Una región de tierras arrasadas
Una región de tierras arrasadas
Hace apenas unas semanas, un tráiler fue abandonado en Texas. Dentro, más de cincuenta migrantes habían muerto por asfixia, entre ellos, dieciséis guatemaltecos. Lo que ocurrió en Texas es una historia que lleva repitiéndose, incansablemente, por muchos años. «Las tierras arrasadas» es una novela de Emiliano Monge que desnuda la cruda realidad del destino de los migrantes centroamericanos a manos del crimen organizado en territorio mexicano. «Son pueblos enteros, colectividades enteras, los que están buscando irse para sobrevivir. Más que migración debemos empezar a hablar de diáspora», resalta el autor.
Además de escritor, Emiliano Monge es politólogo. Ha recibido reconocimientos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, del Conaculta, del Hay Festival, de Bogotá39 y del Consejo Británico. Por su novela «Las tierras arrasadas» recibió el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska por el gobierno de la ciudad de México.
En esta entrevista explica la realidad que lo llevó a escribirla y plantea una interrogante crucial: ¿Cómo fue posible que esto sucediera y que no hiciéramos lo posible por pararlo?
Con frecuencia se conciben los espacios dedicados a la literatura o a la cultura en general como dedicados al entretenimiento. Una novela como «Las tierras arrasadas» nos ayuda a comprender que la literatura de ficción también puede abordar temáticas dolorosas, incómodas, en las que no quisiéramos ahondar. ¿Fue difícil para ti escribir esta novela tan cruda?
Sí, fue una novela muy dura de escribir. Yo diría que ha sido la más difícil en el aspecto de mi relación con el mundo, sin duda. Me dejó muy agotado, muy exprimido. El tema de los migrantes lo había trabajado desde la Universidad porque estudié ciencia política y siempre fue muy importante para mí porque es el tema de la otredad, de la desigualdad que es la que hace que la gente tenga que dejar sus países, ¿no? Fue un libro muy difícil en dos etapas distintas.
Primero, el impacto de los testimonios que recopilé con los migrantes y, después, en el proceso de escritura. Quería presentar esta historia de manera que pudiera provocar en el lector un impacto similar al que yo había sufrido, sin abusar de los testimonios que me habían confiado. Fue doloroso.
«Las tierras arrasadas» es una novela acerca de la migración, fundamentalmente centroamericana, que transita territorios mexicanos para alcanzar la frontera con los Estados Unidos. Nos haces sentir de manera muy honda el enorme problema humanitario donde tanto México como los países centroamericanos están involucrados. ¿Podrías comentar acerca de los testimonios que recibiste de los migrantes y que aparecen en tu novela casi como una letanía?
Las citas que utilicé en el texto son fruto de la interacción que tuve con los migrantes. Sus testimonios me impactaron cuando los recibí, pero quizá el impacto fue mayor cuando estaba escribiendo, después de haber obtenido otros testimonios con organizaciones que trabajan con migrantes, tras descubrir el trabajo que hace la iglesia católica, pues muchos de los lugares donde se albergan no tienen nada qué ver con los Estados, sino con el trabajo de las iglesias y es impresionante.
Las historias son en sí mismas terribles: de violencia sexual, de abusos, mujeres que saben que para cruzar México tienen que traer píldoras anticonceptivas, o pastillas del día después, porque van a ser violadas varias veces, historias de las maras, muy trágicas, como una que escuché donde un hermano huía de su propio hermano, pues la organización lo envió a asesinarlo como prueba de fidelidad.
A pesar de que estas historias son tan brutales, lo que realmente me impactó fue su circularidad. Es decir que lo mismo le hubiera sucedido a uno y a otro y a otro. Quise representar esto en la novela, esa sensación que yo había tenido de la repetición. Por eso es que incluí fragmentos literales de estos testimonios cada tanto.
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Que la historia no sea solamente una historia que te están contando, sino que a cada tanto hubiera un golpe de realidad que nos recordara que esto está pasando ahora mismo.
En fecha reciente, fallecieron decenas de migrantes asfixiados en un tráiler en Texas. El evento sucedió mientras yo leía cómo Epitafio, el protagonista de tu novela, conducía ese mítico tráiler «Minos» (como la ciudad del legendario laberinto con su minotauro), que transporta decenas de migrantes encerrados dentro. Publicaste esta novela en el año 2015… Parece ser que este fenómeno de crimen organizado lleva muchos años.
Estas tragedias vienen sucediendo desde hace rato. Quizá finalmente están llegando a los noticieros, pero suceden de manera cotidiana, desde hace muchos, muchos años. México es un país que se llena la boca defendiendo los derechos de los migrantes mexicanos en Estados Unidos y, si antes no hacía absolutamente nada, ahora es peor porque caza a los migrantes centroamericanos que intentan cruzar México.
Antes los cazaban los cárteles y el crimen organizado. Ahora también el gobierno, la Guardia Nacional. Sucesos como el de este tráiler que mencionas, pasan muchas veces en el año, muchas veces al mes, en distintas regiones del territorio mexicano. Se han encontrado campos de trabajos de esclavos, fosas comunes a lo bestia. Si uno se recuerda la búsqueda de los estudiantes de Ayotzinapa cuando se abrían fosas y más fosas llenas de cadáveres que no eran los estudiantes. Entonces, ¿de quiénes eran esos cadáveres? A los cadáveres de migrantes centroamericanos no los busca nadie.
La migración en busca del «sueño americano» se ha romantizado en extremo, sobre todo en países en los que las opciones de futuro son, prácticamente, nulas para la mayoría. Sin embargo, tú narras una realidad devastadora: de tratos inhumanos, indecibles torturas, violaciones e incluso, la muerte. ¿Por qué tanta saña? ¿No es el tráfico de por sí rentable?
Porque no es tan lineal. No es una sola persona quien realiza el tráfico. Son varias personas u organizaciones que se los van vendiendo unos a otros. Y las personas secuestradas van teniendo distintos valores, a muchas mujeres las ponen a trabajar en centros de prostitución, igual que a algunos hombres y también niños; a otros los venden para realizar trabajos forzados, otros se suman a los propios cárteles del narcotráfico. Va cambiando el valor de cada uno de los migrantes en la medida que van avanzando dentro del territorio mexicano. A muchos los tratan solamente como cuerpos, es espantoso, pero es así.
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Y el que te engaña para cruzar la frontera con México, luego te sigue engañando para cruzar Chiapas, otro te puede engañar para cruzar Veracruz.
Entonces, ¿estamos frente al resurgimiento del esclavismo a través de estas caravanas migrantes?
El problema es que seguimos hablando de migración. Me parece que el fenómeno que estamos presenciando ahora es distinto porque no se trata de una persona o de diez. Son pueblos enteros los que se están quedando vacíos, regiones enteras se están yendo. Porque no hay nada que te asegure la supervivencia si te quedas. Se están yendo pueblos enteros de Centroamérica y de México. Se están vaciando ciertas regiones. Son pueblos enteros, colectividades enteras, los que están buscando irse para sobrevivir. Más que migración debemos empezar a hablar de diáspora. Y esta radicalización de la situación conlleva esta otra radicalización: la de la violencia.
Muy al principio de tu novela, Estela y Epitafio, los líderes de este grupo de traficantes preguntan de forma retórica a los migrantes ¿quién es la patria? Y añaden la respuesta: «yo soy la patria», resaltando el poder absoluto que tendrán sobre ellos. Resulta evidente que los países centroamericanos han dejado de ser «patria» para los desplazados. Pero pareciera que en territorio mexicano tampoco está presente el Estado ya que no es capaz de contener los actos criminales y proteger a las personas. ¿Cómo ves esta ausencia evidente? ¿Está desapareciendo lo que hemos entendido por «patria» a manos de una delincuencia incontrolable y de la incapacidad de los Estados fallidos de protegernos o de brindar satisfactores mínimos?
En México me atrevo a decir que hubo una retirada del Estado y dejó a su suerte a regiones enteras donde ya no funciona como Estado, donde la autoridad son los cárteles, el crimen organizado, en contubernio con ciertos brazos corruptos de la organización policial o militar que se han convertido en un cártel más. Me refiero a los gobiernos anteriores, digamos.
En cuanto al gobierno actual, ha dado un paso más en ese retirarse porque no solo lo hizo en la práctica, sino también en el discurso, en la retórica del Estado. No solamente se abandonaron los territorios de la presencia policíaca, sino que se abandonó el diálogo acerca de la seguridad pública. Y esta actitud pasiva ha hecho que crezcan mucho más esos espacios de poder de los cárteles y del crimen organizado porque además de tener regiones enteras bajo su control, hay muchas más en las que tienen libertad de acción pues el Estado no los enfrenta, a veces por contubernio y a veces por omisión. El gobierno prefiere evitar el conflicto porque copa las primeras planas.
En cambio, el secuestro de migrantes, el abuso de mexicanos en tránsito o de migrantes centroamericanos, no copa las primeras planas. El Estado prefiere mantener el silencio. Que más bien no es el Estado, sino el gobierno actual. Pero sí hay una renuncia. Y, no es que los mexicanos estemos pidiendo una militarización como la de Felipe Calderón que resultó mucho peor, pero no hay una voluntad política de afrontar el problema. Por ejemplo, no vemos acciones para atacarlos financieramente. Lo lógico sería cerrarles todas las herramientas financieras que tienen, el suministro de armas, para que no puedan seguir traficando.
El negocio se ha convertido en algo a gran escala. Se estima que si uno cierra la llave del narcotráfico en México y en América Latina, no solamente las economías de México y América Latina se derrumban, sino que la propia economía de los Estados Unidos caería un 8 %, que es una brutalidad. Hay infinidad de negocios que dependen de esto.
Cuando se hace lobby en los Estados Unidos contra la legalización de la droga, quienes se oponen no son quienes uno creería. Son los que venden insumos a las cárceles, porque más del 80 % por ciento de personas en prisión están vinculadas al tráfico y consumo de drogas. Algo similar sucede en nuestros países. Quienes se oponen son los que se benefician de la situación de debilitamiento del Estado.
Por lo visto sucede como en Guatemala con las remesas. Se beneficia el sistema financiero y los grandes oligopolios.
¡Claro!
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En tu novela, escoges narrar desde el punto de vista de los traficantes y con ello haces uso de lo que la novela como género permite: los humanizas. Nos permites ver que, a la larga, también son víctimas de una violencia histórica, sistémica. ¿Qué nos puedes decir acerca de ellos, los protagonistas de tu novela y sus razones?
Sí, efectivamente, son víctimas de alguna manera. La dicotomía víctima, victimario es más complicada de lo que nos imaginamos cuando lo vemos en blanco y negro. Estamos acostumbrados por la literatura, la televisión o lo que aprendemos en casa, que los malos son esencialmente malos. Nos han hecho ver el mundo como si fuera blanco y negro y evitar los grises. Para mí es fundamental hablar de víctimas y victimarios en una enorme tragedia como esta porque es muy poco lo que separa las víctimas representadas en la novela (los migrantes), de los victimarios (los traficantes). Estamos más lejos nosotros, en nuestra burbuja y nuestros privilegios, que ellos entre sí.
Migrantes y traficantes son gente que creció con las mismas condiciones de vida y es debido a cosas azarosas que una persona puede convertirse en una cosa o en la otra. Plantear esta cuestión en la novela era para mí muy importante.
Para poder salir de situaciones de violencia tan compleja como las que vivimos en nuestros países, necesitamos ver tanto a la víctima como al victimario. Cuando uno crea una obra de arte, ponerse en el lugar de la víctima es lo más fácil. Cualquiera se puede poner en el lugar de la víctima. Para lo que hace falta mucho valor y coraje es para ponerse en el lugar del victimario. Lo importante de esta situación, es que es necesario entender a uno como a otro para comprender el ciclo de la violencia y entonces hallar la salida.
Además, por encima del que parece ser el victimario, hay otro invisible.
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Son quienes manejan los hilos y quienes generan ambas realidades: la de los migrantes y la del crimen. Son los dueños del azar. Ellos son la razón, la causa de ese azar que lleva a unos a un camino y a los otros al otro.
Como novelista me pareció interesante que pudiéramos ver la realidad, también humana, de estos victimarios utilizados por el sistema y que están atrapados en su propia tragedia. Y que también pudiéramos ver a ese tercero que siendo víctima se pasa al otro lado. Ese al que las circunstancias convierten en victimario.
Efectivamente, el destino de los traficantes que retratas es tan violento como el de los migrantes. De hecho, prácticamente todos tienen un destino trágico. Llevan nombres con sabor a muerte. Epitafio, Sepelio, Cementeria, Mausoleo. ¿Esta fascinación con la muerte, el fetichismo que acompaña sus actos perversos, qué dice de nuestras sociedades contemporáneas?
Yo lo veo de forma opuesta a como me lo planteas. No lo veo como un fetichismo con la muerte, sino de pérdida de respeto a la vida. Me parece que el impulso destructor humano que lleva a provocar la muerte del otro ha estado siempre presente. Está en todas las culturas. Pero también ha estado el impulso contrario: el valor de la vida, el respeto.
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Lo que nos ha pasado, en todas las sociedades como la latinoamericana o en Estados Unidos, es esa pérdida de valor de la vida humana, de la vida del otro, de entender la otredad. Y eso ha hecho que la muerte pueda ganar terreno.
De algún modo tiene que ver con nuestros procesos históricos. No solamente con la inmediatez, sino con el proceso a largo plazo. No es casual que, en los momentos de violencia desatada en México, por ejemplo, se mate en formas similares. Hablo de la Revolución, de la guerra de Independencia, de la guerra contra el narco. Hay una suerte de ritualidad similar que se parece mucho a la ritualidad del asesinato en el mundo precolombino y durante la guerra de conquista.
¿Qué pasó con esa guerra de conquista? Se nos impidió seguir con un proceso natural de evolución como sociedad. La relación con el asesinato, el sacrificio de los cuerpos quedó allí, como un silencio, algo de lo que no se podía hablar y, de pronto, ese silencio se termina y a donde volvemos es allí, a lo que conocíamos. Hay un vacío evolutivo entre medio, que hace tan parecido o similar lo que vemos en esta ritualidad del asesinato, a lo que se encuentra en las excavaciones arqueológicas, y en las fosas del narco. Es algo muy profundo también, pero que habla de la manera en que podemos actuar para frenarlo: infundiendo el amor y el respeto a la vida. Únicamente con la revalorización de la vida podemos vencer la violencia.
¿Crees que desacralizar tiene esa consecuencia? En el proceso de desacralizar todo nos hemos quedado desnudos.
¡Claro! Es importante retomar ciertas ritualidades que tienen que ver con la vida, no con el más allá, o las religiones, sino con la belleza de la existencia, de la persona, de cada uno.
¿Rescatar el humanismo que se arrinconó de todas partes porque no producía dinero?
Totalmente.
Por otra parte, los migrantes nos dan la sensación de ser cuerpos dóciles, disponibles. Han dejado de tener identidad, son nadie. Háblanos de esa capacidad que tiene la violencia para borrar nuestra presencia humana, cuestión que representas tan claramente en tu novela.
Como te decía antes:
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El resultado final es esta despersonalización que busca desaparecer al otro y, por eso en la novela, los migrantes se presentan como un conjunto, una masa, los sin nombre, los sin tierra.
Debemos comprender que en cuanto alguien cruza la frontera de su país y está migrando de manera ilegal, pierde absolutamente todo, pierde la patria, pierde la identidad, pierde sus vínculos afectivos, se queda sin nada a veces, incluso, sin un nombre. De hecho, hasta la palabra pierde pues está migrando a un país de un idioma distinto. Ese cúmulo de pérdidas los iguala a los otros migrantes.
Lo que yo quería evidenciar en la novela era justamente eso. Una doble destrucción de la identidad: por un lado, las condiciones que expulsan a pueblos enteros a abandonar sus territorios y, por el otro, el necrocapitalismo (capitalismo dedicado a la muerte) que es está máquina del crimen organizado que los espera. Todo este infierno aunado a la pérdida de todos los referentes de la identidad humana. Y es por eso que en la novela incluí algunos fragmentos del descenso al infierno de la Divina Comedia de Dante. Quise reflejar que migrar puede asimilarse a lo que pasa cuando una persona desciende a los infiernos.
Construiste tu novela con la estructura de una tragedia griega.
Sí, porque, ¿qué define a una tragedia griega? Que por anticipado sabemos que las cosas no van a salir bien y, sin embargo, nos quedamos a presenciar esa tragedia mientras se desarrolla. En este caso, desde el principio sabemos qué va a pasar con esos migrantes que emprenden este viaje azaroso y, sin embargo, continuamos presenciando el fenómeno, y ellos continúan viajando no obstante saber lo que les espera. Ese es el sentido de la tragedia que estamos viviendo.
«Las tierras arrasadas» es el nombre de tu novela. ¿Qué nos puedes decir de esta imagen?
Para mí, significa muchas cosas. Para empezar con esa quema que hacen los campesinos todavía y que era una práctica prehispánica para que después las semillas puedan germinar, es decir, tener cierta esperanza. Tiene que ver con lo que les enseñaron a los militares latinoamericanos en la Escuela de las Américas durante la guerra fría: las políticas de tierra arrasada que implican la destrucción militar de un territorio y de su población completa.
Y tiene que ver con esta acción del capitalismo brutal que está impulsando el abandono de los territorios por pueblos enteros. Y utilizo «las tierras» en plural porque se trata de una tragedia compartida por toda una región. No somos un lugar, somos una suma de lugares los que estamos siendo afectados. Esto hay que entenderlo muy bien para empezar a transformarlo.
Y si nos vamos a África, los pueblos de allá lo están viviendo también.
No hay una sola frontera entre el primer y el tercer mundo que no esté pasando por una crisis humanitaria similar y que esa crisis no sea la consecuencia directa de una política de tierras arrasadas. Para África la frontera no es solamente el Mediterráneo, a raíz de la crisis de Europa (2008-2009) la migración se movió hacia el cuerno de África (Etiopía), para llegar a las monarquías petroleras donde son esclavizados. Hay una zona en África donde ves las columnas de personas avanzando. También en el sudeste asiático, tratando de llegar a Oceanía, a Australia o Nueva Zelanda, o a las grandes economías como Japón, Corea. Muchos terminan hacinados en guetos, esperando años para ver si les permiten el ingreso a esos países.
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Las novelas no están hechas para dar respuestas, sino para plantear interrogantes. Con qué interrogantes quieres que nos quedemos luego de leer tu novela.
Las novelas inician como una interrogante para el escritor. Escribirlas es hallar algunas respuestas para quienes las escriben. Lo que hay allí son mis respuestas. Pero, en relación con tu pregunta. Estoy convencido de que la gran pregunta que nos podemos hacer en México es cómo permitimos que sucediera este trato a los migrantes centroamericanos. Un poco lo que pasó en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial con los judíos.
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Ya ves, tu novela nos deja con esa misma interrogante. ¿Por qué los guatemaltecos lo permitimos?
Guatemala es un país de migrantes, pero es también un país de tránsito. Por Guatemala también pasan salvadoreños, cubanos, hondureños, venezolanos. Los gobiernos negocian con los Estados Unidos temas tan absurdos como convertirnos en «Tercer país seguro» en lugar de resolver los problemas reales. Nos convertimos en ese otro muro de contención de la migración. Es un absurdo.
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