Nos acercamos a un 20 de agosto que parecía muy lejano. Contra viento y marea, en pocos días, se celebrará la segunda ronda electoral que definirá entre Bernardo Arévalo y Sandra Torres quién será el nuevo presidente. Se trata de un momento histórico en el cual, mediante el voto soberano ejercido de forma masiva y consciente, el pueblo podrá reafirmar su vocación democrática erigiendo un valladar ante el avance de modelos autoritarios que nos amenazan.
Hablar de autoritarismo en Guatemala nos hace reflexionar sobre nuestro pasado. La evolución de varias décadas de gobiernos militares hacia el modelo republicano y democrático fue el resultado de una lucha cruel y devastadora. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos y del alto precio pagado, una cadena de gobiernos vinculados a la criminalidad y sin ninguna vocación por el bien común ha logrado llevarnos a la posibilidad de un retroceso.
La muestra más evidente del deterioro de nuestra democracia ha sido el propio proceso electoral. Decir que ha sido atropellado es quedarse corto. Desde que arrancó, la mano abusiva de la alianza política criminal empezó a sentirse. Para la segunda ronda, el proceso estuvo en riesgo de abortarse. La razón no puede soslayarse: se había orquestado una elección de apariencia, controlada, para que no se produjera ningún cambio en un modelo de gobierno cuya única directriz es el desaforado engullimiento de los recursos económicos del país y la impunidad. Guatemala estaba entregada a esta inercia y los resultados de la elección sembraron, al mismo tiempo, pánico y un arrollador entusiasmo.
Los ataques y el hostigamiento al proceso electoral orquestados desde el propio Estado, no se hicieron esperar. Caldearon el ambiente, causando temor, incertidumbre y frustración. En una de las múltiples manifestaciones ciudadanas de protesta, una señora se refirió a este conjunto de actos como “daño moral”. Y, ciertamente, las acciones ilegítimas han sido una afrenta a la dignidad ciudadana, un abuso del poder público y un ataque a la prevalencia del pacto social.
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Ante lo evidente de la intención de socavar la institucionalidad democrática, la presión internacional ha jugado un papel relevante. La Organización de Estados Americanos puso en agenda el caso de Guatemala, con tal energía, que derivó en el compromiso del gobierno de Alejandro Giammatei de respetar, no solamente la realización de la segunda vuelta electoral y la oficialización de los resultados, sino también entregar el poder a quien sea electo y permitir un monitoreo internacional hasta ese día.
Tener un proceso de transmisión de mando “monitoreado” por una misión de observación internacional es una muestra irrefutable del deterioro institucional en Guatemala. Aún bajo este escrutinio, el proceso ha continuado siendo sucio, viciado por prácticas repudiables: campañas de desinformación destinadas a polarizar a la sociedad y generar discursos de odio, la inversión de ilimitados fondos oscuros, los tristes fenómenos de acarreados, oferta de compra de votos e, inclusive, la amenaza de que el proceso de conteo se vea teñido de prácticas maliciosas.
En medio de la confusión y la incertidumbre, resulta esperanzador el fervor por preservar la democracia. Presenciar este fenómeno, nos permite creer que hay una creciente conciencia política del ciudadano guatemalteco. Sobre todo, han sido los jóvenes quienes han demostrado un inédito entusiasmo por participar y, sobre todo, por discutir los temas de interés para el país, escuchar las propuestas electorales y aportar alegría a un ambiente que, por momentos, ha sido en extremo tenso.
Los analistas han especulado que los fenómenos descritos no son tan sorpresivos. Argumentan que, más allá de las elecciones, estamos ante un momento de transformación imparable porque la población de Guatemala es ahora mayoritariamente joven y vive en centros urbanos. El acceso horizontal a la información que habilitan las redes sociales permite un acercamiento y profundización de los temas políticos. Quizá tampoco hay que olvidar la fuerza de los movimientos ciudadanos surgidos en el año 2015 que, sin duda, dejaron lecciones aprendidas y un sentimiento de comunidad. Y, finalmente, que el voto canalizó el arrollador hartazgo en una sociedad cansada, no solamente del abuso del poder público, sino del abandono de la obligación de gobernar que hemos sufrido en los últimos años.
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Muchos guatemaltecos tienen en este momento conciencia del peligro que implica la destrucción de la institucionalidad y de que el país necesita una acción de rescate. Aun cuando llegar a la elección de segunda vuelta ha sido como caminar al filo de una navaja, los ciudadanos lo han hecho con paso firme. Y es esta determinación la que hará posible que podamos elegir gobernantes el próximo domingo.
El poder ciudadano que se ejerce mediante el voto es un arma muy poderosa cuando se realiza de manera consciente. Este domingo, cuando la gente salga a votar estará manifestando de forma clara que, mediante este camino pacífico, Guatemala puede alcanzar una transformación compleja, difícil, pero impostergable. Los guatemaltecos buscábamos con afán una salida. Está allí, frente a nosotros, en el ejercicio del voto consciente.