa de trabajo del Gobierno canadiense, lo cual totaliza una suma equivalente al salario mínimo agrícola de dos meses, es decir, más de Q4 000.
La buena disposición de los trabajadores chapines para el trabajo duro y pesado es apreciada, como también su vulnerabilidad producto de su bajo nivel de escolaridad, el desconocimiento de sus derechos, la falta de respaldo del Gobierno y su enorme necesidad de empleo y de generación de ingresos.
La jornada laboral de ocho horas incluye dos descansos pagados de 15 minutos, uno por la mañana y otro por la tarde, además de media hora de almuerzo sin paga. Sin embargo, para muchos trabajadores, la jornada se extiende hasta 14 horas diarias, que no siempre se reflejan de igual manera en el salario obtenido. «Si hay trabajo, hay que darle», dice un entrevistado. «No hay más que agachar la cabeza porque, si me pongo al brinco, no tengo respaldo del Gobierno».
El pago de 11 dólares canadienses (CAD) por jornada laboral es muy atractivo gracias al tipo de cambio. «La gente cree que uno trae manojos de dinero, pero depende del tipo de cambio y del tiempo de estar allá», explica un trabajador. Además, los trabajadores deben pagar diversos impuestos, que se descuentan de su salario y que este año sumaron alrededor de CAD 125 semanales para aquellos que ganaron CAD 500 en la misma cantidad de tiempo. Al monto restante deben descontársele los gastos personales de vivienda y alimentación. Por otra parte, el empleador tiene la obligación de pagar un solo boleto de ida y vuelta, y el empleado tiene la opción de extender su contrato si lo desea, por lo que la matemática es simple: a más tiempo de estadía, mayor volumen de ingresos.
Muchos trabajadores agrícolas temporales han logrado mejorar su nivel de vida y, generalmente, han dedicado buena parte de sus ingresos a la compra de tierras para vivienda o siembra y de vehículos todoterreno, así como a la educación de sus hijos. Sin embargo, el aumento de bienes también ha representado el aumento de la separación conyugal y familiar.
El trabajo agrícola temporal está ofreciendo la oportunidad de generar ingresos a ciudadanos cuyos Gobiernos se han negado a proporcionar las condiciones mínimas para una vida digna. El costo de que el Gobierno vuelva la vista a otro lado lo están pagando individuos que se esfuerzan por salir adelante a pesar de las circunstancias adversas que los rodean.
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