Una vertiente de la memoria relata el abandono intencionado del Estado colonial hacia los pueblos indígenas, que siempre han sido vistos como carentes de derechos, ciudadanos de segunda y atrasados en todos los niveles de la vida social. Esto con la intención de mantenerlos en la vulnerabilidad y, por lo tanto, útiles y baratos para preservar el sistema colonial. Sobre todo, segregados territorialmente, en tierras no aptas para la agricultura, sin vías de comunicación y sin servicios públicos, resguardados únicamente por las autoridades ancestrales.
Mientras recorría recientemente comunidades del triángulo Ixil, escuchaba en las radios comunitarias del área incidentes de la vida cotidiana que permiten reflexionar; por un lado, sobre el abandono en que sobreviven y, por el otro, la fortaleza y adaptabilidad a situaciones extremas y conflictivas. Utilizan estrategias de vida que provienen de la estructura de autoridad ancestral y cultural.
Por ejemplo, las autoridades de un caserío de un municipio quichelense, convocaban a la población para conmemorar el aniversario de la introducción del agua potable. El programa abarcaba tres días. El primero, para hacer recuento histórico del proceso para tener el vital líquido. ¡Se celebraba el 40 aniversario de la introducción del servicio, por autoridades de comités de agua ya fallecidos y eran los nietos quienes evocaban tan importante hecho!
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El segundo día era para el regocijo espiritual, una ceremonia maya en un altar de la montaña, por la madrugada; en seguida una misa en la comunidad y un culto evangélico por la tarde, como un agradecimiento a la madre naturaleza, al santo de la comunidad y al Dios cristiano. Un hecho extraño para los que estamos urbanizados. Para la comunidad, es validar y repetir un hecho milenario: entender, aceptar y valorar la diversidad. Sobre todo, mantener viva la memoria del trabajo colectivo. El tercero, para compartir fiesta y alimentos para todos.
Siempre se leen las actas respectivas que consignan nombres, sucesos, hechos y cantidades. No importa si la comunidad en su mayoría es analfabeta, más de alguno sabe leer y escribir para dejar constancia de la memoria escrita, no solo la transmitida a través de las celebraciones.
Otro aspecto que nutre esta memoria, es la importancia y respeto al agua. Acontecimiento que proviene de la filosofía de respeto y sacralización de la madre naturaleza que los mayas cultivaron por siglos, y que han legado a las generaciones actuales. Se le agradece de varias formas, porque el agua no solo es vida, también tiene vida.
Durante las lecturas de innumerables trabajos de arqueología e historia de los mayas clásicos, del desciframiento de las estelas, los dinteles, las escalinatas y los glifos se ha comprobado la importancia que le daban los mayas a plasmar historias de tiempos largos y cortos, además de la sucesión de autoridades en dichas estructuras. Igual que en las actas de la comunidad, cuyo libro tiene un carácter sagrado y se cuida y traslada de una a otra persona en actos públicos para, como proceso pedagógico, valorar la importancia de la memoria.
Hoy ya no se erigen estelas con inscripciones, ni se hacen grandes monumentos con mascarones, dinteles, escalinatas grabadas con historias de milenios. Pero la costumbre y el valor de hacerlo no se ha perdido a pesar de la vida marginal en el Estado. En medio de precariedades se mantiene viva la esencia de esa cosmovisión que forja historias para reivindicar a los pueblos.
Sucede que, a la orilla de la carretera, se encuentran unas pequeñas construcciones de cemento, donde se asienta una superficie plana destinada a la narración de los acontecimientos que las autoridades realizan para mantener vivo el sentimiento comunitario, no solo material, sino también cultural. No son estelas, ni «ruinas mayas». Cumplen la misión de preservar el pensamiento y la conciencia de los pueblos.
Bajando del carro, para tomar la foto que encabeza el artículo, leí nombres de ilustres autoridades que vivieron y murieron manteniendo viva la memoria a través de su trabajo y sus testimonios que dejaron plasmados en múltiples formas como las acá descritas. Por eso es válido lo que dicen los pueblos: ¡Estamos vivos!
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