La modernidad nace desde el colonialismo, mientras que el extractivismo sustenta la riqueza de los países altamente desarrollados de Europa y Norteamérica, y que, durante 500 años, ha desarrollado en nuestras tierras un ritmo acelerado de destrucción de la madre naturaleza, que no se compara con los milenios de la civilización maya. Dos concepciones y realidades contrapuestas del tiempo y el espacio.
La modernidad se sustenta en la racionalidad que, al acabar con la vida natural, se convierte en irracionalidad. El afán de la acumulación de capital de la modernidad es infinito, el problema es que la naturaleza es finita, y ahí las consecuencias del cambio climático provocado por el modelo económico-productivo imperante.
La naturaleza no es paisaje, ni mercancía, ni objeto inanimado, es madre, es vida, es matriz y cobijo de todo. La naturaleza responde a las agresiones humanas con inundaciones, deslaves, aumento de la temperatura, sequías, incendios, terremotos, etc. Es el grito que el progreso material de la producción y el consumo exacerbado no escuchan.
El problema del cambio climático se está volviendo mercancía desde los centros de poder que, apropiándose del discurso de la mitigación y adaptación, impulsan un nuevo colonialismo con soluciones aparentes como el mercado del carbono, que amenaza a los pueblos empobrecidos con arrojarlos de sus territorios y exponerlos a las consecuencias del cambio climático.
Cuando un gobierno, comunidad o región protege el bosque puede obtener créditos de carbono que luego se venden y los compradores son los países que provocan el cambio climático con su sistema productivo. Un país vende el carbono que sus bosques produce y los compradores, actualmente los Emiratos Árabes, productores de petróleo, pueden seguir contaminando globalmente y contrarrestar lo que la comunidad científica y activistas contra el cambio climático de diversas partes del mundo plantean: una eliminación rápida, total, justa y financiada de todos los combustibles fósiles.
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Los países desarrollados están comprando esos derechos sobre tierras africanas para obtener créditos de carbono, han controlado el 10 % de la tierra de Liberia, el 8 % de Tanzania, el 10 % de Zambia y el 20 % de Zimbabue y en Kenia. Aunque estos acuerdos podrían proteger tierras vírgenes, también podrían obligar a los pueblos indígenas a abandonar sus tierras o perder sus derechos de uso. Y, contrario al discurso de enfrentar el cambio climático, de proteger la naturaleza, lo que les interesa no son las poblaciones, sino sus recursos, para sostener su modelo global productivo.
Los territorios ancestrales están en la mira del progreso depredador. Ya están sufriendo las consecuencias: falta de agua, producción alimentaria precaria que no sostiene la vida de la gente, agotamiento de los bosques, contaminación con basura no degradable producida por las ciudades y el modelo productivo, contaminación ambiental por la emisión de los combustibles quemados en casas, vehículos, fábricas, etc.
La madre tierra, presenta heridas en su rostro, arrugas en sus valles por la producción extensiva e intensiva, tristeza en sus barranco-bocas, cueva-ojos, con una tristeza de siglos, donde los pájaros, animales terrestres, flores, formas geométricas, colores, ya solo van quedando en el recuerdo y en las indumentarias de los pueblos, que son memoria-historia de un pasado que se diluye al grito de ¡progreso y desarrollo!
Los ríos, listones en el cabello de la madre naturaleza, languidecen, pierden su color azulado y se vuelven color del plástico. Las veredas han perdido su verdor y solo sirven para sacar trozas de madera para procesos industriales, un poco para el hogar. En ellas, camina la pobreza, la desigualdad y el racismo.
La madre naturaleza, es el rostro cansado y avejentado de las mujeres dignas que en medio del colonialismo y a pesar de él, cobijan remanentes de valores, resistencias, modos de vida y esperanzas por recuperar la dignidad avasallada.
500 años de sufrimiento de la madre naturaleza. En su cuerpo, los intereses de las elites han desarrollado guerras, genocidios, contaminado con pesticidas y otros químicos y los distintos pueblos, somos indiferentes al caos y deterioro, pasivos y acomodados, porque el colonialismo no solo ha arrasado con la madre tierra, sino también ha penetrado y contaminado nuestras mentes y conciencias, individualizándonos en una lucha frenética por el afán de tener más, consumir más, pensando que al hacerlo somos más… sí, ¡pero más esclavos!
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