Las fechas conmemorativas que han generado fuertes controversias, pensamientos e intereses polarizados, incluso enfrentamientos discursivos violentos, son los quinientos años (1992) de la llegada de Cristóbal Colon al continente; los doscientos años de la independencia en el 2021 y en 2024, los quinientos años de la invasión/conquista castellana, lo cual refleja múltiples factores explicativos y sintetiza la imposición eficaz, objetiva y subjetiva de la historia oficial escrita por los vencedores, dominadores y/o colonizadores.
Los debates se dan entre elites intelectuales de ideologías contrapuestas; entre dirigencias sociales y comunitarias y dirigencias de la elite económica o política, marcando brechas profundas, de grandes desacuerdos, lo cual tampoco es nuevo. La historia colonial está llena de este tipo de desacuerdos, provenientes de intereses económicos, culturales y religiosos. Es entre esos polos extremos, de la estructura social del momento, donde se exacerban los planteamientos y visiones diferenciadas.
El grueso de la población, entre dichos polos enfrentados, permanece apática, indiferente, cómoda, sobreviviendo e ignorante de las razones de las discusiones y contradicciones. Es en la clase media, en su mayoría, donde ha anidado con fuerza la historia oficial única, incompleta, manipuladora y sesgada. Acá, la colonialidad reina, impone pensamientos, sentimientos y actitudes superficiales y hace que se evidencie el alto nivel de sumisión de muchos que, al final, son los que defiendan el sistema que los ha jerarquizado en las escalas sociales más bajas.
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La colonialidad, es un concepto que se refiere a las estructuras de poder y dominación que surgieron durante la época de la colonización. Estas estructuras tienen un impacto duradero en la cultura, la economía y la sociedad de los países colonizados. Imponen la historia y la hacen oficial, y se nutren de los contenidos educativos, el poder de las religiones, los discursos y el idioma oficial, los símbolos patrios, los medios de comunicación, las fechas conmemorativas, la jerarquización racial pigmentocrática donde lo moderno, lo mejor, implica blancura. Las elites de poder son blancas, igual el santoral religioso –menos San Martín de Porres y Juan Diego-. La publicidad para el consumismo y lo bello se sustentan en la blancura. Son las estructuras de la colonialidad que nos dominan.
Estar cerca del poder colonial sirviéndole, parecerse o creer parecerse a la blancura dominante es el elemento común de gran parte de las clases medias, ladino-mestizos e indígenas. A los indígenas los ponen a promocionar, defender y avalar actos, fechas o personajes colonizadores no importando si son violentos o ignorantes o corruptos. Las autoridades se visten de «inditos», pero mejor si se mantienen lejos.
Indígenas en actos cívicos del Estado, del ejército, de falsas conmemoraciones, de festivales folklóricos y colonizadores, sin darse cuenta de que no son las personas ni los pueblos los que interesan al sistema, sino su «traje típico», lo exótico de su vida en medio de la pobreza y desigualdad. Creen que portar la indumentaria basta para tener conciencia y que ello les garantiza reconocimiento, conocimiento o liderazgo. ¡Nada de eso!
Indígenas exhibiéndose, bailando en escenarios construidos por el dominador para entretención de los ajenos a la cultura maya. Es como un circo romano, donde los actuantes son y serán sacrificados por la exclusión y racismo del sistema, después de divertir. Haciendo mercadito en las celebraciones, en colegios, exhibiendo la gastronomía indígena para que los dominadores aparenten gusto por dichas comidas que no acostumbran ni en sus casas ni en celebraciones propias. Hasta el arte indígena, en algunos casos, es afectado por la colonialidad.
Indígenas acompañando a innombrables con poder, creyendo que en actos públicos se gana prestigio por el solo hecho de aparecer juntos. Se ha perdido dignidad y amor propio para elegir los espacios provechosos con gente que tenga valor social, cultural, moral. Se van con cualquiera, creyendo con ello ser «pupurufos» o gente de «pomada», como decían nuestros padres.
Mientras, las elites de poder no van a festivales folklóricos, ni a procesiones, ni al estadio, ni a los mercados de pueblo, ni a conciertos de ningún tipo (los organizan y le sacan provecho económico), ni a la sexta avenida de la capital; no se juntan con el pueblo, ellos están formándose para seguir gobernando y dominando a sus colonizados. Y nosotros… víctimas de la colonialidad.
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