Esto puede parecer extraño. La normalidad no está relacionada aquí con un estado deseable de cosas, sino con una predictibilidad de patrones. Lo ejemplifico. Cuando el mercado del narcotráfico encuentra un aparente equilibrio, las ejecuciones violentas tienden a disminuirse. Cuando las ejecuciones violentas se incrementan, puede pensarse que hay que una ruptura de códigos o un problema de sobreoferta que obliga a eliminar a los distribuidores innecesarios. Puede pensarse que hay una fragmentación de las estructuras o un surgimiento de nuevas competencias por territorios. De hecho, el estado actual del narcotráfico mexicano puede perfectamente explicarse vía las dos últimas condiciones que apunté. Las estructuras del narcotráfico, al ser fundamentalmente piramidales, jerárquicas y verticales, son mucho más predecibles. Tanto así que hoy en día, en el mismo slang de los narcotraficantes mexicanos, se utiliza el término empresa en lugar del término cartel. Dentro de esta empresa hay ramas (departamentos): financieros, operativos, brazos armados, caras públicas, enlaces con empresarios, etc.
Ahora, ¿qué sucede cuando el anterior análisis se hace sobre estructuras criminales que no son estables, que son bastante más volátiles, en las cuales, si bien los liderazgos existen, el criterio de verticalidad no es tan claro? Estamos hablando concretamente de las denominadas maras o pandillas. Y estamos hablando concretamente del lamentable hecho sucedido el pasado lunes: tres ataques bastante bien coordinados en contra de oficiales de la Policía Nacional Civil. ¿Cómo interpretar lo sucedido?
De esta fecha para atrás, quizá unos ocho meses, las pandillas han recibido duros golpes por parte de las fuerzas de seguridad. Son detalles que pasan desapercibidos por la mayoría de la ciudadanía, pero la desarticulación de redes enteras de extorsión y sicariato son logros institucionales. El Estado ha logrado penetrar estas estructuras vía inteligencia, escuchas y seguimiento. Las fuerzas de seguridad han decomisado arsenales enteros ingresados vía el contrabando, que se creen dirigidos a dichas estructuras. Armas de uso exclusivo del Ejército. No hay que olvidar que también se frustró un intento de ataque con explosivos en las torres de tribunales. Dentro del sistema carcelario, las pandillas han perdido también parte importante del control territorial que las caracterizaba. Puede agregarse a esto el arresto de 45 pandilleros en el Centro Juvenil de Privación de Libertad Etapa 2.
¿Es una respuesta directa al Estado? Posiblemente. Pero también podría pensarse (sin caer en el juego de la conspiración) que las pandillas son instrumentos útiles para quien las sepa manejar. ¿Puede suponerse que hay una relación establecida entre cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad (ciacs) y pandillas? Tal vez solo basta preguntarse si en medio de esta terrible coyuntura hay ganadores. ¿Justificaría esta coyuntura implementar estados de sitio? ¿Plantear la reiterada necesidad de la presencia militar en el espacio público? ¿Militarizar de un solo golpe los enfoques de seguridad? ¿Construir una política de mano dura al estilo salvadoreño? Cientos de preguntas. Pero los ataques precisos, simultáneos y coordinados en distintas áreas de la ciudad demuestran dos aspectos a considerar: a) las maras están evolucionando más allá de simples organizaciones de fuerza bruta y desordenada y, b) en efecto, están en contacto con otros actores paralelos que las dotan de insumos, estrategia, logística, etc.
Lo aterrador es el escenario que se le viene a Guatemala. Se asemeja a Honduras en cuanto al temor por el quiebre democrático del mandato presidencial. Esta crisis de estabilidad política se parece al catarro que nunca parece salir del sistema. Pero además se parece a El Salvador en razón de un posible escenario de guerra abierta entre el Estado y las maras. En el mejor de los casos, las pandillas están obligando al Estado a un escenario de juego de suma cero en el cual el incremento de la violencia no es una posibilidad racional y articulando el deseo de un diálogo (situación similar al caso salvadoreño).
Y, en el peor de los casos, la tesis de una relación entre ciertos ciacs y las maras es una realidad a considerar.
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