Días después, en el palacio presidencial de San Salvador, los presidentes Alejandro Giammattei y Nayib Bukele firmaban una carta de entendimiento para que los vuelos entre Guatemala y El Salvador fueran considerados nacionales. Además, anunciaban que en unos meses se eliminarán las aduanas, que habrá libre paso de personas y mercancías entre ambos países y que Guatemala realizará una concesión en favor de El Salvador para la construcción de un puerto en el Atlántico.
Los mandatarios dejaron de lado las mesas de trabajo, las instancias coordinadoras. Esta vez no hubo pretextos y se demostró que donde existe voluntad política se pueden materializar objetivos tan trascendentales. Ahora el reto es que esto se institucionalice y no sea cuestión de políticos en sintonía coincidiendo en un mandato presidencial.
La unión aduanera con Honduras se trabaja desde hace años y, después de este anuncio, las autoridades catrachas y costarricenses han manifestado su anuencia a firmar un acuerdo de cielos abiertos. Actualmente, plantear el tema de la unión centroamericana es un objetivo difícil si no cambian algunas situaciones, pues todo se pone cuesta arriba en tanto Nicaragua siga siendo una dictadura y Costa Rica tenga niveles de vida muy superiores a los del resto del istmo.
De lo anterior se abstrae que por lo menos en el corto plazo es más viable integrar al Triángulo Norte de Centroamérica, puesto que somos tres sociedades relativamente homogéneas, cercanas en calidad de vida y que sin lugar a dudas compartimos muchos problemas: inseguridad, corrupción, pobreza y desempleo, entre otros tantos.
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Ahora bien, tal y como lo planteó el profesor Hugo Maul, será necesario un marco general para el sostenimiento de estos acuerdos a largo plazo. Y para esto es viable que se auxilien de la institucionalidad y la normativa creadas para la integración centroamericana (claro está que de las instituciones funcionales, no de instancias onerosas e inútiles como el Parlacén, que se ha convertido en refugio para procurar impunidad).
Son muchos los retos logísticos, pero, si la voluntad política en aras de alcanzar el bien común se contrapone lo suficiente a los intereses económicos de unos pocos que han obstaculizado la integración, todo será posible. Todo esto sucede en el marco del inicio de este nuevo gobierno, que no puede ser otra oportunidad perdida, ya que es palpable el grave deterioro de las condiciones de vida de los guatemaltecos producto del despilfarro, la irresponsabilidad, el descaro y la corrupción de la administración anterior. Este es un paso importantísimo orientado a la generación de comercio, riqueza y bienestar.
Sin lugar a duda, se trata de un momento histórico. Don Justo Rufino Barrios ha de estar contento, pues el sueño que se truncó junto con su vida en la batalla de Chalchuapa empieza a tomar forma más de un siglo después. Y ahora será sin armas, porque, parafraseando a Frédéric Bastiat, donde hay libre comercio no pasan los ejércitos.
Desconozco si lo firmado esta semana alcanzará las dimensiones del acuerdo creador de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, iniciativa de Robert Schuman que fue acogida por Konrad Adenauer y firmada en París en la primavera de 1951, claro antecedente de lo que hoy es la Unión Europea, pero al menos nos permite soñar con una Centroamérica unida y abierta al mundo.
Pronto nos encontraremos con mi amigo salvadoreño para brindar, para soñar con menos fronteras y verdadera hermandad.
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