Delirios del poder

Sobre la capacidad corruptora del poder se ha construido un lugar común para intentar entender a estos personajes grotescos que, ante las acometidas de saneamiento del Estado, cada vez se nos vuelven más extravagantes y fuera de lugar en el mapa de navegación de la recuperación de la institucionalidad pública, el extrañamiento y desagrado de este tipo de personajes que encarnan una manera de ser y entender lo político, que la mayoría ciudadana rechaza, pareciera ser ajeno a su propia realidad. El delirio esquizofrénico de la señora Porras y su insensibilidad al desastre institucional, que dejará tras de sí en el Ministerio Público, solo parecen explicarse por el celo para proteger intereses individuales y sectoriales que van contra todo aquello que las mayorías en este país necesitan, justicia pronta y cumplida, justicia ciega, justicia como tal.

El debilitar de tal manera a una institución otrora prestigiosa, que llevó con buen rumbo los primeros pasos para derribar el muro histórico de impunidad será el execrable legado que, más allá de su círculo de aduladores y operadores cercanos y que seguro no querrán ver lo que a los ojos es evidente, será lo único que los guatemaltecos recuerden de este personaje siniestro, otra más a la galería del servilismo y autoritario que lastra la historia política de este país, otra Roderico Anzueto, otra Donaldo Álvarez… otra vulgar Tatadiós.

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Depende de dónde veamos las acciones podemos derivarnos a la disyuntiva de «el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe», de Rousseau o «el hombre es malo y perverso por naturaleza, a menos que precise ser bueno», de Maquiavelo.  Desde mi perspectiva, para tener un panorama más amplio y comprender el actuar de las personas, y en específico de la «Fiscal», habría que hacer un análisis del desarrollo de su personaje de manera integral, para lograr comprender en qué momento construyó la imagen de sí, como ser superior a cualquier poder constitucional, y el falaz razonamiento de que «no le debe rendir cuentas a nadie», como mandamás de una institución con «autonomía».

Es ocioso siquiera tener que decirlo, cualquier funcionario público le debe rendir cuentas no solo al Jefe de Estado y de Gobierno, sino a la población misma, es decir, al soberano, que es donde reside todo el poder mandatado. El Ministerio Público es parte de las instituciones del Estado, y es de reconocer que, en estos momentos la dirección de gobierno busca una alternativa diferente de gestión pública a la cual se había acostumbrado en los últimos 70 años, y que, coherente con esa visión, acabará removiendo a este personaje cada vez más caricaturesco por el bien del país.  

Consuelo Porras ya mostró temprano sus cartas y ya eligió su propio marco para figurar en esa extensa galería de la historia de los horrores políticos.