Llévate mis amores (2014), de Arturo González Villaseñor, un largometraje documental presentado durante el II Festival de Cine Documental en Guatemala, retrata la generosidad, pero también el arduo trabajo que un grupo de mujeres realiza día a día en favor de los migrantes centroamericanos que pasan por su pueblo camino a Estados Unidos. De manera desinteresada y con el apoyo de donaciones locales e internacionales, este grupo de 15 mujeres de distintas edades y circunstancias familiares se levantan temprano todos los días para preparar cientos de almuerzos, movidas tan solo por la vocación cristiana de dar consuelo al prójimo.
La bestia (o el tren de la muerte, como también es llamado) es un tren de carga que abordan los migrantes como pueden, aglomerados en el techo o al final de los vagones, dispuestos a soportar las inclemencias del tiempo, hambre, robos, violaciones, secuestros e incluso mutilaciones. Todo por alcanzar un sueño, llegar a Estados Unidos, donde esperan poder tener lo que los Gobiernos de sus países les han negado: un trabajo con ingresos suficientes para mejorar las condiciones de vida de sus familias, algo tan elemental como comer bien, asistir a la escuela, dinero para acudir al médico y comprar medicinas, una vivienda y tierras para cultivar o un negocio propio. La desesperación los empuja, pero la dureza de la travesía supera todo lo imaginado.
Las Patronas, como muchas otras mujeres y muchos otros hombres, acostumbradas a ver pasar el tren, no le prestaban atención hasta que un día, hace 21 años, unos migrantes les suplicaron comida. Las mujeres instintivamente les lanzaron las bolsas de pan que llevaban en las manos y así comenzó este llamado. «No en la iglesia, [sino] en las vías, y allí estamos», relata una de ellas. Con empeño y con gusto preparan lunches en bolsas plásticas que contienen arroz, frijoles, pan o totopos, además de botellas de agua. Su satisfacción es ayudar al necesitado y dar un poco de alegría a quienes se alejan con tristeza de su familia. No piensan, dicen. Solo ayudan. Han dejado atrás los chismes, las críticas, los miedos. A lo largo de este tiempo, su labor se ha extendido, sus familias se han incorporado, el número de porciones que preparan es mayor, ofrecen ropa además de comida, buscan ayuda médica para quien lo necesite, dan charlas a policías e incluso han logrado instalar un comedor y un albergue para migrantes. Sin embargo, a veces sienten impotencia, pues no entienden «¿cómo pueden chingar al más jodido?, ¿qué le van a quitar a esa pobre gente?».
«Como mujer, todo el tiempo tenemos que hacer», dice una de ellas. Sin embargo, con tan pocos recursos han decidido actuar y se hacen presentes donde los Gobiernos están ausentes.
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