En la reciente COP28, realizada en Dubai, se logró un acuerdo para la mitigación del cambio climático, planteando acciones de adaptación, incluso se aceptó que todos estamos en peligro, y que resolverlo implica dosis altas de solidaridad. Más de 70 mil delegados, dentro de ellos 156 jefes de Estado, 22 líderes internacionales y 784 ministros, representando a un total de 198 países estuvieron presentes.
Antes, en la COP21 de París, en 2015, hubo el compromiso de detener el calentamiento global, pero, este en vez de disminuir ha aumentado y las acciones ejecutivas no llegaron, provocando una sensación de impotencia general y la exasperación de los científicos y expertos que ven que, desde ese año, se ha perdido el tiempo. Ahora se tomó el acuerdo que «invita» (no obliga) a los países a emprender una transición para alejarse de los combustibles fósiles, a pesar de la oposición de los países productores de petróleo (OPEP).
Ecologistas y científicos, critican los acuerdos porque no hay sanciones por el incumplimiento de los mismos y tampoco recursos para ayudar a los países del sur global que no pueden financiar acciones referidas a la disminución de combustibles fósiles. Son los países pobres los que menos causan el cambio climático, pero que sufren las mayores consecuencias. La ciencia ha demostrado que la crisis climática se manifiesta a través del agua: sequías, inundaciones, calor y contaminación. (¡Aló, Guatemala!).
Tampoco hay un calendario para evaluar el cumplimiento por parte de los países comprometidos, quienes pueden, o no, cumplir los acuerdos. Queda a su discreción tomar medidas técnicas, legales, culturales y/o económicas, para enfrentar las consecuencias del cambio climático. Lo que no alienta esperanzas, toda vez que los países colonizados, son víctimas de una economía concentradora y depredadora de la naturaleza. Y los que gobiernan, viviendo en la corrupción, son los que implantan el pensamiento de la colonialidad a la población, para defender los intereses de los que históricamente han vivido del asesinato permanente de la madre tierra.
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Economía verde, agricultura sostenible, sistemas alimentarios resiliencia, descarbonización, mitigación, adaptación, acción climática, solidaridad, voluntad política, etc., son conceptos del discurso hegemónico global que mediatiza las luchas frontales para detener las consecuencias del cambio climático, como el aumento desmedido de la temperatura y el agotamiento de los recursos naturales que los países pobres poseen, pero no disfrutan.
Según las directrices de esas conferencias COP, hay que entrenar (obligar) a los pueblos para que resistan (resiliencia) la crisis climática, dar a cuentagotas recursos económicos para la adaptación a los desastres derivados: sequías, inundaciones, etc. Que sean los pobres los que resuelvan el problema, en tanto los poderosos siguen depredando y contaminando la naturaleza. No se aborda para nada cambiar el modelo económico productivo que se alimenta de los recursos naturales del sur global. Tampoco, se obliga a los gobiernos para que detengan los cultivos que destruyen la tierra.
Hay amenazas colaterales, no de clima, sino de política, economía y corrupción. Carlos Pineda, un politiquero populista de derecha, usando masivamente las redes sociales, se va imponiendo en la mente de la sociedad (colonialidad) para aspirar a la presidencia del país, en tanto sus cultivos de palma africana empobrecen y matan la sagrada tierra. Seguramente, si tenemos la mala suerte de que gane la presidencia, engrosará las filas de los que niegan que haya cambio climático global, destrucción del planeta y que, si lo hubiera, el desarrollo tecnológico encontrará las soluciones. ¡Puras falacias!
Esa producción extractiva y depredadora, solo sirve a los países desarrollados para tener una «Vida imperial», como apunta Kohei Saito[1] al referirse a la opulencia y despilfarro que hacen gala estas sociedades enriquecidas a través de las materias primas de nuestros territorios.
A los colonizados no se les invita ni se les escucha en esas conferencias COP.
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